Todavía no entiendes por qué puedes respirar, andar, hasta ser testigo del nacimiento de la nueva orden.
Como muchos admiraron el sacrificio de Pierce, fue elegido, por decisión unánime, para ser el representante de la comunidad.
Una consumida por el fuego del odio, la cual dejó más de un hogar, en las mismas condiciones del orfanato.
Que solo quedó el esqueleto de metal, con algunas paredes que se resisten a caer, pese a amenazar con hacerlo sobre cualquiera que pase por debajo de ella.
Un recordatorio bastante vívido de las represalias, y que observas con ayuda de los primeros rayos del sol, desde la azotea del antiguo orfanato, mientras le das la espalda a las tumbas de tus antecesores.
Si alguien te preguntara, ocupar un espacio más entre ellos, hubiera sido el mejor acto de bondad para contigo.
Sin embargo, Pierce, que te mira desde abajo. Siempre atento a cada paso que das, no por desconfianza, sino por genuina preocupación, decidió entregarte el derecho a vivir.
Incluso, si el resto de los ciudadanos, estaban más que dispuesto a darte pena de muerte.
«Sin él, jamás se hubiera logrado lo que, por años, intentaron y fracasaron», dijo con convicción, y protegiéndote al mantenerse enfrente de ti, tal como lo hizo una vez Van. «Como lo hicieron conmigo, hasta con esos niños desamparados, es justo que le den una segunda oportunidad».
«¡Pero no para que lo elijas como tu mano derecha!».
Acusó alguien. Y, pese a tu aturdimiento, una emoción difícil de describir, te atravesó el pecho, justo cuando Pierce te sonrió confiado, y por sobre el hombro.
«No veo a nadie mejor que Aban, para construir un mundo mejor para todos».
Todavía lo miras, y si bien varios metros impide hacerlo con claridad, tienes impreso sus ojos celestes, en lo que él espera que bajes, algo cansado de mantener la cabeza hacia atrás y usar una mano para cubrir el rostro del sol.
Te cuesta creer su interpretación de todos los hechos, incluso la frase que parece unir los deseos de los difuntos revolucionarios.
Pues, según Pierce, sus intentos no fueron un fracaso.
«Cada uno labró un camino». Te contó, cuando te dieron el alta, y por primera vez, conociste el significado de tener un hogar. «Sin ese trabajo arduo, ni Van como tú, hubieran llegado a este día».
Señaló un departamento, que solo viste en las contadas salidas que tuviste para sostener la falsa paz, cuando aún eras parte de la organización. Y que nunca, imaginaste tener a tu entera disposición.
«Sin embargo, todos murieron».
Susurras, incapaz de aceptar sus palabras como el obsequio que solo muy pocos contribuyeron a dártelo de corazón.
«Pero, en su lugar, sobrevivimos tú y yo».
Al principio no lo entendiste, hasta que te invito a su hogar, igual de solitario que el tuyo. Con la excepción de que la mitad de la máscara de Van y las del décimo séptimo y octavo traidor, decoraban la sala.
«Los conocí a los tres», comenzó a contar, tras cerrar la puerta, y sentarse delante de las máscaras, «pero solo uno, al igual que tú, se rindió, antes de ejecutarme junto con la organización».
«¿Tuviste que pasar lo mismo que yo?», preguntaste, pero antes de hacer otras más, él negó con la cabeza.
«Lau, en realidad, tuvo que hacerlo por mi ineptitud». Saber un poco de los traidores, te sobrecoge, más que nada, al imaginar el tipo de relación que tuvieron. «Si no, yo hubiera muerto junto con ella».
«¿Y qué significa, entonces, que estemos vivos sin ellos?».
«En mi caso y el de Lau, porque uno de los dos, debía velar por el niño que nos obligaron a abandonar en el orfanato».
La verdad, tal como un flechazo que remueve tus cimientos, tus dudas, antiguos pensamientos y remordimientos, aún hace que tu corazón se acelere por las emociones encontradas.
Y, con una mirada hacia la tumba de tu madre, como la de Van, sonríes con dolor, mientras tu padre te llama, para que bajes.
Sin embargo, apoyas una rodilla en los escombros, y acaricias una rama que parece seca, pero está llena de vida, al haberse adaptado al clima árido tal como te sucede a ti.
Pues, en un suspiro, miras hacia el cielo celeste, y respiras un nuevo comienzo con un poco de cenizas, lleno de incertidumbre, menos el hecho de que nacer, siempre duele.
«Y el motivo de Van, porque tu vida, y el amor que te tenía, valía más que su sed de venganza».
Editado: 19.04.2025