—¿Quién es Susan Calet? —preguntó Ariana a mi lado.
—Es la hija menor del Duque de Condelword —respondí mientras nos acercábamos lentamente a la multitud. No sabía que Lady Calet fuera tan popular.
Entre las personas que allí se encontraba, pude ver el objeto de la atención de todos. Era una mujer de cabellos negros, ojos café, labios voluptuosos y tez blanca como la nieve, no había cambiado mucho después de su viaje.
—Es hermosa —comentó Ariana, quien intentaba pararse en puntillas para ver por encima de los demás, era la desventaja de no llevar tacones.
Sí que era bella aquella chica. No conocía mucho de la personalidad de Susan, pues parecía querer mantenerla oculta tras una sonrisa o una mirada de indiferente. Todos los hombres en la Mansión Condelword la describía como una mujer de mirada irresistibles y piel de porcelana. Bueno, casi todos, pues Gérard, su fiel guardaespaldas, comentaba todo lo contrario, para él era una mujer caprichosa y malcriada. Ellos se conocían desde pequeños, así que, imaginaba que la conocía bien. No me sorprendería, si aquello era cierto, la mayoría eran así.
Le hice una señal a Ariana para que fuésemos a por nuestra comida. Ya había matado suficiente la curiosidad, en ese instante mi estómago me gritaba que matara el hambre. Cuando emprendimos la marcha hacia nuestra mesa mi pie chocó contra algo en el suelo y antes de que pudiese corregir mi caminar, caí estrepitosamente al suelo. A duras penas tuve el tiempo suficiente para soltar la bandeja, que cayó muy cerca de mí, y ayudar a que el impacto no llegase a mi rostro.
Antes de que pudiese recuperarme de mi caída, un dolor agudo perforó mi tobillo derecho, tan intenso que borró cualquier otra sensación.
—¿Cómo te atreves a pasar sin saludar, Mal Vestida? —escuché una voz femenina y algunas risas que siguieron después de ella. Eran risas llenas de falsedad, no había diversión en ellas, solo deseos de molestar y de seguir la rima al grupo.
No deseaba contestar; no tenía fuerzas ni ánimos para hacerlo. En aquel momento solo deseaba regresar a mi habitación o a mi casa y que mi madre me abrazara. No era que la situación fuese la más terrible de todas, pero estaba cansada de luchar, quería solo descansar y estudiar sin que las personas me molestaran.
—¡Basta! —exclamó una voz femenina diferente a la primera que había hablado y de repente las burlas cesaron—. ¿Les parece gracioso hacer esto? Pues no lo es ¿Acaso les gustaría que se los hiciera? —Levanté mi mirada del suelo y pude ver a Susan Calet frente a mí.
Me quedé paralizada, por qué Susan Calet, de todas las personas, era quien estaba frente a mí. Hubiera esperado encontrarla en el bando de los abusadores riendo por mi desgracia, nunca defendiéndome. Parada frente a mí parecía un escudo para protegerme de ellos.
Ariana se acercó a mí tan rápido como pudo y se arrodilló a mi lado. Intentó ayudarme a levantarme, pero ni siquiera pude levantarme. Enseguida que moví mi pie derecho, el dolor agudo aumentó de nivel a una escala que me parecía insoportable, provocando que soltara un quejido de pura agonía. Susan se giró hacia mí.
—¿Qué te sucede? —inquirió agachándose frente a mí. Parecía estar…preocupada.
—Mi tobillo…duele mucho —susurré.
Rememoré una y otra vez el momento para encontrar el causante, pero era difícil, todo había sido demasiado rápido para tener los detalles como si de un video se tratase. Con aquellos tacones tampoco es que hubiese que buscar muchos culpables, estaba claro que eran parte de la causa.
—Gérard —exclamó la menor de los Calet y enseguida apareció su guardaespaldas.
Aquel chico no había cambiado mucho, excepto por su peinado y corpulencia. Se trataba de un chico moreno de cabellos rizos castaños oscuro y ojos color café.
—Por favor, lleva a la chica a la enfermería y asegúrate que todo esté bien —ordenó Susan y él asintió.
