Katu: La bruja de la isla

CAPÍTULO 27: POR ESTA TIERRA

2 AM SABADO

Katu permaneció inmóvil, observando con una mezcla de satisfacción y ansias mientras miles de serpientes se lanzaban hacia la joven que deseaba ver muerta. Sus labios se curvaron en una sonrisa, su lengua serpenteó entre sus afilados dientes, y sus garras resonaron al chocar entre sí, anticipando el momento en que desgarraría esos músculos fatigados por días de fuga y devoraría ese corazón palpitante de dolor y odio.

«Ya he jugado bastante con mi presa» pensó al ver como sus cuatro hijos saltaban sobre la adolescente, seguidas de miles de serpientes más.

De repente, una poderosa ventisca levantó a las serpientes, arremolinándose hacia el cielo. Katu entrecerró los ojos, reconociendo a su hijo Waira.

—Así que aquí estabas —murmuró Katu, su voz cargada de desprecio—. Supongo que Illapa también —continuó, sus ojos brillando con un odio intenso mientras sus garras crecían y se clavaban en el suelo, dejando profundas marcas—. ¡Son unos hijos ingratos!

Dio un gran salto, tan alto como la vez que se lanzó contra un monstruo velocista. Pero antes de aterrizar sobre la cabeza de la serpiente, illapa dejó la espalda de kaia y saltó. Transformándose en su forma más grande para golpear a la mujer con su cola.

— Kaia, alejate — siseo la serpiente — aún no tienes suficiente energía.

— La cosa es entre ella y yo — recordó la menor adolorida, hasta que un escalofrío la despertó y la hizo voltear hacia katu saltando desde el cielo a ellos — waira.

De pronto, una gran ventisca golpeó a la bruja, arrojándola contra unos árboles. Sin temor, ella absorbió la energía hasta que se rompieron.

El semblante de Katu cambió, reflejando una tristeza genuina. Antes de que un extraño granizado golpeara a Kaia e Illapa, que protegía a la joven con su propio cuerpo. Las manos de la adolescente se sujetaban con fuerza, cuestionandose cuanto podría aguantar, necesitaba que Nathaniel regresara rápido.

Trató de resguardarse en el cuerpo del animal, esperando que esas voces que podía escuchar por su terreno fueran de Nathaniel. Lo aumentaba cada minuto, desde la escuela al cerro, cinco kilómetros a la redonda, logrando ver a la figura de Nathaniel correr.

Nathaniel corría, dejando la marca de sus patas en la tierra. De repente, su nariz se sacudió y se detuvo al ver los cuerpos de las cuatro amigas de Emma en el suelo. Parecían haber intentado escapar, pero ahora estaban muertas, con la piel arrugada y vieja.

Se quedó viendo los cuerpos por unos segundos, a punto de continuar, cuando un silbido llamó su atención.

— Ven aquí, ven — escuchó entre los árboles. Era un hombre llamando como si fuera un perro.

— ¿Quién demonios eres? — preguntó nathaniel con esa voz ronca y olfateando — ¿Que eres?

Esa persona se alejó, detrás de la sombra de los árboles, tal vez asustado, pero una vez que lo escuchó hablar se fue corriendo. Por un instante pensó en seguirlo, pero al primer paso, se detuvo y un gruñido llamó su atención.

— Te estaba buscando.

Susurro Nathaniel hacia aquel monstruo que una vez fue la enfermera. Ella se lanzó contra él, empujándolo contra la tierra y arañándose entre sí.

— ¡Escuchame! — gruño nathaniel.

Hizo fuerza con sus manos, mientras unas garras crecían como uñas y se incrustaban en la gran mandíbula del otro monstruo. Empujando toda su cabeza hacia atrás y golpeándola contra el suelo varias veces.

Estaba por golpearla, cuando una rara sensación cubrió su cuerpo, sus brasas se detuvieron y sus ojos salvajes regresaron a ser pupilas humanas.

***

Había metales alrededor, asientos rotos de auto y un llorar de una niña. Sangre en sus brazos y una repentina voz hizo levantar la cabeza.

— Te ayudaremos — dijo aquel hombre, el padre Matías.

— Salve a la niña.

— Lo haré.

***

«¿El padre matías?» se preguntó Nathaniel al alejarse del monstruo.

— ¿Era tu recuerdo? — se preguntó como si esperara una respuesta de la enfermera que solo gimoteaba de dolor.

En algún momento se alejó del cuerpo, viendo como se intentaba levantar sin éxito hasta que una idea apareció.

— Una niña te necesita — dijo él, deteniendo el bajo rugir del monstruo — Bueno, tres niños.

En ese momento, ambos se quedaron en silencio.

— Por favor enfermera — dijo estirando su mano derecha.

Por un segundo, Nathaniel pudo ver los ojos humanos de la enfermera antes de volver a su estado salvaje. Tan concentrada que solo una explosion a metros de altura llamarón su atención.

— La niña está ….

Ni siquiera pudo terminar de hablar. El monstruo que una vez fue la enfermera, corrió locamente por el cerro.

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Kaia corría por la maleza del cerro. Los clavos en las zapatillas azules de atletismo golpeaban contra la tierra, pequeños pedazos de roca rodaban tras su paso. Sin embargo, para ella era difícil concentrarse. No solo era por tener a Waira moviéndose bajo sus ropas, el sueño o su hambre, era por esos gritos de sobreviviente que podía escucharlos claramente.

Sin embargo, un nuevo temblor la hizo temblar hasta caer al suelo. Incrustando las palmas de sus manos a rocas, lágrimas cayeron a sus manos.

— Cobarde — susurró ella, para sí misma.

— Mamá — llamó waira bajo su ropa — concéntrate en tu terreno. Eres una serpiente, no una humana. Eres rápida para ser humana, pero si katu te encuentra …

— Si, si si … ya sé

— Al fin — se escuchó detrás de ella.

Era Katu, demacrada, con ojeras y anciana. Sorprendiendo a la adolescente por su nueva figura que era más espeluznante, por sus garras ensangrentadas y su expresión de desdén al lamer sus dientes filosos.

— No soy mala. Soy una criatura superior y para proteger lo mío debo decidir —pauso la bruja— Hace mucho, tu madre me dio la oportunidad y la tome. Ahora, es turno de responsabilizarte.




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