Capítulo 1: Yato, El Héroe del Infinito.
La noche estaba silenciosa y tenebrosa. No sé escuchaba ningún animalillo nocturno entonar sus melodías. Un camino, ancho y pulcro, se perdía en la oscuridad desde principio a fin. Había poca luz, pues el Eclipse Lunar siempre sometía a la luna durante treinta noches seguidas, por esa razón en muchos lugares siempre la noche era oscura, con falto de luz. A lo alto de una pradera, dónde todo estaba a la intemperie, sentado en la menuda hierva verdosa, un joven de 18 años observaba en silencio el lugar donde sucedió la Masacre de Hoanim, que en lontananza se podía divisar lo que quedaba de la masacre; escombro y cenizas era lo único que quedó en el recuerdo de lo que antes era uno de los pueblos más prósperos dentro de la Alianza de las Razas. En derredor había varias lámparas de maná que tenían ese espacio iluminado; la oscuridad se limitó ante la hermosa luz de maná. Cerca, limitado a un gran árbol, estaba una menuda casita de madera, muy bien construida; sin duda era la casa del joven.
De súbito, rezumaron un par de lágrimas del joven.
Viejos recuerdos iban y venían, atormentándolos día y noche: la sonrisa de su hermosa madre que siempre le alegraba el día; los regaños de su padre cuando algo malo hacía; la compañía de sus hermanas; todos esos recuerdos siempre venían y luego se iban cuando despertaba en él una rabia que recorría por todas sus venas.
—¿Quieres soltar toda esa rabia que has almacenado y que hierve en tus venas?
Una voz desconocida lo sacó de un tris de su ensimismamiento y se levantó como un rayo, afrontando a la persona que tenía delante.
—¿Quién eres tú, y que quieres de mi? —no dudó en preguntar el joven.
El desconocido llevaba puesto encima una bata negra, desgastada y desgarrada, que cubría su cuerpo desde el cuello hasta los tobillos; su rostro estaba oculto bajo la capucha de la fúnebre bata.
—No te asustes, joven. No tengo pensado hacerte algún daño—dijo el desconocido, cuando divisó que el joven había introducido una de sus manos en el bolsillo de su pantalón.
—Entonces. ¿Dime que quieres de mi? —le volvió a preguntar, pero ahora con voz autoritaria—. Estoy harto de ustedes, ladrones.
El desconocido se echó una risa. El joven ciñó el ceño al tal osadía.
—¿De que te ríes? ¿Piensas que soy un debilucho y que me voy a dejar robar así como si nada? —sacó dos dagas de acero de su bolsillo; sus hojas estaban muy bien afiladas—. ¡Pues estás equivocado! —y se armó, listo para luchar.
—Calma, joven—el desconocido hizo un movimiento en sus manos para calmar la situación—, yo no vine a robar a nadie, y tampoco soy ningún ladrón. Vine por un motivo aún más grande, así que puedes guardar esas cosas insignificante.
—¿Y que te hace pensar que voy a confiar en un desconocido? —apuntó el joven, todavía en guardia—. He vivido en este lugar desde que los Demonios arrasaron a mi pueblo y desde entonces he sobrevivido como he podido. Mi padre me enseñó desde pequeño que no debo confiar en nadie, y gracias a ese consejo, he podido sobrevivir. Así que…
—Entiendo, joven, se que eres fuerte—lo interrumpió—. Desde las sombras te he observado en silencio; has logrado realizar muchas cosas impresionantes desde que perdiste todo lo que más amaba en esta vida. No merecías pasar por todo eso, pero a veces el destino es cruel.
—¿Ahora que burradas dices? Si viniste a joder solamente, te puedes ir yendo por dónde viniste. ¡No tengo tiempo para las sandeces de las personas!
El desconocido se volvió a reír.
—¿Por qué puñetas te ríes? —exclamó el joven, echando humo—. ¿Qué es tan gracioso? ¡Te lo estoy advirtiendo sin bromas! ¡Así que no me hagas enfurecer!
—Calma, calma, joven—volvió a realizar los mismos ademanes—. Iré al grano. Primero me presentaré. Mi nombre es Yato Ukaza, primer Héroe de la Alianza de las Razas y antiguo Rey Absoluto del Norte.
—¡¿Yato Ukaza?! ¿El Héroe del Infinito? No hay duda: tienes problemas de la cabeza desde pequeño.
—Tenia ese presentimiento de que no me ibas a creer. Por eso.
Yato echó su capucha hacía atrás, dejando su rostro a la vista. La gran cicatriz que surcaba desde la ceja hasta el pómulo de su ojo derecho fue la prueba irreprochable que sacó de todas las dudas al joven sobre Yato, el Héroe del Infinito, hijo del Fundador de la Alianza de las Razas.
—No puede ser…—soltó las dos dagas y no dudó en hincar rodilla—. Perdóname la vida, Gran Héroe. No sabía que eras el Héroe que luchó contra los Cuatro Señores Menores del Círculo de los Demonios para proteger nuestras tierras. Por favor, te lo ruego, todavía tengo una cosa que hacer antes de morir. Así que te ruego, no me mates.
Yato, al ver la desesperación del joven por el rotundo respeto que había propagado su nombre por toda la nación gracias a todos los actos heroicos que realizó en contra los Demonios, le extendió la mano y le dijo:
—No te preocupes, joven, yo no soy como esos héroes falsos que mataban a las personas cuando le faltaban el respeto, yo soy diferente a ellos. Así que levanta esos ánimos.
El joven dudó por un momento, pero ya calmado, agarró la mano de Yato y este lo ayudó a colocarse de pie.
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