Kilig: Parte I

Decepción

Aviso: Cuando los personajes estén hablando en cursiva, es porque se comunican en hurrita. Cuando el diálogo es normal hablan en lengua Egipcia.
Así evitamos confusiones.
Feliz lectura!

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—He venido para que me tomes como mujer, general—. Las palabras pronunciadas en lengua Egipcia salieron con fluidez de los labios de Taite. Tenía plena conciencia de lo que decía, aun cuando las palabras eran torpes, la pronunciación extraña y quizás hilaba la oración de forma poco correcta. Era imposible tener dudas de su significado.

El general observaba a la mujer desnuda frente a él. Su cuerpo voluptuoso captó primero su atención, más que excitación lo que sentía era asombro e incertidumbre. Cuando la vio a la cara se le descompuso el gesto. Era la sierva de Nefertiti, la mujer que le había amenazado con una vara cuyo deseo asesino era perfectamente palpable. ¿De qué se trataba este mal chiste?

— Vístete—. Musitó el general en un tono molesto, desviando la mirada. Taite compendió que la rechazaba y sintió la punzada del pánico.

—No—. Taite no iba ceder, no ahora que había llegado tan lejos.

—¿Ella te envió? —Dijo el general tras una pausa, con la voz grave y amenazante. —¿Fue Nefertiti?

La sola mención de su ama hizo que ella sintiera más fuerza. No entendía del todo lo que él decía, pero hablaba de Nefertiti en torno a algo y lucía molesto. Inspiró profundo y cortó la distancia con el hombre de gesto adusto. Imitó la cadencia sensual que Nefertiti adoptaba siempre al caminar y alzó el brazo para tocar el pecho descubierto del general. Su cuerpo era duro y musculoso, su piel cálida y su corazón palpitaba un poco más rápido de lo normal. El general estaba furioso ¿Acaso esperaba que un revolcón con su sierva sería suficiente moneda de cambio por su lealtad? ¿En tan poca estima lo tenía? Se sintió ridículo, burlado por aquella extranjera de ojos hipnotizantes.

<<Bien>> pensó para sí. <<Si es lo que quieres pequeña arpía, tomaré este pago con gusto. >>

Con fuerza y furia tomo a Taite de la cintura salvando la distancia que quedaba. Sus manos firmes recorrieron su cuerpo y su boca incursionó en la piel canela, sus movimientos eran expertos pero monótonos. Seguía un patrón ya aprendido de tantas noches en la casa del placer. Conocía el cuerpo femenino como el suyo propio, pero ahora mismo carecía de motivación o lujuria, lo movia la furia y el sentimiento patético que lo carcomía. Jamás había sido hipnotizado tan fuerte por una mujer, jamás había desnudado su alma con nadie a excepción de quienes lo criaron. Creía que ella era frágil y bella, una flor en el desierto que debía ser protegida, pero todo ello se borró dejando consigo un sentimiento pesado y angustiante. Entre el va y viene de pensamientos negros un fino temblor lo distrajo. Sus manos quedaron estáticas en las curvas de Taite y alzó el rostro hacia la joven sierva. Sintió como si un rayo cayera sobre él y le atravesara de la cabeza a los pies. La chica tenía un gesto aterrado, su cuerpo temblaba como una hoja en otoño y sus ojos húmedos luchaban por no derramar lágrimas. Se alejo dando pasos hacia atrás sumergido en la más completa agonía, en el más completo asco. Tomó su cabeza entre las manos y comenzó a temblar tal como ella, pero de un pavor diferente, sentía verdadero horror hacia él mismo.

Taite advirtió que el general se retiraba, aún cuando el alivio le invadió no podía detenerse. Había llegado muy lejos para no concretar su misión. Caminó hasta el general y tomo su mano, la depositó en un pecho tembloroso y le pidió seguir.

Por favor, tómame a mí. No a mi ama. Ella es demasiado joven e inexperta, ya tiene suficiente con faraón—. Taite decía esto entre lágrimas con la vaga esperanza de que el general comprendiera algo. — Si alguien descubre que tiene algo contigo la matarán ¡faraón no tendrá piedad! Te lo suplico ¡tómame a mí!

Bomani no entendía nada, el contacto con la piel de la joven quemaba de una manera desgradable, alejó la mano rápidamente y miró al vacío mientras respiraba pesadamente tratando de recuperar en algo la compostura. Se sentía perturbado y las palabras de la chica eran inteligibles. Vagamente recordaba algo de hurrita aprendido años atrás, demasiados años para poder dar un hilo comprensible a lo que Taite decía.

No... Por favor, no—. Logró decir el general, recuperando de su memoria estás simples pero vitales palabras hurritas. Necesitaba control, cerró los ojos y llevó una mano a su entrecejo presionando fuerte. Siempre hacia esto cuando se veía superado por las circunstancias y vaya que ahora lo sentía.

Al comprender esas palabras Taite cayó al suelo en lágrimas. Tapaba sus pechos con sus brazos, abrazándose a sí misma y sintiéndose miserable. Había fallado, dió todo de sí pero no pudo proteger a su ama de las manos de aquél hombre. Lloraba con angustia y ya sin importarle nada. De pronto sintió algo cálido en su espalda, la tela se deslizó por sus hombros y tapó su desnudez. El general había tomado la capa que llevaba consigo y la arropó entre las telas luego de acuclillarse frente a ella. Le tomó unos minutos pero pudo dejar de llorar y ahora le observaba confusa mientras el hombre, que siempre vio como un ser del inframundo, la miraba con amabilidad y tristeza.




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