Khalid Cafiero.

Capítulo 35

Mantengo la cabeza en bajo al caminar por el pasillo; presiono el botón del ascensor y veo en la pantalla delgada en la parte superior una flecha apuntando hacia arriba. Al minuto las puertas se deslizan dejando a la vista a dos hombres adentro, en una posición rígida y mirada al frente.

Algo se afinca en mi estómago pero empujo el carrito hasta entrar por completo, observo los números que tiene este y presiono el último y espero con impaciencia.

Los dos hombres no hacen nada, ni un solo movimiento, sencillamente se quedan mirando la nada, como si estuvieran esperando una orden. «Son robots, Odette» me digo de inmediato; con discreción miro todo el elevador por la parte de arriba, en busca de alguna cámara y al frente hallo una. Envío mi cabeza hacia abajo con lentitud y me quedo quieta, ideando algún plan.

De reojo puedo ver como el hombre de mi izquierda mueve un poco su brazo, un sudor frío viaja por todo mi cuerpo, dejo de respirar por varios segundos. Doy un fuerte grito al ver que hace un movimiento rápido; golpeo mi espalda con el otro hombre de mi derecha y cierro los ojos con fuerza. Escucho mi corazón latiendo con fuerza en aquella oscuridad, aprieta más mis manos y dientes.

Alguien grita de lejos, pero no sé qué decía. Abro poco a poco mis ojos y en las manos del robot tiene una pistola y comunicador de oídos, por un momento siento miedo, miedo de que se hayan dado cuenta de que he escapado de la habitación, de que me enteré de la verdad; muevo mi vista hacia el otro robot y este sigue intacto, sin ningún movimiento. Dirijo mi vista al robot que tiene la pistola y el comunicador. El ascensor sigue subiendo. Agarro el comunicador con cuidado y lo ubico en mi oído.

—Señorita Gray —aquella voz es ligada con el francés y español—. Me llamo Joyce Rousseau, fui contratado para salvarla.

—¿Contratado? —mi vista sigue en la pistola.

—Sí, por el señor Cafiero —agrega—, tengo que decirle que lo qué usted está viviendo es una ilusión hecha por la tecnología, pero al parecer ya se ha enterado.

—Sí.

—He logrado hackear algunas áreas de seguridad, pero no tengo la certeza de que tanto pueda estar a dentro, necesito que se mueva con rapidez.

—Entiendo.

—¿A qué piso va?

Giro mi rostro al número marcado—. Al veinte.

—Bien, ese es el último piso donde el ascensor llega —hace una pausa el francés—, luego que salga del ascensor, debe correr por las escaleras hasta llegar al piso central.

—¿Cómo sabré cuál es el piso central?

—Se dará cuenta por usted misma al ver que es muy diferente a los demás pasillos. Y espere la señal.

—¿La señal? ¿Cuál señal?

—Lo sabrá cuando llegue.

Ruedo mis ojos a tal respuesta.

—Agarre el arma.

—¿Por qué? —ataco.

—Los hombres del señor Cafiero no han logrado entrar por una alta seguridad que tienen, ellos tienen un plan, pero para eso debe de alejarse de los pisos subterráneos.

—¿Subterráneos? —y aquello me deja desconcertada.

—Usted se encuentra a noventa y cinco metros bajo suelo.

—¿Qué? Esto es una locura —murmuro—. ¿Cómo es posible?

—La tecnología de Addyn ha estado avanzado con los años, se puede decir que está más avanzada que las de Estados Unidos o China.

—¿Cómo puedo confiar en ti? —pregunto—. Me estado aquí ¿Por cuánto? ¿Tres días? ¿Más? Y me han visto la cara de estúpida —«lo soy», confirma mi mente—, hasta creí en la única persona que pensé que me salvaría de todo esto… pero al parecer solo debo de depender de mí.

—No tengo modo de demostrárselo —menciona el hombre—, pero tiene la elección, siempre la va a tener; sí confiar en mí o ir por su camino hasta que logre salir.

—Sí, puedo elegir —y una inmensa rabia se apodera de mí, odio que las personas me usen— y ya he elegido.

Me quito el comunicador, lo tiro al suelo y lo piso con brusquedad; agarro el arma, apunto a la cama haciéndola añicos, luego me giro a los robots y les disparo en toda la frente, cayendo al suelo. Al recuperarme de aquella rabieta, me dio cuenta que mis oídos habían bloqueado el sonido de las balas.

—Detta —la llamo pero no obtengo respuesta.

Me agacho al segundo robot y lo reviso hasta sacar su pistola; al momento tuve cierto conocimiento de cómo ver cuando la pistola ya no tiene balas, de quitarle el seguro y de cómo recargarla. Y todo es por Detta, de un modo a otro está despertando de aquella pastilla.

Las puertas se deslizan y dos robots hombres me esperan; empujo el carrito de limpieza con fuerza y me sostengo de la pequeña ranura que tiene el ascensor, balanceo mi cuerpo hasta que con mis piernas empujo a uno de los robots; le disparo al que está a un lado con el carrito de limpieza atravesado y luego al que está en el suelo. Miro a mi lado izquierdo y veo un pasillo, ya no tiene forma de un hotel sino de un hospital.

Pisos y paredes blancas, con ese olor particular que tiene todo hospital; hace frío, el frío suficiente que se le permite a un paciente ordinario, el frío suficiente que se le permite mantener a los robots. A mi lado derecho encuentro unas escaleras que guían hacia arriba. La voz de Joyce me indica que vaya por las escaleras, pero mi instinto me indica que vaya al sentido contrario.



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En el texto hay: mafia, drama, accion

Editado: 16.06.2022

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