El uniforme de Kensington Hall era sencillo, pero elegante. Este estaba compuesto por una camisa negra con mangas poeta y presentaba un bolsillo del lado izquierdo, donde estaba bordado la insignia de Kensington Hall, la falda de color gris era una mezcla entre una falda clásica y un portafolio. Dirigí mi mirada hacia mis pies, que se movían algo temblorosos debido a los altos stilettos negros que llevaba en mis pies como parte del uniforme, eran hermosos, aunque difíciles de llevar, había practicado por una semana para poder manejarlos.
—Te ves hermosa —Elogió Paty sentada en mi cama—. Pareces una verdadera princesa. Es que el uniforme es maravilloso y la tela es espectacular —agregó ella con emoción.
Mi amiga era una fanática de la moda, después del periodismo, aquello era su actividad favorita y luego venía su gran interés por la realeza. Era una mezcla extraña, pero atractiva, Paty podía hablarte de cualquiera de aquellos temas de manera muy increíble, e incluso lograba combinarlos cuando se lo proponía. Ella podría haber sido modelo, con su estatura de 1.75, su figura delgada, cabellos rubios y rostro muy agraciado, pero había preferido centrarse en su carrera de periodismo, antes que nada, algo más duradero que la moda.
—Estoy muy feliz por ti, Deborah —dijo dándome un fuerte abrazo.
Paty era la mejor amiga del mundo y la única que tenía, en realidad. Mis constantes mudanzas me habían hecho perder muchos amigos, o simplemente, decidir no hacerlos para no apegarme a nadie y luego tener que separarme. Ahora todo era diferente, llevábamos tres años en la mansión y parecía que nos habíamos asentado en aquel lugar, y aunque hubiese querido evitar tomarle cariño a Paty, eso habría sido imposible, era demasiado dulce y extrovertida; desde el primer instante se había vuelto mi mejor amiga y casi una hermana.
Mi mirada se desvió hacia mi madre, que se hallaba sentada en su cama examinándome de arriba abajo. Sin decir nada se acercó a mí, bajó un poco mi falda, estiró mi camisa y pasó una mano por mi pelo suelto para alisar algunos cabellos rebeldes.
—¿Llevas todo? —preguntó mamá mirándome con ojos preocupados.
—Sí, ya recogí todo —respondí con un asentimiento.
No sabía si mi madre había aceptado mi entrada en Kensington Hall, pero al menos parecía haberse resignado a que aquello sucediera.
Finalmente tomé mi mochila negra, la cual había comprado con mis ahorros para este momento en especial, y Paty me ayudó con una de mis viejas maletas. En mi camino hacia la salida me despedí de todos con los que me encontraba, quienes con una sonrisa de alegría me deseaban lo mejor en mi nueva escuela.
En el exterior me esperaba una limusina enviada por Kensington Hall, era como un sueño perfecto.
—Señorita Beltrán —saludó el chófer. Era un hombre alto de cabellos negros canosos, ojos de color caramelo y un uniforme completamente negro.
—Buenos días —respondí con una sonrisa mientras mi corazón latía a mil por hora.
El chófer tomó mis dos maletas para guardarlas en el maletero y yo aproveché para darle un abrazo a Paty y otro a mi madre.
—Te voy a extrañar, mamá —susurré sin dejar de abrazarla.
—Llama todos los días —pidió ella con voz ahogada.
Miré nuevamente la Mansión Condelword y con un gesto de la mano me despedí de mi madre y subí al auto con ayuda del chófer, quien ya sostenía la puerta abierta. El interior de la limusina era espacioso e íntimo, con un asiento en forma de L y lo que parecía un pequeño bar, que se hallaba a un costado del auto.
Al salir de la Mansión Condelword varios periodistas intentaron interceptarnos, pero el chófer aceleró dejando a los periodistas sin otra opción que apartarse del camino. La mansión quedaba a las afuera de la ciudad, por lo que me becaría en Kensington Hall, debido a la lejanía. Me preguntaba cómo serían las habitaciones allí o si tendría una compañera de cuarto, me sentía algo ansiosa, era la primera vez que me separaba de mi madre.
Más periodistas nos esperaban en la entrada a Kensington Hall, pero, quedaron sin oportunidad cuando el auto entró a toda prisa en la escuela. La limusina frenó suavemente justo frente a la escalinata del palacio del rectorado, donde me esperaban la directora y el príncipe William, quien llevaba el uniforme de la escuela compuesto por un traje de color gris con una camisa negra bajo su saco, una ropa elegante sin duda, además, el príncipe la portaba con gran distinción.
El chófer bajó del auto, lo rodeó con un pequeño trote y abrió la puerta al tiempo que su mano derecha se extendía para ayudarme a bajar. Sentí como mis pies se tambaleaban al levantarme ya fuera del auto, sin embargo, pude controlarlo.
—Alteza, Lady Brinsgtor —saludé haciendo una reverencia hasta donde mi pierna le fue posible llegar debido a la falda y sobre el único tacón que aún se mantenía completamente en el suelo—. Es un placer estar aquí.
—Bienvenida, señorita Beltrán, nos complace recibirla —anunció la directora mientras me reincorporarse de la reverencia—. Por favor, sígame. —Emprendió la marcha hacia el interior del imponente palacio.
El príncipe se hizo a un lado dejando pasar a la directora y con un gesto de su mano me hizo entender que yo también debía pasar, era todo un caballero. Miré hacia el auto y me cuestioné que harían con mis maletas, pero no me atreví a preguntar.
Mi vista no sabía a dónde ir al entrar en aquel lugar, deseaba escudriñar cada detalle del palacio. A diferencia del otro, donde había hecho la prueba, este era mucho más lujoso, con paredes llenas de detalles dorados, que sobresalían de las paredes blancas, y alfombras sumamente elegantes compuestas por patrones que formaban figuras muy artísticas. La Mansión Condelword no tenía comparación, si aquello era lujo, Kensington Hall era un cuento de hadas y no quería que nadie me despertase de él.
—Kensington Hall fue creada unos años antes de nuestra separación del imperio británico, para ser más exactos, en el año 1942 —Comenzó a narrar la directora, aunque aquello ya lo sabía, me gustaba mucho estudiar historia. Kensington Hall había comenzado a construirse en aquel año y con el tiempo se había ido modernizando hasta llegar a ser la escuela que era. Había sido uno de los principales sustentos de nuestra pequeña isla tras la separación del imperio británico, hasta que se descubrieron la existencia de minerales y piedras preciosas, que harían de Frionia un país próspero—. El objetivo de nuestra escuela es formar a los máximos líderes de la nobleza, pero también educamos a los hijos que no han de heredar título en carreras como el derecho, periodismo político, política exterior y otras relacionadas con el gobierno. Nuestra escuela les asegura su paso por todos los niveles de enseñanza, desde el kínder hasta su graduación en la universidad —explicó la directora mientras tomábamos uno de los pasillos para comenzar un pequeño recorrido.