—Hey, hey —escucho a alguien llamarme, abro con cuidado los ojos y la veo—. Al fin.
Giro mi rostro y me encuentro en una habitación muy oscura, bajo mi rostro y puedo ver con claridad mi cuerpo en el suelo; levanto la vista hacia ella, sus brazos están cruzados y algo en ella se ve distinto, más pálida, más débil.
—¿Estoy muerta?
—Oh no, y gracias a mí.
Arrugo mis ojos al escuchar aquello—. ¿No te cansas de ser tan orgullosa? —trato de mejorar mi vista para ver más allá de aquel oscuro lugar.
—¿Por qué debería de cansarme cuando tengo la razón? Sin mí —se encoje de hombros— ya estarías muerta desde hace mucho.
Ruedo mis ojos y trato de levantarme.
—No te lo recomiendo. —Me detiene.
—¿Por qué?
—Digamos que tu cuerpo no está en una bonita posición.
—¿Posición? ¿En dónde estoy?
—Ahorita, en nuestra consciencia; cuando despiertes, entre los escombros.
Al imaginarme aquel momento metida debajo de no sé cuántos escombros encima de mi cuerpo, el miedo empieza a aparecer, trago con fuerza y noto que mi garganta se seca con rapidez al mismo tiempo mis pulmones no logran agarrar suficiente aire; trato de moverme pero ciertas áreas del cuerpo las dejo de sentirlas. Siento como mi cuerpo es rodeado por una ola de calor, haciéndome sudar las palmas de mis manos, las axilas y la frente empiezan a rodar algunas gotas.
—Cálmate —sugiere Detta— sigues con vida, solo que el choque de tu cuerpo no lo soportó y por eso estás desmayada.
—Me falta la respiración —anuncio al escuchar mi corazón latiendo con muchísima fuerza.
—Estás entrando en una crisis de ansiedad, debes de calmarte.
—¿Calmarme? ¿Ese es tu mejor forma de detener esta crisis? —pregunto esforzando la voz, mis pulmones empiezan a dolerme y me canso más rápido de lo habitual.
—Tú no sufres de ansiedad.
—Oh, ¿ahora necesito haber sufrido antes de ansiedad para que me dé? —digo con ironía; no sé de donde saco las fuerzas para hablar, solo sé que mi cabeza pide ayuda a gritos.
—Debo de admitir que esa ironía estuvo buena.
—¿¡Me vas a ayudar, joder!? —Grito y mi cuerpo da una sacudida, acompañada de temblores débiles.
Puedo ver como ella rueda sus ojos y de repente la oscuridad se vuelve más densa, haciendo difícil que mis ojos puedan ver algo; aquello no me ayuda a calmarme, el miedo a la oscuridad aparece, pero es tan suave que se afinca en mi estómago con menor fuerza.
—En un rato vas a despertar, pero tienes que saber que no voy a estar presente —anuncia—, esa pastilla no se ha ido del todo de nuestro cuerpo.
Dejo de verla. Con un jadeo fuerte abro mis ojos en el medio de los escombros; gimo al sentir mi cuerpo en una posición incómoda y adolorida. Hay espacio estable para mover mi cuerpo, apoyo mis manos en un lugar sólido para sentarme. Gimo un poco y siento leves punzadas en la cabeza, mis piernas tienen pequeños pero bastantes cortes y la mayoría tienen la sangre seca; el vestido de limpieza está hecho un asco, lleno de polvo y roto en ciertas partes.
«Por lo menos no tengo ningún hueso roto... creo», levanto la vista y por una pequeña abertura entra un poco de claridad. Giro mi rostro en busca de una salida y la hallo una salida angosta, de altura pequeña; me acerco a ella y noto un largo recorrido con varios obstáculos en el camino.
—Mierda —susurro al ver que el final del camino está la salida.
Emprendo mi camino gateando y evito pisar escombros afilados hasta ver un escombro grueso dejándome una pequeña abertura, respiro profundo y trato de subirme en ella, primero introduzco mis manos y con ayuda de los demás escombros me voy halando hasta lograr estar encima del escombro, respiro en el medio del polvo y suelto varios estornudos, espero un momento y al no escuchar nada en aquel silencio, sigo avanzando.
Me deslizo con cuidado y siento como algunos escombros me rozan la espalda mientras paso por ellos; gruño al sentir que mi cabello se atora y jalo con fuerza para soltarme. Algún sonido hace que me quede quieta pero todo está en silencio, espero unos segundos más, vuelve el sonido y se hace más constante y rápido, como si millones de agujas estuvieran marchando, mi mente recuerda a los robots convertidos en arañas con aquellas puntiagudas patas.
—Joder. —Olvido mis dolores y avanzo con más rapidez, dejando que algunos escombros afilados me rasguñen la espalda, hago caso omiso al dolor y me tiro del trozo de cemento volviendo a gatear por aquel camino; el sonido de las arañas poco a poco se hacen más fuerte, invadiendo mis oídos mientras me encuentro más cerca de la salida.
Disparos se escuchan de repente, me cubro la cabeza y escondo mi rostro en el polvo tapando mis oídos, los disparos se hacen constante y el chillido de aquellos robots es horrible. Respiro profundo y sigo avanzando, al estar a veinte centímetros de la salida, dos patas de la araña aparecen a mi vista, dejándome en total silencio.
Aquellas patas dan varios golpes al suelo y luego se aleja, espero unos segundos mientras los disparos siguen sonando. Salgo del túnel, me levanto y al girarme puedo ver una enorme pared de escombros que no me deja ver lo que sucede a mi frente; arriba se ve la abundante iluminación que entra por el enorme hueco que ocasionó aquella explosión; algunas arañas están caminando por las paredes de diferentes pisos y otras que saltan gran altura para alcanzar los otros pisos; doy unos pasos hacia atrás y al tener una visualización de lo que pasa al frente, puedo ver a Giles y Sebastián que están a tres pisos disparando a los robots que se acercan.
Mi instinto hizo que desviara la mirada y mirada a mi lado izquierdo, donde noto una sombra del robot que se va agrandando mientras se va acercando; me pego tan rápido en la pared de los escombros y camino al sentido contrario sin quitar mi vista en aquella sombra, mis pies casi se tropiezan con algo y al bajar la vista veo un tubo de metal en el suelo, lo recojo y espero a que la araña.