La noche cae muy rápido y Julius aún no llega, mientras tanto busco en las aerolíneas de Tucson un vuelo hacia San Francisco, lo más raro es que ninguna tiene vuelos disponibles hasta una larga temporada. Pregunto en viaje por carreteras pero ninguno hacía destinos tan largos.
Suelto un suspiro de frustración «algo no está bien» una parte de mí, muy pequeña y profunda, lo sabe, sabe que algo no se encuentra bien y el primer punto son los recuerdos. No recuerdo nada de lo que Julius menciona; al levantarme de la cama, piso por accidente el control de la televisión y esta se prende transmitiendo una noticia de última hora.
—Unos de los más grandes mafiosos del mundo, —indica la periodista— fue detenido hace unos minutos, al estar organizando una vía de escape en Honolulu. Una persona anónima les facilitó la ubicación a la policía, donde se encontraba el mafioso y su gente; el cuerpo de seguridad de Honolulu actuó de inmediato y pudieron capturar al sospechoso con sus seguidores.
Quedo sorprendida al no creerme lo que veo, Khalid está en la pantalla sujetado por dos policías de Honolulu y esposados, detrás de él está Eliseo y otros hombres alemanes que no logro reconocer.
—En estos momentos nos conectaremos con el señor Rodríguez, que se encuentra en la escena y nos puede dar un poco de más información —menciona la periodista y por un momento su rostro me da aire de que la conozco de algún lado—, adelante, Rodríguez.
La mujer se despide con elegancia y la cámara cambia a Rodríguez, que va diciendo como sucedieron los hechos y lo que la policía ha podido informar.
—… mayormente la policía tratan en tener los hechos en silencio hasta que sean juzgado en un juicio…
—Esto es imposible.
La puerta de la habitación se abre y entra Julius, lo miro y veo que su boca está un poco abierta, pero al tener la vista en la televisión, se le olvidó soltar las palabras.
—¿Fuiste tú, no? —pregunto—. El virus. —Él mueve la cabeza—. Así que Addyn tiene la información de todo el mundo.
—Es algo a lo que estaba dispuesto a arriesgarme —responde y se acerca a la cama—, ellos merecen pagar por todo el daño que te hicieron.
—Podrías haber facilitado la ubicación a la policía de Honolulu, sin necesidad de hacer un virus que afecte a todo el mundo.
Julius suelta un largo suspiro y de un momento a otro, se muestra cansado, como si aquella conversación con la policía hubiera sido demasiado.
—¿De qué hablaste con la policía? —apago la televisión al saber que ya he visto mucho.
—Solo me repetían preguntas que ya había contestado antes —concluye—. Me daré un baño, ¿llamas para que nos traiga la cena? He escuchado que hacen una comida exquisita acá.
—Sí, ahorita llamo.
Me besa la frente con mucho cariño y entra al baño cerrando la puerta, espero unos segundos pero sin darle tantas vueltas al asunto, me giro para llamar al teléfono fijo de la habitación; en un pequeño afiche indica los número para los servicios disponibles que ofrece el hotel, y antes de marcar el número para ordenar la cena, mi mano se queda tiesa.
Me enfoco en ella y trato de hacer un movimiento pero se queda tan quieta; a los segundos esta empieza a moverse a una dirección diferente, con movimientos lentos, alejándose del teléfono y acercándose a la pastilla que me había dejado Julius. Tarda unos minutos en llegar a ella y cae encima de la pastilla con brusquedad; miro hacia atrás pero la puerta del baño no se abre.
«Detta me está diciendo algo» agarro la pastilla, le doy vuelta y veo un relieve en ella, unas letras talladas, me acerco más a la lámpara de la mesita de noche y puedo leer: REMA II.
Mi cuerpo le corre un fuerte escalofrío y nace un nuevo sentimiento, incomodo e irritante; ese sentimiento de sentir que te están vigilando. La regadera suena y me saca de mis pensamientos, mi corazón golpea con fuerza a cada segundo, me levanto de la cama al no sentirme segura.
—¿Por qué? —me pregunto sin entender nada; las palabras de aquella chica en la farmacia me golpean—. Son para controlar a tu segundo… Cada rey y reina de la mafia tiene un segundo.
«¿Qué está pasando? ¿Julius… me ha mentido? ¿Qué necesidad tenía en darme esta pastilla?». Vuelvo a mirar la pastilla y claramente se lee REMA II. La regadera deja de sonar y siento que mi corazón deja de latir, mi vista gira en redondo en la habitación y veo el maletín de él, «pendrive» aquella palabra resuena constante, a tal punto de fastidiarme; camino hasta ella, saco el pendrive del bolsillo y la puerta del baño se abre.
Doy un sobresalto al ver a Julius con una toalla en la cintura y otra toalla secándose el cabello.
—¿Qué…?
—Oh, se había caído —miento al acomodar mejor el maletín y guardarme el pendrive en uno de mis bolsillos del pantalón—, iba llamar al servicio cuando tu maletín me dio un mal susto.
Embosco una falsa sonrisa, él se me acerca con pasos delicados y pequeños y al llegar a mí me da un beso en los labios.
—Pediré la cena —él se acerca a la mesita y antes de marcar me dice— ¿Te has tomado la pastilla? ¿Volvieron los dolores?
—Sí, tuve pequeños dolores y quería prevenir antes de que fueran fuertes.