Katu: La bruja de la isla

CAPÍTULO 25: TRANSFORMACIÓN

00:30 AM SÁBADO

En la maleza del bosque, Katu tejió una grieta. Ella suspiro desgastada, volteando hacia sus hijos serpientes colgadas en una rama, se acercó a una y acarició su nariz con la cabeza del animal.

— Mi pequeño kajya — susurro ella — debemos proteger nuestras tierras. Aunque sus hermanos están en contra mía

Termino por decir cuando llegó frente a un árbol roto a la mitad.

— No los castigues mamá — dijo la serpiente de colores gris y verde.

— Katja. Mi pequeño — susurro en una suave sonrisa — busquen a sus hermanos.

En el momento que terminó de hablar, las cuatro serpientes bajaron y en segundos desaparecieron bajo tierra. Katu se quedó sola bajo el silencio del bosque casi roto y luces que brotaban de grietas en el suelo que solo ella podía ver.

Hasta que soltó una pequeña sonrisa.

— Hay personas. No, hay extraños en mi isla.

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Al mismo tiempo que la enfermera se convertía en monstruo. Todos en el internado intentaban escapar, corriendo de un lado a otro, subiendo por las rejas o árboles y otros más valientes, atacaban. Un grupo lanzó rocas, que en segundos fueron comidas por el monstruo.

— Mierda …

El monstruo dio un gran salto, pero la gran mano calavera de lo que antes era Emma lo tomó y lanzó hacia el cerro. Se levantó entre gruñidos, aplastando a las personas en el proceso con su cuerpo y piel quebrada. Destruyendo los salones de clases.

— ¡CORRAN!

Gritos y desesperación se olían delante de ese monstruo con el rostro raspado. Hasta que una bomba estalló en su cabeza.

— ¡POR AQUÍ! ¡RÁPIDO!

Un joven adulto. Vestido de militar, entre suciedad y lodo, sostenía una bazuca en sus hombros. Su presencia alarmó a varios, en un segundo de calma en ese infierno. Corrieron a él, así como otros los siguieron al escapar.

Mientras tanto, lejos de ese patio. Las cuatro amigas de Emma corrieron detrás de las escaleras de emergencia. Todas asustadas a punto de llorar seguían a los cientos de personas de la gran familia que corrían lejos del patio. Cuando un viejo las asustó.

— Si la enfermera se transformó, entonces todos estamos contagiados. ¿NO? — preguntó el anciano hacia las cuatro chicas — debemos escapar.

¡AHHHHHHHHHHHH!

Era el grito del monstruo a lo lejos. Tan insufrible como tétrico y se estaba acercando. No la veían, pero los gritos cada vez eran más fuertes. Fue entonces que se levantaron, preparándose para correr, aunque, no sabían nada del monstruo.

¿Es rápido? ¿Tiene algún poder para detener a su comida? no sabían nada del monstruo, y es que tampoco tenían armas.

— Ah mierda — susurró una de ellas y se acercó al anciano — Señor ¿puede correr?

— Si, si puedo. Pero soy lento

— En ese caso, tendremos que llevarlo en el hombro — dijo al voltear a sus amigas y luego arrodillarse frente a él — señor suba.

— gracias, muchas gracias — lamento con una gran sonrisa mientras era ayudado a sentarse en la espalda de la chica — que suerte encontrarlas en el fin del mundo.

Ella asintió al levantarse, primero volteó a sus amigas y en segundos empezó a correr. Eran cuatro, pero los enormes ojos del monstruo las vieron. Su lengua salió, como si estuviera saboreando su alimento antes de perseguirlas a una gran velocidad.

— ¡Es rápida! — gritó el anciano.

Era el único que volteaba y el único que cayó al suelo mientras las demás seguían corriendo, dejándolo como escudo humano.

— Iremos al infierno por esto — aviso una de ellas.

— Desde que vi a Emma golpear a esa chica, sabía que terminaría ahí — comentó la chica que dejó caer al anciano.

— ¿Chicas? — escucharon de pronto.

Se detuvieron y voltearon hacia la ventana de un salón. Kaia las veía con un rostro apenas limpio, en una expresión triste y melancólica.

— Rapido, entren

Ellas no lo pensaron y en segundos habían saltado sobre el alféizar de la ventana hacia el salón.

En cuantos enderezaron sus cuerpos por culpa del cansancio, vieron las ropas de Kaia, rotas, sus manos estiraban lo poco que tenía para cubrir su ropa interior. Con sangre y pintura seca en sus piernas.

— Que demonios — susurró una de ellas — ¿Que te paso?

— ¿Te estás convirtiendo en un monstruo?

— Vamonos de aqui

La primera chica se acercó a la ventana, decidida a irse cuando una serpiente abrazó su muñeca. Fue tan fuerte el apretón como su grito al caer al suelo espantada.

— Perdón si te asusta — dijo Kaia suavemente — pero al parecer ellos solo siguen órdenes. Illapa, no dejes que su sangre circule.

— ¿De que ha … mierda, mierda, duele — se quejó al sentir el apretón.

— ¡Sueltala! — grito otra al acercarse con su puño alzado a Kaia.

Kaia no se inmuto, en cambio, sus ojos demostraban la serenidad del momento antes de que una fuerte mano entre flamas negras la empujara contra los pupitres del salón. Era Nathaniel, quien jaló a la chica y empujó contra uno de los pupitres del salón, después, empujó a la tercera. Terminando por apretar sus espaldas.

En poco tiempo, waira saltó al rostro de la cuarta, apretando su cuello, mientras kaia empujaba

— No tenemos tiempo, debemos ir al ex puerto del ejército — explicó el chico.

— mamá, solo debes matarlas — habló al fin Waira — han visto mucho, deben morir.

— Lo siento — habló Kaia, viendo a cada una de las chicas — llamenme loca, pero … decidí no morir. Y, esa ropa de atletismo siempre me ha quedado bien.

¡AHHHHHHHHHHHH!

— Maldita, ¿y qué esperas? ¡Yo tampoco quiero morir! — grito la primera en el suelo.

— Cállate — ordenó Kaia y volvió con las otras dos — denme su ropa, ahora o las mato.

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Minutos después, las fuertes pisadas de Nathaniel convertido en monstruo sonaban por las faldas del cerro. Acercándose en la maleza. El chico sujetaba las piernas de la chica, con la ropa de atletismo, zapatillas de atletismo y la casaca deportiva roja resguardaba a las dos serpientes que le ofrecían calor.




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