Acto seguido pasó un brazo por debajo de mis rodillas y el otro por mi espalda para alzarme en brazos. Yo pasé un brazo por encima de su cuello pues sentía que en cualquier momento podía caer al suelo. Por encima del hombre de Gérard pude ver como Ariana tomaba mi mochila que estaba en el suelo y nos seguía.
—¿Cómo te sientes, Debi? —susurró Gérard cuando salimos del comedor.
—Me duele el tobillo, no puedo moverlo —respondí intentando contener las lágrimas, no quería llorar por algo tan tonto como un dolor en el pie.
—Tranquila, el doctor te ayudará —respondió con esa voz tranquilizadora de hermano mayor—. Si te vuelven a molestar les daré unos buenos golpes, no importa que sean de la nobleza —añadió.
Sonreí y me recosté contra su pecho. Gérard tenía solamente dos años más que yo, pero aún así se comportaba como si fuese un hombre mayor y jefe de familia, aunque en parte había asumido esas responsabilidades. Había renunciado a la universidad y se había concentrado en su trabajo para que Paty pudiese estudiar.
En la enfermería el médico revisó mi tobillo, que ya estaba amoratado. Gracias a Dios no era necesario ir al hospital, en la enfermería de la escuela lo tenían todo, después de todo, Kensington Hall era otro mundo. El médico tomó una radiografía de mi tobillo y después de analizarla, aplicó algún tipo de compresas que alivió grandemente mi dolor y me colocó un vendaje que inmovilizó mi pie. Además de ello me limpió una herida en la rodilla y otra en el código, no las había notado, ni siquiera había sentido dolor en ellas.
—El tobillo tuvo una leve torcedura. Debes guardar el mayor reposo que puedas y por ahora no debes usar tacones —explicó el médico cuando terminó de vendarme—. Por hoy debes descansar, compresas de agua fría y no apoyar ese pie demasiado.
¿Faltar a clases? No me parecía una buena idea. Me atrasaría si perdía clases.
—No te preocupes, Deborah. Yo me ocupo de las clases —dijo rápidamente Ariana, parecía que había leído mis pensamientos—. Vete a descansar —agregó ofreciéndome una mirada que dejaba en claro que no había otra opción que descansar.
Inevitablemente sonreí, a veces me sentía rara cuando alguien, además de mi madre, se preocupaba por mí.
El médico me recetó algunos medicamentos que me ayudarían con los dolores. Dentro de la misma escuela los vendían, pero según tenía entendido eran bastante caros, por lo que el hielo sería suficiente. Cuando el médico terminó con todas las prescripciones, Ariana se marchó hacia clases, prometiendo enviarme todas las clases grabadas y los apuntes necesarios, esperaba que al menos, aquello le sirviese para atender a las clases.
Gérard, por otro lado, me llevó en sus brazos a mi habitación y me dejó sobre la cama.
—Tengo que volver con Susan ahora. Mañana hablaremos con calma, hoy descansa —dijo acariciando mi mejilla con la dulzura de un hermano mayor, del amigo que siempre era.
—Está bien, Ger, hasta mañana —respondí con una sonrisa.
Gérard se despidió con un gesto militar antes de marcharse de la habitación. Sonreír al verlo salir. Él era uno de los pilares que sostenía mi familia en la Mansión Condelword, era el hermano que nunca había tenido. Desde que lo había conocido se había comportado como un guardián.
Me acosté en la cama intentando no mover mucho el pie. No sabía cómo me bañaría cuando fuese la hora y tampoco que haría para colocarme las vendas después del baño. Mientras miraba el techo de la habitación comencé a pensar en mi estadía en Kensington Hall, era la primera vez que sus bromas llegaban tan lejos. Poco a poco el sueño me venció y me quedé dormida.
Unos golpes en la puerta me despertaron, eran demasiado insistentes para ignorarlos. Abrí los ojos y me senté mientras la habitación daba vueltas a mi alrededor. La luz del atardecer se colaba por los ventanales, ¿Cuánto tiempo había dormido?
