Katharsis

Rebelión y redención.

Los músculos te pesan, al igual que tu corazón, que se resiente a causa y efecto de tu "justicia", Aban.

A cada segundo, de hecho, piensas que no eres muy distinto a los que, ahora, solo permanecen escritos en tu libreta negra.

Donde, según tu percepción distorsionada por el dolor, la venganza y la pesada herencia, bien están. Mientras otros que se acoplaron a tu golpe de Estado, buscan aplacar sus cicatrices, al destrozar lo poco que dejaste.

Incluso, en un bucle de ecos lleno de coraje, desesperación y dolor, apenas llegas a escuchar el chirrido de tus espadas bañadas en sangre, arrastrarse por el suelo del pasillo que fue tu principio, y ahora es tu final.

No tienes dudas al respecto. Ya si sea por alguno de los ciudadanos que corren en sentido contrario a ti, tan cegados por el odio, que te chocan y ni se inmutan.

Como tampoco tú, que solo mantienes la vista fija en la entrada, en donde la hoguera se volvieron antorchas en manos de quienes desean incinerar el símbolo de la tragedia y el abuso de autoridad.

No te importa mucho, si terminas bajo el fuego. Pues en tu comprensión, al haber sido parte del sistema, del mundo que decidiste romper, no mereces tampoco nacer.

Menos cuando tus máscaras, apenas y sí, cumplen su función de ocultar tu identidad. La cual es muy distinta al niño de ocho años, que ves en tu recuerdo, igual de solitario, herido y decepcionado de todo lo que te rodea.

Es más, sus ropas sucias y rotas, que no tienen otro color más que el de la tierra arenosa y la sangre de tus múltiples heridas.

Puede que tu uniforme esté intacto, pese a la mezcla de tu sangre y de tus víctimas, pero te sientes igual a la abandonada criatura que es ignorada. Y, distinto a tu presente, traspasada.

Tienes un vestigio de que es una visión. No obstante, en cuanto un paso te separa de él, temes que se vuelva.

En tus recuerdos, es Van, el que ocupa tu lugar. Y el responsable de dibujar una sonrisa sincera en tus labios, mientras tus lágrimas delatan la alegría de saberse acompañado.

Sin embargo, en cuanto el niño levanta la cabeza, sabes que no va a responder igual, y es porque estás decepcionado.

Del que fuiste, el que querías ser, y el que eres, no hay ni una similitud. Incluso, si en la entrada, Pierce, se vuelve tras sacar a la última niña del orfanato.

O, así, se presentó el superior de ojos celestes, cuando dudaste al último segundo, y tus espadas, con precisión, solo se animaron a cortar en tres su máscara bordó.

No imaginaste que los pocos minutos que le diste, fueron más que suficientes, para lograr su desesperado cometido.

De hecho, sonríes con humor negro, al presentir que la historia se va a repetir, incluso si él apostó su vida, para evitar que eso sucediera.

Tal como todos los traidores que yacen bajo tierra, incluido tu hermano.

Por quien se acobardó, y te dio el derecho a vivir, te detienes, decidido a recibir tu final, en cuanto el fuego trepa las instalaciones del orfanato, tu antiguo hogar; y quienes deciden vivir tras saciar el odio de sus penas, de nuevo te chocan, desesperados por sobrevivir.

Hasta que uno te ayuda a arrodillarte, apenas sostenido por tus espadas, en donde apoyas la frente, rendido y culpable.

Tanto que, ya no escuchas los pies descalzos del pueblo, sino los pasos, pausados y rítmicos, de tus antecesores.

Casi crees que es tu juicio. Sin embargo, miles de pasos, se vuelven un par, que se detiene delante de ti.

Se trata de Pierce. No obstante, tu deseo de volver a ver a Van, hace que susurres su nombre, en lo que tu corazón parece detenerse, al igual que el tiempo, en una triste melodía que te acompaña al caer ante sus pies.



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En el texto hay: misterio, suspenso, katharsis

Editado: 19.04.2025

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