"Solo fue un apuesta"
Se sentía extasiada. Creía ser la mujer más feliz del mundo cuando aquella tarde todo empezó por destruirse al fin, cuando aquel mágico e irreal mundo fantasioso se desvaneció como polvo en el aire. Con la sonrisa amplia y su pecho retumbando de felicidad, tuvo la convicción de no haber amado nunca a nadie como lo hacía con Darren. Le dio todo lo que tan inocente y confiada pudo haberle dado. Había desnudado su alma para dejarlo entrar, para que se hiciera completo y total dueño de su corazón.
Y ese fue el peor error de todos.
Kendall no tenía la menor idea de lo que sucedía cuando aquella tarde regresó a clases. De pronto, como nunca, sentía tener miles de molestas miradas sobre ella todo el tiempo. Pares de ojos la observaban no con envidia ni con furia, sino con lástima y burla.
Pero ello no le importó mucho. Horas más tarde, ansiosa por encontrar a Darren, fue en su búsqueda sin lograr dar con él. Al menos hasta que se dirigió a su entrenamiento.
― Me pareció verlo en el laboratorio de química ―respondió Sam lentamente, lanzándole miradas lascivas y descaradas por todo el cuerpo―. Pero te recomiendo no buscarlo ahora. Está muy ocupado, linda, tiene algunos asuntos pendientes ―soltó casi con lástima, una sonrisa escapándose sin cautela.
Pero ella estaba muy alegre y energética como para dejarse vencer tan fácilmente. No se dejó rebajar por las miradas tan insistentes que hacían que sus mejillas se calentaran de la vergüenza, ni mucho menos por los típicos comentarios malcriados que los compañeros de Darren mencionaban en todo momento cuando la veían cerca. Al contrario, con la barbilla en alto, salió airosa de allí y se encaminó directo a la dirección que le habían brindado. Recorrió los largos pasillos e ignoró las ahora típicas miradas molestas. Empujó hombros y abrió caminos hasta detenerse en un recóndito y desolado pasaje.
La brisa golpeó directamente en su rostro con tanto ímpetu que tuvo que inhalar con fuerza. Pero el atardecer frente a sus ojos, tan hermoso y colorido, la hizo sonreír sin importar nada. Demasiado perfecto como para ser real.
Demasiada felicidad para durar tanto tiempo.
― ¿Qué jodidos hiciste? ―La voz de Ford llegó a ella con poca fuerza, como una exhalación arrancada desde lo más profundo de su pecho.
Con una sonrisa amplia, se giró rápidamente a buscarlo entre la poca luz que lograba iluminar el pasillo sin dar con él.
― ¿Darren? ―murmuró confundida entre suaves risas―. Anda, deja de...
Pero la suave risa femenina, tan aguda y ruidosa, hizo que una corriente helada de miedo se deslizara por su espalda. De una brusca sacudida, sus pies la condujeron a una puerta entreabierta. Entonces se quedó escondida, observando con el corazón latiéndole frenético contra su pecho, tan fuerte y acelerado que temía desvanecerse sobre el suelo al ver aquello que sucedía a metros de distancia.
Su voz quedó atascada en la garganta cuando vio la silueta de Katherine a centímetros de distancia de Darren. Sonriente, acariciaba la nuca del muchacho con suavidad, tan cerca que le dolía ver cómo sus bocas quedaban a centímetros de distancia que, al parecer, él no se molestó en ampliar. Al contrario, con los ojos claros y brillantes, inclinó el rostro sobre la rubia con tanta rapidez que a Kendall incluso le pareció desesperado; peor aun cuando vio aquella mano que muchas veces le había acariciado posarse con delicadeza sobre la pálida mejilla de Katherine Bourne. Y ambos tan juntos, observándose el uno al otro como si nada más a su alrededor existiera, le hizo parecer a una perfecta pareja que ella jamás podría igualar.
―Ya sabes cuál es el trato ―la oyó decir con dificultad sobre la boca del castaño―. Hazlo y tendrás lo que quieres, me encargaré muy personalmente de solucionar tu pequeño problema. Además eso era lo que siempre quisiste, ¿o no? Deshacerte de la estúpida de Kendall y tomarme a mí en su lugar.
Su corazón pareció detenerse en el preciso instante en el que las palabras llegaron a ella como un duro golpe en lo más profundo de su pecho. Tragó saliva con pesadez y, sin poder evitarlo, cubrió su boca con las manos mientras abría los ojos sobre la pareja que cada vez se encontraba más cerca. Un peso le cayó en el estómago y su cuerpo se tensó de tal manera que sentía desmayarse en cualquier momento. Aquello debía ser un error. Es más, por un efímero instante supo, o en realidad deseó, que Darren negaría ello.
―¿A qué demonios viene todo esto? Lo que haga o no con ella no es tu problema, déjala en paz y deshazte de toda la mierda que ocasionaste ―empezó a decir él con desesperación, sacudiéndose el cabello fastidiado―. Esto es tu culpa...
―¿Mi culpa? ―rio Katherine, acercándolo aún más a ella―. Fuiste tú quien aceptó la apuesta. Ya la enamoraste y jugaste con ella por mucho tiempo. ¿Cuándo planeas dejarla tirada? Ese era tu plan después de todo, enamorarla y romperle el corazón. Pues bien, ya te di una pequeña ayuda con...
Kendall tuvo que apoyarse sobre la pesada puerta para no caerse de bruces al suelo por el impacto. Fue igual o peor que sentir que la golpeaban una y otra vez en el estómago, porque de pronto su respiración, ya superficial, se hizo demasiado pesada como para poder controlarla cuando empezó a asimilar lo que estaba sucediendo. Todo a su alrededor estaba incluso tan silencioso que sus oídos le dolían hasta hacerle sumbar la cabeza con demasiada presión.
Casi tuvo la impresión de oír la aguda quebradura de su corazón rompiéndose en miles de pedazos inservibles.
―Kendall...
Y había estado tan ensimismada que muy tarde notó que había logrado captar la atención de la pareja. Dos pares de miradas la observaban con fijeza, una con bura y otra con desesperación. Pero ya era demasiado tarde cuando, sin perder tiempo, Darren estaba al frente suyo, arrinconándola contra la entra para impedirle escapatoria alguna.