Ariana resultó ser una chica muy simpática y diferente a los chicos, que el día anterior me habían observado como un bicho raro. Era una chica muy amable y extrovertida, que solo conociendo mi nombre me había invitado a sentarme en el pupitre que se encontraba junto al suyo. Ella era una chica de tez clara con cabello castaño ondulado, ojos color café, labios rosados, en los que aparecía una sonrisa constantemente. Además, poseía una figura delgada y una estatura menor que la mía, la cual era de 1.65.
Las primeras clases estuvieron interesantes, pues había comenzado con Introducción al Derecho, asignatura que desde el primer momento me hizo darme cuenta que estaba en la carrera correcta. Por otro lado, Ariana escuchaba las explicaciones de los profesores con el aburrimiento reflejado en sus ojos.
—¿No te gusta la carrera o las explicaciones del profesor? —Me atreví a preguntar mientras nos dirigíamos al comedor.
—No me gusta la carrera —respondió de forma tajante, sin dar rodeos—. Este es el plan de mi padre, no el mío, yo solo deseaba tocar el piano o cantar, pero él definió mi futuro sin darme más opciones. Tengo tres hermanos mayores, pero aún así me trata como si fuera su heredera —explicó ella con una expresión de fastidio.
—Te comprendo muy bien —contesté sin argumentar mi respuesta.
Mi madre también deseaba trazar mi futuro, a pesar de no querer desobedecerla, había tenido que poner un pare a sus deseos. Imaginaba que para Ariana aquello era mucho más difícil, aunque, quién sabía, podía terminar gustándole el derecho, después de todo, habían sueño, que, en los seres humanos se volvían efímeros con el paso de la vida.
—Quizás solo intenta darte lo mejor. —Intenté buscar el lado positivo de la situación.
—Se nota que no conoces a mi padre —respondió ella negando con la cabeza.
Era cierto que no lo conocía, pero no creía que un padre fuera tan cruel como para imponer a su hija sus deseos sin pensar en lo mejor para ella. Mi madre, a pesar de su rechazo hacia mi elección, solo quería mi bien, por eso se la pasaba recordándome siempre la línea que existía entre los ricos que estudiaban en Kensington Hall y yo. De hecho, si viera como era mi relación con Ariana, se enojaría por haber cruzado aquella línea impuesta por la sociedad.
Después del almuerzo tomé mi camino hacia el palacio, donde residía la escuela primaria, pues allí recibiría las clases de baile, sin dudas me sentiría rara entre tantos niños. Encontré el salón luego de preguntarle a varias personas por este. En la estancia fui recibida por una amable mujer de unos treinta años y esta me indicó mi número de casillero para que fuera a cambiarme de ropa. Tomé un pasillo, que estaba dentro de la misma sala y encontré dos puertas, una a cada lado del pasillo para finalmente abrir la que tenía un símbolo de una mujer. Dentro hallé una pared con una larga fila de casilleros y al otro lado habían varios cubículos. Junto al casillero habían varias niñas, la mayoría de edades chicas, unos cuatro a cinco años. Las niñas me miraron con extrañeza, pero intenté no hacer caso a sus miradas curiosas y me dirigí hacia mi casillero.
Salí al salón luego de ponerme un leotar negro de mangas cortas con una pantaloneta y una zapatillas de baile. Las tres prendas contenían el escudo de Kensington Hall como toda la ropa de aquella institución. Junto a la profesora se hallaba un chico que reconocí rápidamente, pues durante el almuerzo había ocupado el lugar junto al príncipe William. Él era un hombre de cabellos tan oscuros como los míos, ojos cafés y piel asoleada, además presentaba una figura esbelta, que lo delataba como miembro de la aristocracia. Su mirada se posó en mí y allí se mantuvo por un largo rato, hasta que se desvió hacia los otros niños; en total eran una veintena, entre hembras y varones.
Cuando estuvieron todos, la profesora se presentó como la señorita Walters y al chico que estaba en su lado lo presentó como Lord Derek Dileono, su ayudante. La profesora comenzó la clase, aprenderíamos los pasos básicos de vals. Comenzamos aprendiendo los pasos básicos del vals, los cuales eran bastante fáciles al marcarlos en el lugar, pero cuando la profesora nos enseñó como se baila en pareja me asusté un poco, no parecía tan difícil, pero mis pies a veces no se combinaban con las órdenes de mi cerebro, era por eso que nunca me había arriesgado a bailar. Todo empeoró cuando la maestra ordenó que buscáramos a alguna pareja, los niños se unieron a alguien más, mientras me quedaba quieta en mi lugar sin saber qué hacer.
