Las horas pasan y sin poder verme en el espejo; de pronto las tres mujeres se alejan y me dan el visto bueno para girarme al espejo. Estoy un poco ansiosa, cierro los ojos y me giro, al abrirlos con lentitud quedo asombrada, mi cabello está recogido junto con un maquillaje suave y de tonos rojos.
—Es hermoso —balbuceo al no tener las palabras claras en mi mente.
—Nos alegra mucho que le haya gustado, señora Cafiero.
Me pongo un poco rígida por el apellido, pero le sonrío a los segundos desde el espejo.
—Ahora toca ponerse el vestido —anuncia Marta—. Déjelo todo en nuestras manos.
—Oh no, yo puedo colocarme el vestido, no tengo problema.
—No es necesario, la ayudaremos —indica las chicas de MistSpa.
—No, en serio, puedo hacerlo yo.
—Claramente ellas no se quieren ir, aunque no entiendo como cuatro mujeres pueden ayudarte a poner un vestido, contigo misma te vales —masculla mi querida compañera en mi mente.
—Si la señora Cafiero lo prefiere así, nosotras ya nos podremos ir.
—Gracias por todo, quedo hermoso.
Las chicas de MistSpa recogen sus cosas y salen de la habitación. Marta se queda viendo la puerta y luego me mira.
—Yo no pienso irme, me quedo a ayudarla.
—Bueno, es mejor cuatro a que dos manos —se burla ella en mi cabeza.
Termino de colocarme el vestido sin mucha dificultad, Marta me ayuda que mi peinado no choque con el vestido; ella se encarga de los últimos detalles y que todo esté perfecto.
—Estás hermosa, señora —responde al alejarse un poco para visualizarme mejor—, parece una verdadera reina.
Me asomo al espejo y observo el hermoso vestido rojo haciendo juego con el peinado y el maquillaje. «En realidad, si estoy hermosa» me alago.
—¿Estás lista?
—Sí —digo con seguridad; al mirar a Marta aparecen unas ganas inmensas de abrazarla, la cual hago sin aviso, siento como su cuerpo se tensa por un momento, después ella me lo devuelve con mucho cariño—. Gracias por todo, Marta.
—Estarás bien, el señor Cafiero estará con usted, hice que me lo prometiera —menciona con suavidad, mientras me pregunto qué tanto puede él cumplir una promesa—; avisaré de que ya estás lista, baje a los minutos.
—Lo haré —respondo sonriéndole y ella sale.
Me miro de nuevo en el espejo, respiro con fuerza y alejo todos los pensamientos negativos que puedan venir; «aquella chica en el espejo muestra valentía e inteligencia, no dejes que te aplasten, Odette» me recito en mi mente.
—Bonitas palabras.
—A veces te quiero poner un nombre —confieso—, me es raro hablar con mi otra yo… ya sabes.
—Como si importara decir nombres mientras solo somos tú y yo.
—¿Qué te parece Detta? —Ignoro su comentario—. Viene del Odette.
—¿Por qué no Ody?
—No —y un sentimiento de recelo aparece.
—Oh —se ríe Detta—, entiendo; no pensé que tuvieras estos sentimientos.
—No los hubiera tenido si no hubieras aparecido.
—Estuvieras muerta hace tiempo.
—En fin —hablar con ella me está amargando la vida—. Te quedas con Detta, ¿Haz averiguado relacionado con lo de Ody?
—Los recuerdos que tienes no mencionan a nadie más que a Khalid cuando te sacó del baño del hospital —responde—, de seguro deben de estar en tus candados.
—¿Cómo se supone que voy abrir esos candados? Ni siquiera tengo una pista o algo.
—Tienes una y ese es Khalid.
—Creo que si ves a través de mis ojos sabes el monstruo que es.
—Aun así, él sabe algo de ti y no creo que tenga que ver con el secuestro —hace una pausa—. ¿No se te hace raro que no te traten como un rehén?
—Lo hacen…
—No —me interrumpe—, te están dando libertad, tienes una habitación, un baño y hasta comes las tres comidas del día; cuando te lastimaste la muñeca, llamaron al doctor.
Bajo mí vista a esta y aún tengo la férula.
—A demás, ya nos mostraron que tienen celdas en esta casa.
—¿Piensas que mi secuestro no es por mi padre y su deuda?
—Hay una posibilidad, sí.
Antes de responderle, unos toques en la puerta me sacan y camino hasta ella. Eliseo se queda sorprendido, con su boca un poco abierta.
—¿Odette?
—Oh, que patético —ataca Detta con asco.
—La misma —le regalo una sonrisa.
—Estás hermosa.
—Gracias —mi sonrojo atacan mis mejillas.
—Vine porque has tardado un poco para bajar.
—¿En serio? De seguro son los nervios y no vi lo tarde que es. —Me excuso. Salgo de la habitación.