"Sólo una vez más"
—¿Cuántas habitaciones?— preguntó la recepcionista
Darren miró a Kendall de reojo y sonrió al verla apoyada sensualmente sobre el mueble con naturalidad a varios metros de distancia mientras esperaba por él.
—Solo una.
—¿Para dos?
—Cama matrimonial —respondió con una sonrisa traviesa pintada en el rostro, incapaz de alejar la mirada de ella.
—Lo lamento— se disculpó la joven recepcionista con un atisbo de burla en la voz, quién no había dejado de mirarlos altanera desde que empezó a atenderles— Pero sólo hay camas matrimoniales en los últimos pisos, los más elegantes y lujosos de todo el hotel.
Levantó una ceja sin entender cuál era el problema. Es decir, estaba ya demasiado acostumbrado a obtener todo lo que quisiera como para detenerse un segundo por detalles como esos. Él era Darren Ford, no había nada que no pudiese conseguir.
—¿Y?— preguntó confuso, casi ofendido porque no sabía quién era él— Quiero mi habitación matrimonial para hoy— ordenó sabiéndose algo engreído y caprichoso.
De todas formas estaba convencido que de otra manera no le prestarían atención a un joven como él. Así que esta vez se cruzó de brazos, fastidiado al ver a Wiese riéndose de él y de su actitud.
—No creo que... Está bien, ¿a nombre de quién?
¿Qué era eso, un jodido restaurante?
Simplemente le extendió la tarjeta como si estuviera repartiendo volantes. Bien, eso no estaría sucediendo si se hubiese encargado de reservar con anterioridad y no a último momento. Con suerte encontraría un lugar donde su preciosa Kendall y él pudiesen quedarse, juntos, por supuesto.
—Darren Ford, cárgalo a mi cuenta— espetó, moviendo la mano para apresurarla— ¿Qué habitación?
La chica abrió los ojos desmesurados, de pronto sonrojándose violentamente al ver el nombre y registrar las operaciones. Le entregó la tarjeta con la mirada fulminante, entre avergonzada y furiosa con él, pero, como fuera, la ignoró. Darren levantó una ceja hacia ella al ver que inspeccionaba a Kendall minuciosamente.
—Esta es la llave de la habitación, último piso —fue lo último que le explicó al entregarle una tarjeta oscura.
—Excelente— murmuró fascinado— Que lleven mis maletas a mi habitación— ordenó nuevamente con gracia, como un niño pequeño en una noche de Navidad.
—Gracias, señora— oyó decir a Kendall a la recepcionista antes de seguirle presurosa, haciendo que quisiera rodar los ojos en la infinidad.
—Eres un cretino— lo reprochó tan pronto estuvieron dentro del amplio y lujoso ascensor— Eres como una diva que quiere que hagan todo lo que quiere, debes ser más amable, Darren.
Se encogió de hombros sin darle mayor importancia, aunque probablemente su padre, al enterarse, lo castigara sin coche ni dinero. Había gastado mucho dinero en pocos días como para salir impune de eso. Ya arreglaría cuentas con él, pero, por el momento, se encargaría de pasar un maravilloso momento junto a ella. Se moría de ganas por tenerla a su completa merced por los siguiente días. Kendall sería única y completamente suya, sin nadie que interrumpiera en la pacífica tranquilidad que esa linda castaña era capaz de brindarle.
—Olvídalo, Kendall, no pasa nada —murmuró antes de que, minutos después, las puertas se abrieran frente a ellos para dar paso a una de las últimas instancias.
No tardaron en luego entrar, acomodarse en su respectivo lugar cuando sintió los pasos de Kendall detenerse detrás suyo al llegar a la habitación donde una muy amplia cama yacía en medio.
—Y bien, ¿dónde dormirás tú? —preguntó Wiese curiosa.
Debía ser una broma.
—Aquí, en la habitación que YO reservé.
—Es increíble... —murmuró anonadada sin siquiera prestarle atención a lo que acababa de decirle, más interesada en inspeccionar el lugar.
Era una belleza, era cierto, pero nada del otro mundo. En cambio, Kendall sí que estaba fascinada, corriendo por todo el dúplex y mirando por los ventanales. Parecía una niña en una tienda de juguetes, muy feliz.
—Es tan alto... ¡Ven a ver, Darren, la vista es estupenda!
Tenían la mejor habitación del hotel, claro que estaba fascinante. Pero ya había estado en lugares iguales o mejores incluso. Sonrió, sentado cómodamente con los brazos detrás de su nuca mientras la observaba.
—Lo sé, tengo la mejor vista... —farfulló sin despegar la vista de ella.
Sonrió aún más cuando ella, encantada y mirando todo como si estuviese en el paraíso, iba hacia él para sentarse a su lado.
—¡Es hermoso!
Darren la sostuvo de la cintura y, sin dejarle apenas reaccionar, se inclinó embobado sobre ella para darle el primer beso de su maravilloso viaje.
—Tengo un concepto diferente de lo que es hermoso, preciosa —soltó con diversión.
|...|
Darren sintió cómo ella intentaba quitárselo de encima sin ningún resultado. Había estado encima de Kendall desde que bajaron a la playa y de eso ya casi una media hora. Estuvo muy dedicado besándole el cuello y abrazándola todo el tiempo como para dejarla apenas unos diez minutos libre.
—Darren...
—¿Mmm?— murmuró sobre sus labios donde no dejaba de plantarle besos.
Ella atrapó las manos del chico que no dejaban de deslizarse bajo sus muslos con impaciencia.
—¿No quieres ir al mar?
—No lo creo...— gruñó con fastidio.
Sólo entonces la oyó soltar una bufido exasperado. Lo alejó rápidamente como pudo y Darren apoyó las manos en la toalla para no caerse, aún mirándola desde arriba, cubriendo con su cuerpo la luz del sol. Tenía una vaga idea de lo que ella deseaba pero, aún así, no pudo evitar sentirse fastidiado al recordar lo que había sucedido minutos atrás.
—¿Qué te sucede?
—Lo siento...— gruñó Darren, mirando detrás de su hombro— Habían un par de idiotas que te estuvieron mirando el culo desde que llegaste.