18 años atrás.
—¡No corras tan lejos! —Grita mi madre desde la puerta al verme salir corriendo hacia la lluvia.
Solo sigo corriendo con la lluvia; las nubes están de color gris y blancos, y en algunas veces la brisa pasa fuerte, levantando mi impermeable. Empiezo a saltar en varios charcos, suelto algunas risas hasta que el estómago me duela.
Ansiosa de salir en casa y poder correr lejos. Lejos de ellos. Lejos de todo.
Mis saltos son grandes y altos, piso con fuerza el suelo, como si no hubiera otro más adelante; extiendo mis brazos, haciendo un avión, me muevo de un lado a otro, suelto otras carcajeadas fuertes, pero el sonido de la lluvia la opaca.
—¡No! —Grita alguien que me hace que me detenga de golpe.
Bajo mis brazos y giro mi rostro, mi cuerpo se tensa al estar al frente de la casa embrujada; relatos contados por mi hermano pasan de inmediato en mi cabeza. Escalofríos viajan por todo mi cuerpo, tratando que aquellos relatos no me afecten. En la entrada veo a un chico de rodillas, dándome la espalda.
Miro a los lados pero ninguna persona está por las calles; empiezo a caminar poco a poco hacia el chico, con un poco de temor. Al estar a unos centímetros, voy extendiendo mi mano para tocar su hombro.
De sorpresa el chico se gira bruscamente, asustándome; doy pequeños pasos hacia atrás mientras suelto un leve grito; mi pie toca una roca pequeña que me hace caer al suelo y gimo del dolor.
La capucha se me cae de la cabeza dejando al descubierto mi cabello y siento como las gotas me van mojando el cabello y parte de mí rosto. Pero eso es lo de menos, mis ojos no dejan de mirar a aquel chico, delgado y de cabellera oscura y ojos claros.
—¿Qué haces? —Pregunta él desviando la mirada.
Me levanto de aquel suelo húmedo.
—Estabas llorando y quería auxiliarte. —«Siempre tan humilde» pienso con sarcasmo.
—¿Llorando? ¿Eres tonta?
—No soy tonta.
—Los hombres no lloran.
—Los hombres tienen sentimientos, ellos sufren, ellos lloran —me defiendo, empezando a enojarme—, eso ha dicho mi bisabuelo y le creo.
Él por un momento se queda en silencio, tan solo me mira.
—Tu bisabuelo es un tonto —responde con una sonrisa de medio lado.
—El tonto aquí eres tú —aprieto mis puños. De repente un estornudo sale de mi boca, el segundo y rápidamente el tercero.
«Esto no es bueno»; me coloco rápidamente la capucha de mi impermeable, pero ya me he mojado lo suficiente como para recibir el regaño de mamá.
—¿Te sientes bien?
—Eso a ti que te importa —suelto pero el estornudo vuelve a atacarme. La nariz la siento mocosa de tanto estornudar—. Todo esto es tú culpa.
—¿Mi culpa? —y suelta una risa seca— no te pedí que me “auxiliaras”.
—Esto me pasa por ser buena con desconocidos —me ataco hablando en voz alta—. Mi padre siempre me lo ha advertido, pero estoy con la estúpida amabilidad.
—Las niñas no dicen malas palabras.
—Y los niños grandes no deben ser groseros con los menores —ataco.
—Mejor vete.
—Eso es lo que haré. —Pero antes de seguir mi camino, fuertes truenos comienzan a sonar, haciendo brincar del susto y correr hasta él. Me escondo detrás de él, mientras veo el cielo.
—Esto debe ser una broma —murmura él.
—¿Qué? ¿No le tienes miedo a nada? Niño grande. —Vuelvo a estornudar unas tres veces.
—Deberíamos entrar, así entraremos un poco en calor —sugiere el niño grande; de reojo miro la puerta y trago con fuerza.
—¿Entrar? ¿A esta casa?
—¿Le tienes miedo a la casa? Dicen que esta embrujada —y con sus dedos empieza a moverlos mientras suelta un “bum-bum”
Arrugo nuevamente mi rostro, juntando mis cejas al escuchar aquello, trago mis miedos, «no me voy a dejar intimidar un niño tonto».
—¿Miedo? Es una casa —y recuerdo cada momento que me escondía debajo de las cobijas por culpa de mi hermano.
—Entonces, entremos —dice. Al detallarlo mejor, no me he dado cuenta que él se encuentra mojado, su cabello está pegado a su rostro y parte de su ropa; «de seguro se muere de frío».
—Bien —respondo.
El chico empuja la puerta y esta suelta un chillido agudo; rápidamente le agarro su brazo al ver que el miedo me invade. Con la luz de afuera se puede ver una escalera al frente y dos habitaciones a los lados. Ninguno de los dos da el primer paso.
—¿Por qué no caminas? —digo sin quitar la mirada a la casa.
—¿Por qué no caminas tú? —pude notar en su voz miedo.
—¿Y si lo hacemos junto? —Sugiero, miro hacia atrás de mí y la lluvia está más fuerte que antes, la calle empieza a desaparecer por el agua que borda de las alcantarillas, inundando todo su alrededor.