Kendall

Capítulo 14: No la quería

No la quería

Darren Ford nunca había estado tan perdido como entonces. Sentado en una de las viejas butacas del bar El Rey, daba largos y furiosos tragos a su vaso transparente, bebiendo casi con rabia el líquido cristalino y embriagador. Todo a su alrededor giraba de tal manera que se sabía irse contra el suelo una vez sus pies tocaran el escurridizo suelo sucio de sustancias pegajosas. Estaba fuera de sí y le importaba tan poco que incluso sonreía con malicia, la vacía mirada perdida y una risa fría, burlona, botando de lo más hondo de su garganta.

No tenía la más mínima idea de qué era lo que le sucedía, ni siquiera sentía querer parar con aquella destrucción que, además, consumía cada fibra de su alma como si se lo absorbieran. No pensaba en nada, Lucy Torrance no existía en su cabeza y la presencia de Tyler Wiese incluso le causaba gracia. Solo tenía sobre él, torturándolo cada noche, la imagen de unos ojos marrones como el chocolate oscuro observándolo afligidos, derramando torrentes de lágrimas que lo hacían sacudirse de pies a cabeza. No solo eso, era como miles de patadas en todo su cuerpo cuando la veía sonreir, cuando lo abrazaba con amor y le susurraba al oído lo mucho que lo quería. Cuando verla era tan doloroso como satisfactorio.

Y entonces sucedía. Todo su mundo se sacudía como un huracán arrasando con todo dentro suyo, encendiendo su pecho como brasa fuerte y viva cuando le daba uno de esos besos que tanto le gustaba. Darren sentía vivir en una montaña rusa, en un intento por mantener en calma las emociones que lo apagaban y encendían a partes iguales.

Ya no podía más.

Se había acostado con Kendall tantas veces, se la había cogido tantas noches y tardes que sentía asco y desprecio por sí mismo. Había empezado a torturarse a sí mismo cuando la realidad incluso lo golpeó como una bofetada.

Sucedió una tarde cuando todo vio cómo todo se desplomaba frente a sus ojos. Escondido con la castaña en uno de los vestidores, besándola hasta quedarse sin respiración y abrazándola con furor, vio la tétrica sonrisa maliciosa y cómplice de una rubia tras los casilleros. Algo dentro de él pareció romperse en miles de pedazos, hincándole como cuchillas contra su corazón ante la posibilidad de que Katherine, últimamente tan furiosa con él por no acabar la apuesta, haciéndole daño a su chica.

No sabía qué hacer. Porque por una parte quería huir lejos de ella, y otra deseaba con fuerza no dejarla ir jamás. Tenerla entre sus brazos y desmentir un posible rumor era su solución. Pero nunca era suficiente. La culpabilidad lo arañaba, como si la vida se riera de él al repetirle durante las pesadillas que había sido lo suficientemente estúpido como para caer por aquella castaña que alguna vez creyó insignificante.

Presionó los labios sobre el pico de la botella de alcohol y lo bebió de un largo sorbo sin importarle lo mareado que estaba. Nada le importaba en lo absoluto. Mantenía la mirada perdida y una sonrisa inmensa se plegaba en su rostro de manera interminable. No dejaba de reír ni de decir incoherencias.

—Darren, demonios, basta —espetó Jace mientras le arrebataba la tercera, o cuarta, botella de aquel día.

Se sobresaltó y gruñó furioso, golpeándolo y obligándolo a regresarle aquello tan preciado, en realidad no, que tenía en ese momento. Pero su molesto amigo se lo impidió en un golpe seco que lo dejó algo aturdido.

—¿Qué te sucede? Debería darte vergüenza... —Lo miró asqueado—. Será mejor que vayas a casa, vamos.

—¡No! ¡Déjame en paz!

Se cruzó de brazos como un niño encaprichado y mantuvo la mirada fija en un par de chicas que estuvieron sonriéndole coquetas y pestañeando hacia él.

—No están mal, ¿eh? —rió Jace, codeándole ligeramente—. Yo me pudo a la castaña, está muy...

—No —repitió con torpeza, la voz cargada de tanta ebriedad que apenas podía entendérsele—. Ya tengo a la mía —dijo mirándose los nudillos. Entonces sonrió borracho y soltó una estúpida risa, la cabeza ladeada y las mejillas aún más sonrojadas—. Mi pequeña es la más preciosa de todas.

—Joder, no, Darren, eso no.

Ni siquiera le importaba la mirada lastimera y cargada de asco que su amigo Jace le dirigía, como si observase a un loco o a lo más asqueroso que existiese en el mundo.

Pero, ¿y?

No era su culpa que Kendall tuviera el rostro tan dulce que quisiera abrazarse a ella y besarle todo el tiempo. La imagen de unos ojos marrones mirándolo fijamente, pobladas pestañas batiendo hacia él con felicidad le arrancaron un sonoro jadeo que aterró todavía más a Jace Harries.

—Es hermosa... —murmuró con la mirada perdida.

—Y tú estás muy borracho. Es en estos momentos cuando Drake debería estar aquí —renegó, buscándolo con mirada cuando algo importante pareció recordar—. O mejor no, no quiero que se entere de la apuesta por tu culpa. Vamos, te llevaré a...

—¡No, idiota, suéltame!

Jace pareció rendirse cuando en el tercer intento chocó contra un par de chicas. Estaba haciendo el ridículo y él no podía soportar eso.

—¿Sabes? Llamaré a Kendall, ella puede sacarte de aquí sin ninguna dificultad.

Pero Darren no lo oyó.

El tiempo pasaba de manera tan extraña que no sabía qué sucedió cuando Jace se alejó de él sin preocupación. Entonces paseó la mirada por el lugar y observó a las chicas hasta que una en particular le llamó la atención. Le sonrió coqueto, guiñándole el ojo y lanzándole un torpe beso volado. Se extasió aún más cuando la joven se acercó a él lentamente y compuso una pose, según él, sensual.

—Hola, nena... —sonrió acalorado por el alcohol—. ¿Qué hace una chica linda tan sola? Si el idiota que tienes como novio te dejó de lado, puedo acompañarte toda la noche, preciosa.

Muy atrevido pero pareció funcionar.

Se acomodó en el banco y pegó la espalda sobre el mueble cuando la muchacha se acercó a él hasta que sus alientos se entremezclaron. La miró embobado, pensando en lo atractiva que era y sintiéndose dichoso cuando los delgados brazos de ella lo acorralaron.



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En el texto hay: apuesta, amor, corazonesrotos

Editado: 12.06.2020

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