Los golpes nuevamente me trajeron a la realidad. Estiré mi cuerpo entumecimiento y me puse en pie. Enseguida un fuerte dolor azotó mi pierna derecha; había olvidado mi tobillo. Pensar en caminar hasta la puerta se me hacía en extremo tortuoso, pero debía ir.
—¡Ya voy! —exclamé cuando un nuevo toque surgió.
Como pude me deslicé hasta la puerta intentando no apoyar demasiado el pie, aunque era algo casi imposible. Cuando abrí la puerta me encontré con una mujer de unos treinta años vestida con un uniforme del comedor, que traía una bandeja entre sus manos.
—Lamento molestarla, señorita, le traje la cena —explicó alzando la bandeja.
Me quedé sin reaccionar por un instante, no había pensado siquiera en cómo iba a bajar al comedor. De seguro Ariana había hecho aquello para mí.
—Gracias, por favor, colóquela sobre la cama —respondí con una sonrisa.
La mujer pasó por mi lado y entró en la habitación mientras yo me quedaba en la puerta esperando a que regresara.
—¿Quiere que la ayude a volver a su cama? —preguntó cuando regresó a mi lado.
—Sí, por favor —respondí con un asentimiento.
La mujer puso uno de mis brazos por encima de su cuello, con el que me apoyé para llegar a mi dormitorio. Una vez estuve sobre la cama, agradecí a la mujer por su ayuda y ella me informó que buscaría la bandeja al día siguiente.
Me acomodé sobre la cama para comer, pero antes de ello mi teléfono vibró y al abrirlo vi que Ariana había enviado las clases y además de eso tenía un mensaje del príncipe William, me lo había enviado hacía una hora.
Príncipe William: Supe lo que sucedió hoy, los responsables serán castigados. No te preocupes por la comida, le pediré al personal de la cocina que lo lleve a tu habitación. Espero que te recuperes pronto.
Miré nuevamente la comida y sonreí, incluso en la distancia el príncipe William se preocupaba por mí. Era hermoso que alguien se preocupase, pero, a la vez, me hacía sentir en el papel de la damisela en peligro, y ese lugar no era mi preferido.
Deborah: Gracias por todo, Alteza. Estoy muy agradecida.
Luego de contestar dejé el teléfono a un lado para cenar. Todo estaba delicioso como siempre, incluso me hicieron olvidar mi torcedura.
Un rato después de comer, Paty me llamó muy preocupada, pues Gérard le había contado de lo sucedido, aunque hubiese preferido que no comentara nada, pues enseguida escuché la voz preocupada de mi madre y un forcejeo entre ella y mi amiga.
—Deborah, ¿estás bien? —preguntó mamá, la preocupación en su voz era evidente.
—Sí, mamá, no es nada grave. Solo tengo que hacer reposo y ponerme compresas frías en el pie —respondí intentando sonar despreocupada.
—¿Estás segura? Yo te dije que no fueras a esa escuela, pero no me hiciste caso.
Ahí iban los reproches contra Kensington Hall, ya se había tardado demasiado.
—Mamá, estoy bien, solo fue un pequeño accidente. Por favor, no quiero discutir, estoy aquí y punto —respondí con enojo.
Kensington Hall no era un sueño como todos imaginaban, pero tampoco era tan terrible como lo ponía mi madre. Tenía cosas buenas y malas, pero, fuese como fuese, era la mejor escuela de Frionia.
—Está bien, hija, no hablaremos sobre ello ahora, pero no significa que en algún momento no tengamos que hacerlo —respondió ella. Solté un suspiro de alivio, aunque sus palabras no me dejaban demasiada paz—. Si no estás bien es mejor que el próximo lunes no vengas.
—No digas tonterías, mamá, todavía queda una semana. Además, así tenga que ir en silla de rueda sabes que no faltaría —contesté con enojo, jamás faltaría a una fecha tan importante como aquella—. Mamá, voy a descansar un rato, hablamos mañana.
—Hasta mañana, Deborah, un beso.
—Un beso, mamá.
Finalmente colgué y solté un suspiro mientras me dejaba caer sobre la cama y cerré los ojos para dejarme envolver por el sueño. Sabía que debía estudiar, pero necesitaba un instante para descansar.