Katu: La bruja de la isla

CAPÍTULO 4: MONSTRUOS

Daniel dio un fuerte jalón, alejándose del agarre corrió al huerto de ajíes a lado de las ventanas del semisótano. Arrancando con cierto asco y guardando todos los que pudo sostener en su polo.

— Daniel — susurró Kaia al llegar a su lado.

— No estoy seguro — empezó él — pero, sí todos mis hipótesis son correctas. Entonces está bien decir que el ají es su kriptonita.

— No es momento para jugar a Sherlock Holmes — susurro ella, preocupada — vámonos, sé como bajar por el parque sin que nos vean.

— ¿Qué? ¿Qué hay de valeria y la abuela rosa?

Kaia no pudo contenerse a apretar sus labios, aún no había podido conseguir las palabras correctas para decirlo. Pero, lo único que cruzaba por su cabeza era:

“ ¿Viste a ese monstruo? seguro es mamá y abuela. No sé como, pero hay monstruos.”

Estaba desesperada, pero contuvo su miedo y lo abrazó.

— Estaremos bien, lo juro — aclamo, con determinación en sus palabras antes de alejarse y volver a tomar su mano — vámonos.

Ella no lo sabía, pero de pronto su prioridad: “Su familia y ella”, cambió a “Daniel y ella”.

Caminaron con cuidado, tomados de la mano sin darse cuenta del sutil levantamiento del suelo.

Se escabulleron por la pequeña calle de dos carriles, cuando una alarma sonó, no era intensa ni llamativa, tal vez el hecho de tener bocinas solo para la ciudad no sería tan agobiante para quienes vivían en los cerros.

— Es la alarma del estado — anunció Kaia.

Siguieron caminando. Sus ojos revoloteaban alrededor, hasta que un nuevo temblor hizo vibrar la tierra. Y un pronto brillo llamó su atención, mientras que el menor revisaba el carro, los ojos de Kaia se enfocaron en una figura familiar, esa niña de cabellos blancos frente a un círculo destellante morado.

Kaia contuvo la respiración, paralizada por los ojos inocentes de la niña que sonrió de forma macabra.

— ¿Qué ves? andando.

Daniel se acercó, volteando a la palidez vacía de la joven y sus ojos perdidos a la nada. Con un par de ojos que vibraban, como si estuvieran distorsionados.

— ¿Kaia? — susurro él.

Sabía que algo pasaba con ella, y aunque no sabía cómo ayudarla, lo único que podía hacer era correr. La jalo con fuerza, despertando de su trance.

Al correr, vieron algunas criaturas viendo el cielo o peleando entre ellos, desconocían su fuerza. Pero solo sabían algo, necesitaban ser silenciosos.

— ¡Ayuda! — escucharon.

Era un grito de una niña de cabello negro, entre lagrimas y peluche de un gato. Su sola presencia sorprendió a los dos familiares, Kaia se mantuvo firme, pero Daniel se acercó.

— ¿Estás bien? — preguntó sujetando la mano de Kaia.

— Eres la hija de la señora que vende aji y … Ah — se detuvo la niña, con sus ojos sobre Kaia.

Paralizada, sus ojos vibraron, al punto de distorsionarse frente a los dos, mientras una corriente de sangre caía por su nariz.

« Como Kaia »

— Ayuda — susurró la niña.

— Perdón — respondió Kaia.

Se sintió mal, la mirada de Kaia se apagó. Tomó la mano de su sobrino y se dispuso a caminar. Vio a los monstruos acercarse a la niña, sin hacer caso a los dos bañados por el aroma del ají y la incredulidad dibujada en Daniel, quien dio un último vistazo a la niña, convirtiéndose en una masa gris.

« Que mierda »

— Detente — ordenó Kaia, en voz baja.

De pronto, frente a los dos, un monstruo con miles de ojos en toda la cabeza los detuvo. Los tres paralizados.

En una larga profundidad, Daniel sacó uno de los ajíes. Provocando que el monstruo diera un paso atrás.

« En verdad es su kriptonita »

Dispuestos a irse, se sorprendieron cuando un martillo aterrizó contra la cabeza del monstruo.

— ¡CORRAN! — grito Nathaniel, saliendo entre los arbustos con una mochila en la espalda.

Sin embargo, Daniel lo detuvo. Con su índice sobre sus labios, lo callo y con su mano, le pidió que se acercara. Nathaniel tragó saliva, dándose valor para caminar con cuidado hacia ellos. Aunque su vista estaba más enfocada sobre Kaia, triste.

— ¿Cómo es que no hace nada? — preguntó Nathaniel, y se sorprendió cuando el menor mostró ají.

Su solo movimiento, asustó al monstruo saliendo corriendo lejos del grupo, dejando atrás el martillo que Nathaniel recuperó en segundos.

— que rayos — discrepo el adolescente, viendo por donde el monstruo desapareció.

Con cuidado, dio una rápida ojeada a los dos. Su ropa no estaba desgastada, ni manchada. Solo pensando en la suerte con la que corrieron para llegar ahí. Pero, se sentía aliviado.

Ya no estaba solo.

Sin embargo, por un segundo pensó en su abuela, la que dejó encerrada en casa; y luego, en su padre, dudando de su paradero o si es que se encontraba con vida.

— Nathaniel — llamo Daniel — vámonos.

Ni siquiera lo pensó, aún viendo el rostro inexpresivo de Kaia, decidió seguirlos. A un metro de ellos, más cerca de Daniel, quien empezó a cortar el ají con las manos y lanzarlo por su camino.

— Parece que no les gusta el ají — argumentó el menor, antes de ver su mochila — ¿tenemos agua y comida? ¿Y tú?

Nathaniel tardó en responder, pero luego de voltear hacia Kaia, quieta, a la espera de su conversación, decidió hablar.

— herramientas y una radio.

— ¡Genial! — exclamó Daniel — Busquemos ayuda. ¡ah! y también si alguien sigue vivo.

Nathaniel balbuceó.

Más que sorprendido, preocupado. Se enderezó en su sitio, mientras lo veía caminar hacia Kaia. Ella se mantuvo firme, con una cariñosa expresión para Daniel e incomodidad para él.

« ¿alguien estará vivo? » se preguntó, empezando a caminar detrás del par mientras el rostro de su padre surco por sus memorias. Ahora con tristeza y dolor, apretó el martillo. Se preguntaba si su padre, en algún rincón lejano, también luchaba por sobrevivir.

La idea de que alguien pudiera seguir con vida en medio de esa situación apocalíptica le generaba una mezcla de esperanza y temor.




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