— ¿Me acompañas a buscar a la bruja de la isla? — preguntó Daniel, rebosante de emoción.
— Tengan cuidado con los temblores — intervino la madre — últimamente hay muchos.
— Espera — detuvo Kaia, viendo a Daniel— ¿Crees en eso?
Él asintió con una sonrisa radiante, lo que provocó un torbellino de pensamientos en la mente de Kaia. Admiraba cómo su sobrino, tan inteligente, se interesaba por lo que ella consideraba un “MITO ESTUPIDO”.
Simplemente lo admiraba.
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Kaia estaba sentada en una roca cerca del puerto militar, con la brisa marina despeinando su cabello. Llenó sus pulmones de aire, como si quisiera respirar profundamente el caos que aún vibraba en la isla. El amanecer pintaba el cielo con colores suaves, y aunque el terremoto se había detenido, destellos púrpuras todavía desgarraban la tierra, empujando la isla hacia el mar. En el horizonte, relámpagos iluminaban el cielo sobre la capital, probablemente agrietando no solo su país.
Las manos temblorosas de la joven acariciaban la tierra, como si al hacerlo pudiera sanar las grietas que marcaban la isla. Pero sabía que algunas heridas no podían ser reparadas tan fácilmente. Hasta que una lluvia empezó y un ligero siseo sonó en sus espaldas. Giró rápidamente.
Al voltear, su mirada se encontró con los ojos profundos de Watson, la serpiente de la lluvia. A pesar de no tener cuello, la serpiente inclinó la cabeza, deteniéndose al ver el dolor en los ojos de Kaia. Podrian haberse quedado en silencio, intercambiando miradas cuando ella se lanzó hacia el animal, rodeándolo con un abrazo desesperado.
— Perdon —susurro watson— el niño
El llanto de Kaia brotó como un torrente contenido, un gemido ahogado mientras la lluvia la cubría, mezclándose con sus lágrimas. La lluvia retumbaba como si Watson estuviera llorando con ella.
« Esto no es tu culpa » las palabras de su abuela resonaron en su mente, pero el dolor era tan profundo que costaba creerlas.
—Escucha —murmuró Kaia, acariciando la pequeña cabeza de la serpiente con ternura— esto no es tu culpa. No es tu culpa, Watson.
— Mamá —escuchó detrás de ella.
Giró lentamente y vio a Illapa y Nathaniel, a unos metros de distancia, junto a la orilla donde el mar lamía los restos de la isla. Estaban preparando un bote. Nathaniel la miraba, sus ojos enrojecidos y llenos de lágrimas, cerca de derrumbarse como ella.
Kaia sintió que su corazón se rompía un poco más. Tragó saliva, intentando mantener la compostura, cuando un rayo púrpura desgarró el cielo en el continente, iluminando la oscuridad del amanecer y estremeciendo el aire a su alrededor.
Cubrió sus oídos instintivamente, sus ojos fijos en el destello que se desvanecía en el horizonte, como ramas que se perdían en la negrura.
—Eso es lo que debes cerrar a partir de ahora, Kaia —dijo Illapa, su voz firme pero suave— porque ahora tú eres la nueva Katu.
Kaia respiró hondo, sintiendo el peso de esas palabras mientras se levantaba. Serpientes se acercaron a ella, fieles subiendo por sus piernas y calentando su cuerpo.
— Yo no soy Katu —respondió con una fuerza que sorprendió a todos, incluso a ella misma— Katu es la bruja de la isla. Yo solo quiero ser Kaia.
El silencio que siguió fue pesado, los ojos de aquellos jóvenes se encontraron nuevamente. Ambos, lastimados y cargados de emociones no dichas.
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Minutos después, ambos adolescentes remaban el bote. Rodeando la isla en un viaje que se sentía como una despedida. En total silencio, el chico tenía una extraña expresión de agotamiento y dolor, pero no se detuvo. En cambio, Kaia, acercó su mano a una de las gigantescas rocas que emergieron del agua, sintiendo el calor que irradiaban, como si aún guardaran el amor de su abuela, las despedidas de su madre, y las sonrisas de Daniel.
Quería creer, necesitaba creer, que Daniel le estaba dando un último abrazo. Cerró los ojos por un instante, sintió el aire golpeando su rostro, como sucedía en el carro de su mamá cuando pasaban por la carretera.
De pronto, un sonido ahogado rompió el silencio. Abrió los ojos y encontró a Nathaniel con la mirada baja, su cuerpo temblando mientras una llama oscura parpadeo a su alrededor, y su bufanda ondeaba en el aire, apenas sosteniéndose en su cuello.
— Nath —suspiro ella.
Su voz era tan suave como su rostro. Sin pensarlo, lo abrazó, y juntos se derrumbaron. Nathaniel perplejo, luchó contra las emociones que golpeaban su corazón, abrumado hasta dejar escapar un gruñido. Rechino los dientes, mientras los gimoteos comenzaban a escapar de su boca. Su espalda se encorvó, y sus manos cubrieron la nuca de Kaia, acariciando sus cabellos mientras lágrimas al fin brotaron por sus mejillas.
Kaia lo sostuvo con toda la fuerza que tenía. Sujetando el cuerpo que se desmoronaba, y juntos, lloraron.
Sus llantos poco a poco se mezclaron con la lluvia.
«Voy a proteger a mi familia, voy a proteger el lugar donde todas las personas que una vez amé están, y donde las personas que me aman, viven» pensó Kaia, mientras sus labios temblaban, balbuceando promesas que solo ella podía entender.
El abrazo permaneció por unos segundos, parecido a una eternidad que ellos se dejaron llevar. Casi disfrutando de las manos del otro. Mientras, las serpientes empujaron el bote suavemente a través del agua.
—Lo prometo —murmuró Kaia, sellando su decisión.
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EPÍLOGO
DISTRITO DE SAN MIGUEL, LIMA, PERÚ. - SEMANA 1.
Segundos antes del terremoto.
Era una urbanización tranquila, un par de casas y condominios, con un gran parque en medio. El aire era fresco, con destellos de un cielo azul peleando contra la capa gris cotidiana de diciembre. Un grupo de niños jugaban, risueños, en sus vacaciones. Y a lo lejos, una mujer removió su cabello satisfecha por la escena. Sin embargo, el ambiente fue desgarrado cuando un chillido estruendoso de un auto resonó, asustando a todos en la calle.