Solo una oportunidad
No podía creerle, por mucho que deseaba con todo su ser, algo le imposibilitaba sentir la misma confianza con la que antes le hubiese aceptado a Darren algo con tanta facilidad.
―¿Cuándo? ―rió sin gracia, destilando burla en cada palabra que salía de su boca como dagas―. ¿Cuándo ibas a salir con Katherine a contárselo a todo el mundo? Es que... ―retrocedió aún más―. ¿Por Tyler? ¿Hiciste todo esto solo por Tyler? ―sollozó, meneando la cabeza cuando la verdad pareció golpearle directamente al pecho―. Por Lucy... Dime que no hiciste esto por Lucy Torrance.
El silencio abrumador la sacudió hasta que un nudo se acrecentó en la boca del estómago. Era aún más decepcionante que Darren hubiese empezado jugando con sus sentimientos por una chica que ni siquiera conocía, por discusiones y odio hacia Tyler Wiesse. Le dolía tanto que sus ojos le ardían con fuerza. Quería huir de allí, encerrarse en su habitación y no verlo más. No podía creerle o perdonarle cuando, al final, Darren sí había logrado su cometido. Ella estaba enamorado y se había entregado a él por completo. Se había desnudado ante él en cuerpo y alma, le permitió entrar y había cometido el peor error de todos. Kendall le entregó su corazón y él acababa de hacerlo trizas, despedazó su amor solo por un juego.
―Kendall, tienes que creerme, no quería hacerte daño ―pidió Darren tan descorazonadamente que una helada sacudida la embargó de pies a cabeza. No podía mantenerse tan fuerte cuando lo veía suplicándole algo que ella no podía darle más. Kendall intentó alejarse cuando las manos de castaño envolvieron su rostro, cuando sus labios quedaron a centímetros de distancia y todo lo que pudo sentir fue su corazón latiendo precipitado bajo los insistentes ojos azules de él―. Perdóname ―murmuró agobiado, la tristeza envolvente invadiéndola aún más.
―Darren... ―cerró los ojos un par de segundos y suspiró profundo al tomar una rápida decisión―. No podemos seguir...
―No puedes terminarme. Dios, estoy diciéndote que estoy enamorado de ti. ―soltó a bocajarro mientras envolvía sus manos―. Piénsalo, ¿sí? Dame otra oportunidad y te demostraré para demostrártelo. No puedes dejar que esto que tenemos desaparezca.
No podía tomar una decisión ahora que estaba más confundida, tenía los sentimientos encontrados.
¿Qué se supone que debía hacer?
―Estaré esperando por ti, princesa ―murmuró en su oído antes de depositarle un último beso en la mejilla.
Se había prometido a sí misma alguna vez que nunca dejaría que otro chico pasara por encima de ella. Se había prometido no derramar ni una lágrima más por alguien que le había hecho daño.
|...|
Darren estaba furioso aquella tarde. Sin esperar segundo, condujo veloz hacia la casa de Jace. Se bajó del auto y cerró la puerta de golpe, sin importarle siquiera lo mucho que lo cuidaba. No le importó nada cuando, con un trozo de papel estrujado entre sus dedos cerrados en un puño, golpeó la puerta de los Harries tan fuerte como pudo.
―¡Jace! ¡Jace, ábreme!
Minutos después un rubio fastidiado fue todo lo que tuvo en frente, cruzado de brazos y alto lo miraba desafiante.
―¿Qué quieres, Ford?
―Muévete, Gale.
Empujó al hermano mayor de Jace que le impedía la entrada y buscó a su amigo por todos lados sin dar con él. Estaba intranquilo y deseoso de golpear algo ―o a alguien― después de que Katherine hubiese corrido el rumor por toda la universidad sobre la estúpida apuesta. La odiaba tanto que...
Sus dedos presionaron aún más el pedazo de papel hasta dejarse los nudillos blanquecinos, una chispa de furia irremediable encendiéndose en él al oir la risa burlona y triunfal de Gale quien, con una sonrisa maliciosa, lo observaba apoyado en una de las esquinas del salón.
―Me enteré por ahí de la apuesta que hiciste. Dime... ―sonrió aún más, mirándose el puño como si fuese lo más interesante del panorama―. ¿Qué hiciste con el dinero que Katherine te dio?
―No me jodas, Harries. No te metas con Kendall que no te lo voy a permitir ―escupió sin una pizca de paciencia.
Pero la sonrisa satírica que el hermano de Jace esbozó lo desconcertó por completo.
―Oh, no, si no me estoy metiendo con Ken, no ―aclaró. Y levantó la cabeza lentamente hacia él, fijando los ojos oscuros en él―. Pero fuiste demasiado estúpido para no prever que Bourne haría algo. Pero es mejor así, mi preciosa Kendall es muy demasiado para un niño consentido como tú, quiérelo o no, pero no va a perdonarte jamás.
Fue como un balde de alguna fría cayendo sobre él. Todo él se tensó al oírle y una molestia acunó su pecho de una manera insoportable. Apenas podía asimilar lo que estaba oyendo, asimilando todo lo que Gale acababa de decirle.
¨Mi preciosa...¨
―¿Qué es lo que estás diciendo? ―exigió. Dio pasos hacia él y lo empujó impaciente, desesperado por oír aquello que le taladró la mente repetidas veces.
―No puedo creer que Kendall no te haya hablado sobre mí ―respondió Gale en un murmullo mientras miraba al vacío― Fui su primer novio ―suspiró― Y fui un verdadero idiota con ella. La perdí por una tontería mía y no tienes idea de cuánto me arrepiento porque, mierda, jamás me lo va a perdonar. No tengo ninguna oportunidad con ella de nuevo.
Presionó los puños. La sola idea de Gale hiriendo a Kendall le llenaba de una furia que hacía mucho no tenía. Quería golpearlo y muy fuerte. Pero, sobre todo, estaba ya demasiado sorprendido por ello. ¿Cuándo Gale Harries y SU Kendall estuvieron saliendo? Jace ni siquiera se lo comentó aquella tarde que hicieron la tonta apuesta de la que tanto se arrepentía.
―¿Qué jodidos le hiciste?
¿Por qué diablos Jace no le había dicho nada sobre eso? Estaba convencido de que su amigo había tenido que saberlo, eso quizá hubiese evitado ciertos problemas que ahora debía pagar. No podía soportar la idea de él rompiéndole el corazón a Kendall por segunda vez. Ella era todo lo que quería, todo aquello que deseaba proteger. Quería poder llenarla de besos y abrazarla en las noches, apretujarla contra su cuerpo mientras el delicioso aroma que la castaña desprendía lo envolvía hasta aturdir sus sentidos. Esta tan perdido por ella que no hacía más que recordarla observándolo con lágrimas retenidas en los ojos. Su corazón parecía haber dejado de latir cada vez que recordaba una y otra vez la penuria que la embargó, los ojos marrones fijos en él con un puchero en los labios lo atormentaba con cada día que trascurría. Quería darle tiempo, pero no soportaba la idea de alejarse ella, de que siguiera pensando que no la quería cuando él en realidad creía amarla.