Enseguida la profesora me emparejó con Lord Dileono y me quedé un instante sin saber que hacer hasta que sentí como mi pareja colocaba una mano en mi cintura y tomaba la otra, por instinto coloqué mi mano libre en su hombro. Nos quedamos sin movernos mirándonos a los ojos, él tenía unos ojos evaluadores y arrogantes, en ellos veía prejuicios parecidos a los que había visto en otros chicos en la escuela.
—2,3 y… —contó la profesora para que comenzáramos a marcar el paso, y esto hizo que dejara de mirarlo a los ojos para fijarnos en mis pies.
Comencé a moverme junto a Derek Dileono mientras mi mirada se mantenía fija en el movimiento de mis pies hasta que mis movimiento se volvieron más mecánicos.
—¿Por quién has venido? —inquirió la voz altanera de Derek.
Levanté mi mirada hacia él y en sus ojos pude ver un secreto que él parecía conocer y yo no.
—¿Disculpa? —dije sin entender a qué se refería.
—Con quien deseas casarte para subir de nivel social —respondió con un tono arrogante—. Debes tener a alguien en la mira para presentarte a esta escuela —añadió y aquello me hizo hervir la sangre, cómo se atrevía a decir aquello, quién se creía él para saber mis razones de entrada a Kensington Hall.
—No deseo casarme con nadie, estas muy equivocado en ello —contesté lanzándole una mirada de odio. Era un ser indeseable, no sabía cómo se encontraba sentado junto al príncipe William durante el almuerzo.
Intenté separarme de él, pero tropecé al inténtalo; sin embargo, no caí al suelo, fui sujetada por Derek y mis manos por instinto se sujetaron a su cuello.
Él me dedicó una sonrisa de medio lado.
—¿Esto formaba parte de tus sueños? —interrogó Derek mientras me observaba desde su posición.
Le dediqué una mirada de odio y cuando me reincorporé, me solté de su agarre y me alejé dando un paso atrás. La profesora tenía sus ojos puestos en nosotros, pero finalmente los desvió hacia sus pequeños alumnos y dio la clase por terminado.
Le lancé una mirada de desprecio a Derek antes de pasar por su lado. Una vez me cambié de ropa salí del hacia el salón, donde se encontraba la profesora.
—Señorita Beltrán, manténgase alejada de las personas de esta escuela, usted no pertenece al mundo de ellos —dijo la profesora cuando pasé a su lado.
—Lo sé —respondí antes de salir del salón.
Mientras mi padre siempre me había hecho soñar con los cuentos de hadas como Cenicienta, mi madre se había dedicado a recordarme que la realeza era un mundo diferente al mío. Sabía que aquellas personas no pertenecían a mi mundo, ni yo al suyo, pero, aún así, me preguntaba por qué existían mundos si todos vivíamos en el mismo planeta, por qué la vida de alguien debía estar por encima de la otra.
De repente el relinchar de un caballo me sacó de mis pensamientos. Un caballo blanco, con una crin brillante, se acercaba siendo montado por el príncipe William.
—Su Alteza —saludé haciendo una reverencia cuando el caballo llegó hasta donde me encontraba.
El príncipe William bajó de su caballo con gran agilidad y elegancia. Al mismo tiempo, yo me reincorporé de mi anterior posición.
—Buenas tardes, señorita Beltrán —saludó el príncipe con cortesía— ¿Qué tal su primer día en Kensington Hall? —añadió mientras acariciaba suavemente.
«Aparte de que un chico me molestara, todo bien», pensé en responder por un instante.
En vez de eso respondí: —Muy bien, Alteza, Kensington Hall superó mis expectativas.
—Me alegra mucho de ello —dijo el príncipe William con una pequeña sonrisa algo forzada.
Desvié mi mirada del príncipe hacia el precioso animal, me acerqué a él y lo acaricié suavemente, como solía hacer cuando cuidaba de los caballos en la mansión de los Condelword.
—No sabía que aquí habían caballos —comenté con entusiasmo— ¿Podría acompañarle a pasear?
El príncipe me miró asombrado, pero finalmente dio un ligero asentimiento.
—Está bien, vamos a los establos —respondió.
El príncipe tomó las riendas de su caballo para dar la vuelta y nos dirigimos hacia los establos. Estos estaban a dos calles de los castillos que componían la escuela, eran en forma de herradura, con un estilo muy diferente al resto, un poco más rústico con un portal hecho con un tejado de madera, al igual que las puertas de las caballerizas y unas columnas de ladrillos sostenían dicho techo. Recorrí cada una de las caballerizas observando los caballos uno por uno, hasta que me detuve frente a uno de un color marrón brillante, aunque, debía decir que todos estaban muy bien cuidados.
