Confundido en exceso, corrí hacia el aeropuerto,
Donde compré un boleto, sin tener nada claro.
Pensaba solamente que el autor de este entuerto,
Definitivamente lo iba a pagar muy caro.
“Te rescataré, mi amor, aunque me quede tuerto
Y ocasione destrozos que no tengan reparo.
No importa si hay peligro de que termine muerto,
Es mi deber cuidarte y ofrecerte mi amparo".
El destino escogido de mi viaje fue París,
Y el vuelo despegaba en poco menos de una hora.
No registré equipaje, pues no cargaba un veliz.
Solo yo, mi celular, también mi cantimplora.
De repente, me irritó un pesado olor a barniz,
Puesto en las uñas de una misteriosa señora,
Quien se sentó a mi lado, simulando estar feliz;
Rato después, solo eso mi mente rememora.
El avión aterrizó en la capital francesa.
Corazonada firme me lleva a su ubicación.
Multitud alrededor de la torre Eiffel reza
Por la rehén que un hombre tiene arriba en sumisión.
Discretamente escalo por darle la sorpresa
Y abatir al criminal para mandarlo a prisión.
Mi amada, agradecida, mucho me abraza y besa.
No obstante, todo acabó siendo solo una ilusión.
Me tumbó el disolvente y el sueño insuficiente,
Hasta que un caballero, que dormido me pilla,
Me sacudió del hombro, demasiado impaciente,
Pues mi cuerpo yacía sobre más de una silla.
Deprisa hallé a una empleada, quien me guió cordialmente
A mi asiento asignado, junto a una ventanilla,
Y a varios pies de altitud oigo una broma hiriente:
"Bienvenidos al vuelo con destino a Sevilla".