Me quedo ida por unas largas horas en la cama, recojo mis piernas hasta llevarla a mi estómago, muevo un poco la almohada y otra la uso para colocar en ella mi mano herida, que cada vez el dolor se hace más insoportable en ciertos momentos. Los ojos están hinchados y dolorosos, la cabeza me pesa más que nunca. Mi cuerpo tiembla, subo la cobija hasta taparme algo de mi rostro, respiro con fuerza y el aire sale caliente; mis ojos viajan hasta las ventanas con las cortinas extendidas y en la ventana por donde escapé hay una leve grieta por el golpe que le dio Khalid al cerrarla. La necesidad de salir de acá se hace cada vez más fuerte y el deseo de que mi familia o Julius me salve se hace más grande que nunca.
Escucho dos golpes en la puerta y me tenso, me quedo lo más quieta posible y escucho que abren la puerta; unos tacones invaden la habitación y la espalda de una mujer de edad avanzada aparece en mi visión, guardando algo en aquel armario; ella se gira y me ve.
—Le traje toallas limpias —comunica con amabilidad— ¿desea que le prenda la calefacción? Hay un poco de frío.
—Frío… —es lo único que suelto al sentir mi garganta seca.
Ella, sin decir nada, camina hasta donde se encuentra la calefacción, muevo mi cabeza hacia la mesa y veo una jarra de agua con dos vasos en ellos. Me siento y agarro la jarra con un poco de dificultad, derramando agua afuera del vaso.
—¿Quieres algo de comida? —pregunta al arrimar las cortinas, sus ojos viajan hasta la mesa donde ve un charco pequeño de agua, de los bolsillos saca un pañuelo y se acerca para limpiarlo.
—No tengo hambre —menciono al tenerla cerca y termino de tomarme el agua.
—Debería de comer algo…
—En el jet me dieron comida.
—Oh, bien, bien —hubo un momento de silencio—. En el armario puede encontrar ropa limpia.
No respondo y vuelvo a cerrar los ojos. Despierto con una sensación sucia en mi cuerpo, pero algo en mí quiere quedarse en la protección de la cobija; rechino mis dientes al ver la desesperación nacer en mi pecho, empujo la cobija y salgo de la cama sosteniendo mi mano con la otra, camino hasta el baño y me dirijo al lavamanos; agarro la primera toalla que veo la repisa y la mojo. La sensación de limpiar mi rostro me hace bien, muevo la toalla por mi cuello, brazos y hago el intento de limpiar mis piernas, quitando el rastro de sangre seca. Coloco mi mayor esfuerzo con mi cabello, pero sigue siendo un desastre. El cansancio aparece, enviándome directamente a la cama y cuando mi cabeza toca la almohada, todo vuelve a desaparecer.
El sonido de la puerta me despierta con las alarmas encendidas, mi cuerpo se tensa cuando la puerta se abre y cierro con fuerza mis ojos, ahogo un gemido con la cobija al escuchar unos pequeños pasos acercarse, pero cuando los minutos pasan —o es lo que parece—, la tentación de girar mi rostro nace y poco a poco lo hago; Eliseo al verme a los ojos me regala una leve sonrisa, un tanto triste.
—El doctor ya está aquí, ¿te doy unos minutos para que te cambies? —pregunta.
Bajo la vista hacia el vestido de novia, todo roto y sucio, vuelvo mi vista en él y asiento; él sale al segundo y me levanto de la cama, camino al armario y saco la primera ropa, con muchísima dificultad me quito el vestido, tirándolo en el armario y colocándome la nueva ropa. La puerta vuelve a sonar y cuando Eliseo me vio lista, hace una leve seña al pasillo.
—Hola Sara, me llamo Vernix, pero me puedes decir Vex —habla el doctor al verme y camino hasta la cama para dejar su maletín y abrirlo—, por favor, tome asiento —camino hasta la cama y me siento a una distancia prudente del doctor, observo todo lo que va sacando de su maletín, haciendo una lista rápida de lo que se necesita—. El señor Cafiero me contó lo que pasó.
—¿Ah, sí? —comento un poco confundida y un poco molesta.
—Sí —y hace una leve mueca al colocarse los guantes—, se resbaló en el baño.
No puedo guardar la sorpresa que se asoma en mi rostro al escuchar aquello, pero al parecer Vex no se da cuenta y me extiende la mano para darle mi mano herida, sin tener más opción, se la doy con mucho cuidado y él empieza a tocarla. Miro por un momento a Eliseo y este solo mueve su rostro en una dirección lenta de arriba y abajo. Respiro profundo.
—Sí, soy un poco torpe.
Vex no habla más, solo sigue tocando y tocando, a veces sube un poco en donde fue la herida y su presión en más fuerte, luego baja a la herida y su toque es más suave, casi ni se siente, miro mis dedos en ambas partes, hace leve presiones y al no tener reacción negativa de mi parte, deja mi mano en cuidado en mi pierna.
—Buenas noticias, no es una fractura, así que puede estar tranquila —suelta con alegría y puedo sentirme más tranquila—. Solo es una torcedura, te lo vendaré y te pondré una férula, en dos semanas ya debes estar mejor. Claramente, debe tomar reposo con esta mano y te daré algunas pastillas para cuando sientas dolor. Cualquier malestar puede avisarle a su esposo y vendré enseguida.
El alivio que había sentido al comienzo se esfuma al escuchar «¿esposos?» y un frío horrible me agarra en todo el cuerpo, posiblemente dejándome un poco pálida.
—¿Esposo? —Vex me mira extrañado, mientras me pone la venda y luego la férula.