Kilig: Parte I

Llegando a Egipto

Egipto 1370 a.C

Los esclavos trabajan arduamente bajo el sol abrasador en la edificación de la figura de Faraón. Sus cuerpos delgados, su tez oscura y brillante por el sudor y sus manos callosas alzan con fuerza la piedra que da forma al rostro de perfil altivo y varonil del gran Amenhotep III. Su reinado es majestuoso y su deseo por glorificar su figura y a Egipto mismo es imparable. Los cuerpos de los esclavos caídos en labor son apilados a un costado, tapados por una fina capa de arena, esperando a la tarde cuando su familia venga a reclamar sus cuerpos, si es que gozan de familiares vivos, y darles un entierro según sus rituales.

La embarcación atravesó el mar mediterráneo para traer como tratado de paz con la pequeña tierra de Mitani, o como los egipcios lo llaman Naharina, a una joven mujer de cabellos negros, piel cobriza y ojos astutos. Su nombre es Taduhepa y fue enviada como concubina de faraón. Taduhepa fue criada desde niña con los modales de una noble, instruida en artes, música y con refinados modales, su existencia fue pensada y moldeada exclusivamente para fines políticos, más su corazón era indomable, demasiado disconforme con su destino y receloso de los gobernantes de tierras lejanas de quiénes no sólo llegaban rumores de su grandeza, sino también de su crueldad. El Rey de Mitani y padre de Taduhepa, tenía un pobre control de sus territorios, aunque próspera, Mitani era árida e inestable. El imperio Babilonio, Hitita y Egipcio eran las potencias más grandes del momento y esto mantenía a los reinos colindantes en constante tensión. Cuando Egipto creció como la mayor potencia del viejo mundo y el hambre por expandir sus territorios quemaba en el corazón de faraón, las naciones vecinas temieron y una de las primeras en crear una alianza que pusiera a las ordenes de faraón sus soldados y mujeres fue Mitani. Taduhepa era un simple obsequio, un sello del tratado que daba buena fe de sus intenciones para con faraón, quién a cambio aseguraba su apoyo y riquezas.

Taduhepa sentía que su alma se partía en dos, que su mundo se derrumbaba bajo sus pies para quedar desnuda en medio de leones hambrientos. Odiaba Egipto. Odiaba esta tierra de presuntuosos gobernantes que peleaban por ensalzar su propia imagen con hedonista obsesión, cada vez más grande, cada vez mas solemne y con materiales cada vez más preciosos que el anterior gobernante. Su tierra no era pobre, pero su gente moría de hambre en los desolados parajes y ella sólo podía despreciar la despreocupación con que desperdiciaban sus bienes. Observaba a los esclavos con lástima, se sentía más cercana a ellos que a la nobleza egipcia porque ella misma era una esclava de faraón. Su destino en Egipto sería volverse una más de la colección de mujeres que faraón mantenía para sus perversiones. Él poseía tres mujeres de forma legal, mujeres que ascendieron al noble titulo de esposa real y quienes tenían el honor de ser respetadas, admiradas y temidas ya que uno de sus hijos sería el próximo heredero al trono. Tiy, hermana de faraón era la preferida y la más peligrosa. Sabía por su tía cuantos adeptos tenía en palacio y cuan perversa podía ser con tal de lograr sus objetivos. La segunda esposa era, precisamente, su tía la princesa real Giluhepa de Mitani, el principal símbolo de alianza entre sus naciones y su única aliada. La tercera esposa real era la primogénita de Amenhotep III y Tiy; Sitamón, la principal partidaria política de su madre aunque se rumoreaba su mala relación a causa de la competencia entre ellas por la atención de faraón. Por su parte, Taduhepa fue enviada debido a la amistad que Faraón y su rey mantenían. Su padre Tushratta, hermano de su tía Giluhepa, era un viejo gobernante con poco criterio militar y mala gestión administrativa. Consideraba a Amenhotep su salvación ya que éste siempre le brindaba su ayuda debido a su amistad y se sentía en deuda con él, por ello mandó a su hermana para servirle de compañía y posteriormente a su hija, la joven Taduhepa.

La embarcación llegó a destino y Taduhepa fue escoltada a La casa Jeneret ( casa de las bellezas) con el mayor de los honores por el general del imperio; Bomani. El pueblo Egipcio la recibió con cierta desconfianza, no tenían en buena estima a los extranjeros, pero eso a ella no le importaba, su corazón se sentía naufragar en una procesión fúnebre que era precedida por aquellos desconocidos de rostros engreídos y miradas maliciosas.

— Su alteza—. Bomani era un fornido moreno, de aspecto intimidante. Su rostro delataba levemente su juventud, pero su mirada era adulta y aguda. Cabalgaba a un lado del palanquín que transportaba a Taduhepa. De entre la transparencia de las telas ella lo observó sin mucho interés. —Queda poco para llegar a palacio.

— Que noticia más desagradable—. Taduhepa respondió sin meditar mucho en sus palabras, al ser de la realeza su posición privilegiada le confería aires de superioridad inevitables.

—Que faraón no la escuche, su alteza, o le dará latigazos por su osadía.




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