Después de la solitaria cena en aquel comedor, Davy aparece a los minutos para escoltarme a mi habitación y cerrarla con llave. Me quedo por un momento apoyada de la puerta, pensando sobre mi hermano.
—Es imposible —dice ella.
—¿Qué es imposible? —susurro.
—Ya lo sabes, que sea él.
Y tiene razón, es imposible que mi hermano sea el deudor, Khalid había dicho que sería un golpe bajo para el deudor y claramente, mi hermano no es para nada un golpe bajo, más bien sería un tiempo que él usaría para huir.
—Debe de ser tu padre, es el único que tiene sospechas reales, no suposiciones.
—Sí… puede ser —trato de aceptar aquello—, pero.
—¿Pero qué?
—¿Por qué no pagarlas? Mi padre tiene hospitales, gana muy bien —empiezo a caminar—, él podría haberlas pagados y nunca oí algo de estar quebrado o corto de dinero ¿no?
—Mm, entiendo por dónde vas. ¿Y tu mamá?
—Igual, tampoco he oído nada.
—Tal vez te lo ocultaron —y no es una pregunta.
—¿Y cuál sería el motivo del secreto? Entendería muy bien si estuviéramos en quiebra.
Me siento en la cama mientras le doy vuelta a mi cabeza y esperando a que mi otra yo me de algunas palabras o alguna pista nueva.
—Hay cosas que no entiendo bien, tu cabeza tiene unos jodidos candados que no he logrado abrir —gruñe y por un momento me da una punzada de dolor en la cabeza.
—¿Por qué esos candados? ¿Qué significa?
—El psicólogo que te atendió hizo un gran trabajo con tu mente, supo manejarte, en pocas palabras, manipularte.
—¿Qué?
—Hay partes de tu pasado que no logro ver, hay partes muy confusas y esos candados me detienen.
—Rómpelo.
Ella suelta una risa amarga—. Si lo pudiera hacer, ya lo hubiera hecho.
—¿Entonces?
—Hay que investigar, Ody. Necesito saber que son esos pasados que no puedo ver y tú no logras recordar.
«Más secretos y en mi propia cabeza»
—Sí, lo sé, esto apesta —responde—, pero Odette, tienes que recordar.
• • •
—Pase —la puerta de la habitación se abre, dejando pasar a Marta, colocándose a un lado de la puerta.
—Por favor dejen los vestidos en la cama —indica Marta a las personas que van entrando de a poco.
Me levanto de la orilla de la ventana, mirando como los hombres van dejando los vestidos de diferentes colores, telas y diseños en la cama. Marta cierra la puerta al salir el último hombre.
—¿Qué es todo esto?
Ella se gira y camina hasta los vestidos—. Son sus vestidos —responde con un tono cariñoso—, es para la reunión que tendrá con el señor Búbka.
—Ah —susurro y me siento en la orilla de la cama— ¿Usted ha conocido a Salazar?
—Muy poco. Las veces que lo he visto ha sido un hombre muy caballeroso, atento posiblemente y un tanto cariñoso.
—Suena buena persona —mis ojos caen en cada vestido cubierto con su protector transparente.
—No se deje engañar, señora, los hombres son buenos mentirosos. —Marta agarra los dos primeros vestidos de colores muy diferentes y diseños—. ¿Qué le parece este plateado?
—No me gustan mucho los vestidos tan ajustados.
—¿Y este azul?
—Se puede decir que no tengo muchos senos para usar uno de escote.
Marta se ríe por mi comentario—. Entonces, saquemos todos los vestidos ajustados y con escotes.
La anciana empieza a descartar algunos vestidos, colocándolo encima de otros haciendo una pequeña montaña. También quitamos los vestidos con cola y mangas largas; de tonos oscuros y los blancos.
—Genial, tenemos menos vestidos. Nos queda este amarillo, un rosado pálido, un lila con tonos oscuros y un rojo.
Marta extiende cada vestido para verlos hasta que se detiene en el rojo, un tono muy hermoso y vivo. Recuerdos con Julius me atacan, cada elogio que me daba al tener algo rojo. «Amo tus labios pintados de rojos» había dicho él una noche de cena. «Con solo mirarte, me provoca quedarme en casa y encerrándonos en nuestra habitación mientras te quito el vestido con mucha lentitud, saboreando todo tu cuerpo, cada rincón, hasta en los lugares que aún no he besado» y después que llegamos de nuestro destino, hizo todo lo que prometió.
—¿Se encuentra bien, señora?
—Sí —sacudo mi cabeza— solo me quedé pensando en ese rojo. —Marta me sonríe tan grande, como una niña.
—Es la mejor decisión, señora; el rojo resaltará su tono de piel y el cabello se lo podemos recoger para darle protagonismo a su cuello —y en sus ojos hay cariño—. Se verá hermosa.
«Pero no estará él» y le sonrío.
—Venga, hay que probárselo a ver si tengo que mandarlo a hacerle algunos arreglos. —me hala de la mano para llevarme al baño—, usted debe de deslumbrar en esa reunión.