Al abrir la puerta de mi habitación, mis piernas flaquearon, eso no era una habitación sencilla, sino, una suite. La estancia era enorme y de color blanca con algunos detalles dorados, al entrar había un muro que dividía el cuarto de la entrada y después de este había dos escalones que dirigían hacia el cuarto. Me quité los tacones dejando mis pies adoloridos en contacto con el suelo frío y solté un suspiro de satisfacción por tener alivio en mis pies. Subí los escalones hacia la habitaciones y levanté mi mirada al techo, en el cual colgaba un candelero de cristal adornado por alrededor con tela azul.
En una esquina de la habitación había una gran mesa blanca que tenía un espejo ovalado con adornos a su alrededor, y en el medio del salón se encontraba una enorme cama vestida de azul con varias almohadas de diferentes tamaños, esta se encontraba sobre una mullida alfombra blanca, y la cabecera de la misma tenía diseños como el del espejo.
La suite también tenía una enorme ventana que se extendía por toda la pared, cubierta por cortinas largas que se encontraba recogidas y junto a la ventana había una mesa blanca que presentaba varias gavetas a conjunto con una cómoda silla. La habitación era hermosa y para alguien que no había gozado de grandes privilegios era más de lo que podría haber soñado alguna vez.
Una vez dejé de husmear por toda la habitación, llamé a Paty, ella tenía que verla, se moriría de envidia. El teléfono solo dio un timbre antes de que el rostro de mi amiga apareciera en la pantalla.
—Deborah, ¿qué haces? —inquirió Paty.
—Estoy en mi habitación —respondí con una sonrisa.
—¡Muéstramela ahora mismo! —exigió.
Sin más demora puse la cámara trasera para que pudiera ver la habitación. Mi amiga pegó un grito con cada detalle, desde las cortinas del gran ventanal, pasando por la enorme cama, el gigantesco vestidor y terminando en el espacioso baño. Sin duda todo en aquella habitación desbordaba lujos.
—Es todo enorme, Deborah —comentó ella cuando salí del baño, a Paty, ya se había sumado mi madre, quien parada tras mi amiga miraba todo sin decir nada—. Por favor, llévame un día, aunque sea a escondidas —pidió Paty casi suplicando.
—Está bien —respondí con una sonrisa, no podía negarle nada a ella, así, me metiera en problemas.
Llamaron a la puerta, por lo que dejé el teléfono sobre la cama y me dirigí hacia la entrada de la habitación. Al abrir me encontré con dos hombres de posturas extremadamente rectas, vestidos con casacas rojas y pantalones blancos.
—Buenos días, señorita Beltrán —saludaron ambos guardias haciendo una pequeña reverencia —. El príncipe le envía estos presentes para la entrevista —añadió uno de ellos levantando una percha que tenía un protector para ropa.
Me quedé por un segundo sin saber qué decir, no me esperaba aquello, ni siquiera me había preguntado qué llevaría a aquella entrevista.
—Sí, claro, pongan todo sobre la cama —respondí aún algo anonadada.
Me hice a un lado y ambos guardias entraron en el lugar, el primero dejó la percha sobre la cama y el segundo varias cajas de diferentes tamaños.
—Muchas gracias, que tengan buen día —dije cuando ambos pasaron junto a mí.
—¿Qué entrevista es esa Deborah? —inquirió mamá cuando retomé la llamada— ¿Es necesario que vayas?
Ahí estaba de nuevo su tono de disgusto, que tanto daño me hacía. ¿Por qué no podía alegrarse por mí y ya?
—Sí, mamá, es necesario que vaya, porque es una entrevista sobre mi entrada a Kensington Hall —respondí con tono de cansancio, y sí, estaba agotada de aquella discusión—. Me tengo que ir.
—¿No me vas a enseñar la ropa? —dijo Paty con un puchero.
—Te la mando por fotos. Adiós —contesté antes de colgar la llamada.
Solté un sonoro suspiro. Si hubiera seguido adelante con aquella llamada, habría discutido con mi madre y no era lo que deseaba.
Dejé el teléfono sobre la mesa y fui hasta la cama con curiosidad. En la percha encontré una tarjeta al abrir el protector, en donde, al final de la misma, aparecía el sello real junto a la firma del príncipe William.
"Espero que le guste el vestido
WV"
Saqué un vestido negro con un escote de barco, el cual era blanco y la falda era acampanada, que llegaba un poco más abajo de las rodillas. Era muy sencillo, pero sumamente elegante. Dentro de las cajas encontré accesorios para el vestido, en la más grande hallé un par de tacones stilettos negros con unas flores blancas; también encontré en otra caja un pequeño bolso negro y en la más pequeña había un par de aretes, los cuales consistían en dos mariposas negras, que terminaban en una gota blanca, estaban hermosos. Sonreí ante tales regalos y me dije que debía darle las gracias al príncipe cuando lo viera, por haberse tomado la molestia de comprar aquello para mí.
Después de volver a guardar todo cuidadosamente en el closet, aproveché mi día para organizar mis accesorios en el closet, aunque era más un vestidor, un pasillo de un metro con gavetas y perchas por todos lados. Había escogido mis mejores ropas, pero comparado con aquel vestido, parecían demasiado sencillas.
También revisé mis horarios, los cuales estaban plagados, pues en la mañana tenía clases de la universidad, pero en las tardes debía dar clases con los de primaria, sobre baile, modales en la mesa, etiqueta y un sinfín de cosas, que debía aprender, pues, según me habían explicado, pertenecía a la nobleza, aunque no portara un título nobiliario. No entendía en que categoría me colocaba esa decisión, pero suponía que en el rango entre los plebeyos y los hijos sin títulos de la nobleza.
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Cuando dieron las cuatro y media, me metí en la ducha, que nada tenía que ver con ninguna de las que hubiera probado antes, por lo que me extendí media hora disfrutando del agua caliente y del olor tan agradable del gel de baño. Una vez salí, me puse el vestido, el cual, me quedaba perfecto, no sabía como el príncipe había acertado con la medida, pero había sido muy exacto. Procedí a hacerme un peinado en cascada. Me puse los aretes frente al espejo y sonreí satisfecha con mi imagen. Por último me puse los zapatos, los cuales, eran tan altos como los de la escuela.