Pasé el gloss por el labio inferior y me miré al espejo, estaba satisfecha, era un maquillaje sencillo, pero era a lo que estaba acostumbrada. Paty era quien me había enseñado a aplicar la base, los correctores, pero antes de aquellos detalles sólo sabía ponerme un pintalabios mal escogido.
Me giré de un lado y de otro para asegurarme que mi pelo azabache hubiese quedado bien en aquella cola alta, y a continuación revisé que no tuviera ni una arruga en mi ropa. Me sentía rara llevando una pantaloneta y zapatos de tacón bajo después de llevar tanto tiempo usando el uniforme de la escuela. Sabía que no era la ropa que se acostumbraba llevar a una boda, pero necesitaba sentirme yo por un día, porque tenía la sensación que poco a poco había sido absorbida por Kensington Hall.
Tocaron a la puerta y salí casi corriendo hacia ella. Al abrirla me encontré con un señor cuya edad se reflejaba en las canas que comenzaban a notarse en su cabello oscuro. Llevaba un traje negro que lo envolvía desde los tobillos hasta el cuello, dejando solo a la vista su cabeza y manos.
—¿Es usted la señorita Deborah? —inquirió con un tono de voz grave mientras sus gestos se mantenían serios.
—Sí...soy yo —dije con un asentimiento de la cabeza.
—El príncipe la está esperando abajo —anunció el señor.
¿El príncipe ya me esperaba? Miré mi reloj de muñeca, efectivamente eran las 3 y 31.
Pedí un minuto a aquel hombre y fui hacia el interior de mi cuarto para tomar mi cartera. Llevaba el dinero, el teléfono, algo de maquillaje por si necesitaba un retoque y el regalo de los novios. Bien, todo estaba listo, al parecer no se quedaba nada.
Salí de la habitación para seguir a aquel hombre que se veía similar a un espía de película. Mientras avanzaba por el pasillo podía sentir las miradas de mis compañeros, estaba un poco cansada de aquellos ojos que no paraban de juzgarme como si ellos fuesen perfectos o que me observaban como un bicho raro. ¿Qué tenía que hacer para que me dejasen en paz de una vez?
Finalmente llegamos a la salida, donde nos esperaba un coche negro. El hombre que me había acompañado hasta allí, se apresuró a abrirme la puerta trasera del coche. Una vez dentro de este me invadió un olor de flores, pero no era un olor dulce, sino uno un poco más fuerte, me encantaba.
—Buenas tardes, Deborah —saludó un chico a mi lado. Su cabello color negro le caía hasta sus ojos claros.
—¿Alteza? —dije con confusión.
Si no hubiese visto sus ojos, posiblemente me hubiese costado reconocerle más tiempo. Ahora que sabía que era él me di cuenta de que no había cambiado mucho. Llevaba un traje gris con un corbata negra, su postura era la de siempre, la única diferencia era aquella peluca. Realmente para quien lo hubiese visto como yo, era el príncipe con una peluca, pero para las personas que solo lo habían visto por televisión o de manera fugas, podía tratarse de otra persona.
—No podía ir a la boda siendo el príncipe o los novios tendrían que salir huyendo de los paparazis —explicó.
Tenía bastante sentido, era algo en lo que no había pensado, nunca me había tenido que esconder de nadie, a diferencia del príncipe. Muchos deseaban ser reconocidos por el resto del mundo, pero lo bueno de mantenerse en las sombras era que podías hacer cualquier cosa sin esconderte o tener que estar atento a las personas.
—¿A dónde vamos, Alteza? —inquirió el chófer, por un instante había olvidado que él estaba allí.
—La dirección es la de la invitación —respondió el príncipe pasándole la invitación.
Vi como el chófer la leía por unos minutos y después se la devolvió al príncipe. A continuación el auto se puso en movimiento. Me permití observar el vehículo con disimulo; aunque este por fuera era negro, por dentro tenía un tapiz de un color crema que cubría los asientos. Delante estaba el asiento del chófer y copiloto. Entre estos había un espacio bastante amplio hasta los asientos traseros, entre los asientos delanteros y traseros comenzó a aparecer una separación que aisló al conductor de nosotros. Fijé mi vista en el príncipe y vi que tenía un mando en sus manos que finalmente dejó en un compartimento de la puerta.
—El señor Clasten suele ser discreto, pero siempre me gusta tener mi privacidad —explicó cuando se giró hacia mí. Yo simplemente asentí. Él era el príncipe, estaba bajo el escrutinio diario y merecía tener aunque fuese solo un momento de privacidad—. Te ves muy diferente a como estoy acostumbrado —añadió examinándome de arriba a abajo.
—¿Me veo mal? —inquirí intentando no parecer insegura, aunque aquel comentario removió mi estómago. Tal vez este se había trasladado a dónde estaban mis pulmones y por ello me costaba respirar mientras esperaba la respuesta del príncipe.
—No, estás hermosa. Ser diferente no es sinónimo de fealdad —contestó negando con la cabeza y sentí que volvía a respirar.
Para mí, que había vivido en tantos lugares diferentes, intentar adaptarme al resto había sido todo un reto, pues, aunque, siempre se promocionaba la diferencia, cuando decidían hacerlo, las personas podían llegar a ser crueles. Lo bueno de haber vivido en tantos lugares de Frionia es que había adquirido una gran cultura general del país.
—Gracias, Alteza —respondí con una sonrisa.
—Por favor, Deborah, por hoy soy solo William.
—Está bien...William —Decir su nombre fue algo extraño, pero a la vez quería volver a repetirlo en voz alta.
*****
Llegamos a la Iglesia a las cuatro, aunque aún la boda no comenzaba. Era la primera boda a la que asistía, pero por la experiencia que tenía de series televisivas, era normal que se atrase la ceremonia. En la puerta de la Iglesia se encontraban Fabricio y sus dos hijos. El chófer abrió primero la puerta de William y luego la mía. El príncipe enseguida me ofreció su brazo y yo me agarré a él para ir a saludar a mis amigos.
—Deborah —exclamó Fabricio con una sonrisa.