Quince mañanas el Dios Jepri había arrastrado el sol y vuelto a ocultar el mismo tras las extensas montañas de arena. La ceremonia de bodas había sido pospuesta, con todo lo que lo ello implicaba. El imperio Hitita había atacado y el primer país en hacer frente a esa masacre era su anterior reino, el pueblo de Mitani. Lo cierto es que la guerra era con Egipto pero al ser Mitani un país vasallo y cercano a los hititas, su anterior pueblo fue el primero en responder al ataque. Los papiros no dejaban de circular de un lugar a otro, a faraón prácticamente no se le veía por ninguna lado, la mayor parte del tiempo estaba encerrado en consejo de guerra evaluando los pasos a seguir. El conflicto era reciente y la información no llegaba tan rápido como era deseado. La milicia Egipcia preparaba sus tropas y el encargado de eso era, precisamente, aquél insurgente general de ojos profundos.
Nefertiti no sabía qué sentir al respecto, la guerra era algo terrible pero en esta oportunidad parecía ser una bendición de los dioses a su persona. Sin ella el rey de Mitani y la nobleza invitada habría llegado ya a Egipto, la ceremonia estaría siendo preparada frenéticamente y ella tendría los días contados para yacer en la alcoba de faraón y volverse una con ese hombre desagradable.
Las mujeres nobles tenían poco que hacer en tiempos de guerra. Sus hombres estaban ocupados, las necesidades básicas eran cubiertas por sus sirvientas o esclavos, de lo único que se preocupaban era de su belleza y los chismes. Eso sí abundaba. Afortunadamente en momentos donde la prioridad era la seguridad del imperio, los soldados estaban más ocupados en cosas relativas a la guerra y las concubinas contaban con mayor libertad. Nefertiti sabía darle un uso adecuado a este tiempo precioso.
Inició generando su red cercana de aliados con sirvientes provenientes de Mitani. Contaba con dos sirvientas que habían atendido sus necesidades desde pequeña y que manifestaron desde un principio su voluntad de acompañarla y servirle. Tenía confianza en ambas mujeres, madre e hija eran como parientes sin serlo. Mantenía las distancias desde que su padre habia mandado azotar a Nuzi, la madre de Taite, por verlas jugar como iguales. Hablar de forma altanera era una costumbre arraigada y forjada por el miedo que sintió al ver a aquella mujer, quién en su infancia sintió más cercana que su propia madre, sangrar hasta desvanecerse. Taite era una joven bella y alegre, tenía un año más que Nefertiti, su cabello voluminoso y oscuro como la noche enmarcaba sus facciones delicadas y resaltaba aquellos ojos gatunos. Su madre era una mujer dulce, de mirada cansada y sonrisa amorosa. Ambas trabajaban como sirvientes en el palacio de Mitani luego que el esposo de Nuzi falleciera en la batalla contra Babilonia. Taite era la encargada desde esa epoca de probar las comidas de Taduhepa, en caso de que alguien osara envenenarla. Cada vez que ella probaba bocado, su estómago se anudaba doloramente. Temía por el veneno, pero lo que realmente la atormentaba era que ella corriera aquél riesgo. Trataba de no pensar tanto en el tema, jamás habia experimentado nada que hiciera temer su muerte por lo que era un procedimiento a sus ojos seguro y le permitía de forma indirecta comer deliciosas comidas que, en condiciones normales, jamás degustaria. Con la seguridad de confiar plenamente en sus lealtades llamó a ambas mujeres, no queria involucrarlas más de la cuenta pero en esta ocasión era fundamental su ayuda. Le ordenó a Nuzi averiguar cada rumor concerniente al harén y le solicitó a Taite mantenerse a su lado en todo momento como su dama de compañía. En términos sencillos Taite seguiría haciendo las mismas cosas que en Mitani. Aún no dominaba bien la lengua Egipcia, en su reino se hablaba hurrita y le estaba resultando complejo comunicarse sin cometer errores en sus tareas. De esta forma podría aprender más fácil y Nefertiti tendría compañía, que era lo propio según el protocolo.
Nuzi las dejó para realizar las tareas asignadas y Nefertiti decidió ir a refrescarse. La tarde era especialmente calurosa ese día y aun no conocía de cerca el río Nilo. Hapi era la divinidad que personificaba el río, la fuente más grande de vida y prosperidad de los Egipcios el cual era venerado por su poder benéfico y fecundador. Visitar el Nilo y bañarse en sus aguas seria un gesto bien recibido por los egipcios, ya que simbolizaría la purificación de su cuerpo. Taite y Nefertiti fueron escoltadas por esclavos en el palanquín destinado a las damas nobles de la casa Jeneret.
Rio Nilo
Cuando llegaron al río Nefertiti solicitó a los escoltas se mantuvieran alejados mientras entraba a las aguas. Sólo Taite la acompañaba a la distancia, junto a la estancia de descanso que los sirvientes prepararon para después del baño. Al sumergirse en las frías aguas liberó su mente de la angustia y preocupaciones, ya estaba tomando cartas en el asunto. Comenzaba a comprender más de cerca la dinámica del harén. Desde el día de la presentación, sólo había coincidido con Tiy y Sitamón en contadas ocasiones. Tiy tenía habitaciones privadas para su recreación particular, por ende era escasamente vista en el harén y las veces que se encontraron no disimuló su desprecio por Nefertiti. Sitamón había estado ausente, desconocía los motivos pero raramente dejaba su habitación estos días.
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Editado: 08.10.2018