Acerqué mi mano suavemente hasta el animal, y este me permitió acariciarlo, era hermoso.
—Su nombre es Hada —comentó el príncipe que se encontraba a mi espalda.
—¿Conoce los nombres de todos los caballeros? —inquirí volteando mi cabeza hacia él, quien se encontraba apoyado en una columna.
—Algunos sí, como Pegazo y Hada —respondió señalando el caballo que tenía en frente de si y el que se encontraba esperando por él afuera de las cuadras.
Sin poder evitarlo solté una risita, que captó su atención.
—Pegazo me parece un nombre infantil para un caballo —respondí a modo de explicación.
—Se lo puse cuando tenía 10 años, claro que es infantil —respondió él a la defensiva con tono molesto.
Al mencionar aquella edad, no pude evitar intentar imaginarlo cuando era un niño, pero me era imposible. No podía pensar en un niño de apenas 10 años, lo único que se me ocurría era su porte firme y su mirada fría, todo lo contrario a lo que un niño podía llegar a ser.
Finalmente el príncipe, llamó al mozo para que ensillara a Hada. El príncipe William, como todo un caballero me ayudó a montar en la yegua, lo que no fue muy sencillo, pues los tacones hacían que subirme a aquel animal no fuera tan sencillo. Luego salimos de los establos con un trote suave.
Kensington Hall era mucho más grande de lo que había pensado, o de lo que podía verse desde la distancia. Luego de los edificios de la escuela, algo más alejada y escondida, se encontraba un edificio menos majestuoso, y el príncipe me informó que aquel era un gimnasio. A medio kilómetro encontramos la entrada hacia un laberinto de paredes hechas de arbustos. La vista desde allí era hermosa, solo había naturaleza a nuestro alrededor, la hierba verde llenaba nuestros ojos y el hermoso cielo casi despejado nos acompañaba terminando de cerrar el paisaje. Miré atrás, hacia el recorrido de tierra que habíamos hecho, con los árboles altos como gigantes a nuestro lado, formando lo que parecía un túnel hasta aquel sitio.
Bajamos de nuestros caballos y los dejamos amarrados a uno de los árboles para encaminarnos hacia la entrada del laberinto. Por un instante me pregunté si no estaría invadiendo el espacio del príncipe al ir hasta ese lugar, que parecía tan privado, pero ya había llegado hasta allí y tenía curiosidad de saber que encontraría al final.
Después de doblar dos veces dentro de los pasillos de paredes verdes llegamos a lo que parecía un pequeño parque. Poseía un piso de baldosas y en el centro una fuente redonda se encontraba en el medio, pero ya seca y unos bancos adornaban. Además de algunas enredaderas y un pequeño, pero frondoso árbol, en donde descansaba un banco bajo su sombra.
—Es hermoso —comenté observando todo a mi alrededor maravillada.
Había visto en muchas películas como los laberinto conducían a lugares mágicos o simplemente parecían misteriosos. Siempre habían atraído mi atención y ahora podía disfrutar de uno.
—Es mi lugar favorito en Kensington Hall —confesó el príncipe señalando aquel lugar—. Mientras todos prefieren sus jaulas de concreto, yo disfruto de pasar tiempo alejado de la multitud y el bullicio.
—Es un lugar precioso para alejarse de todos —respondí levantando los brazos para señalar el lugar que nos rodeaba—. Lástima que pocos puedan apreciarlo, porque pasan la vida corriendo de un lugar a otro, pero a veces deberíamos darnos el tiempo de observar la naturaleza.
Detenerme a contemplar el paisaje era para mí algo que estaba saboreando después de mucho tiempo, por lo que incluso, ver volar a las aves en el cielo era un lujo que aprovechaba cada vez que podía. Si tan solo las personas pudieran levantar sus miradas, se darían cuenta que la vida era mucho más que problemas, trabajos y deudas que pagar. Si se dignasen a mirar más allá de su dinero acumulado, no existirían diferentes mundo en un mismo planeta.
—Quería decirle que me gustaron mucho sus palabras en la entrevista —comenté después de un rato—. Lo que expuso acerca de su decisión de incluir a plebeyos aquí me pareció fantástico, es algo que dice mucho de usted y de que rey será.
El príncipe pareció sorprendido, aunque hizo todo lo posible por evitar que se le notara y finalmente dijo en un susurro:
—Gracias, señorita Beltrán.
—Por favor, llámame Deborah —pedí con una pequeña sonrisa. Se me hacía muy raro que me llamara de aquella forma, me hacía sentir vieja.
—Está bien, Deborah —respondió él con un asentimiento de la cabeza.