Capítulo 4: Bruno y Yade.
—Por fin he llegado—suspiró Bruno, con alivio.
Delante de Bruno había una ingente cantidad de árboles de gran tamaño, todos plantado en desorden. Había poca hierva crecida en el suelo, así como carecía de humedad por culpa del denso sol. El cielo estaba totalmente despejado, su color azul claro se podía ver desde cualquier sitio; una gran cantidad de pájaros se divertían volando en sus lindes, surcando el viento de varias formas. La mañana estaba amena.
Las Montañas de Hargani eran famosas por sus árboles y minerales, pero más allá de su riqueza natural, también se escondía un misterioso secreto.
Bruno siguió sin detener sus pasos, hasta que por fin pudo dar con una menuda casa que estaba construida bajo de un montón de árboles ajuntados. En ese sitio había más frescura que en los otros sitios de la inmensa montaña.
La menuda casa estaba construida de madera. En derredor había muchas plantas de bellas flores brillantes. Por el medio del jardín de plantas exóticas, había un camino que atinaba con la puerta de la casa de madera. El suelo estaba tupido de hojas secas, que mantenían la frescura del lugar.
Solo se escuchaba silencio en los alrededores, algo que hizo que Bruno se pusiera en guardia.
—No te preocupes, chico. En este lugar no hay nada que te pueda hacerte daño.
Bruno rápidamente se volvió al escuchar esas palabras proveniente de sus espaldas: cuando se giró, se encontró con una mujer muy joven, que poseía una regadera de madera en una mano y una canasta llenas de flores en la otra mano. La joven solo le sonrió.
—¿Tu eres la vieja amiga de Yato? —fue lo único que le pudo preguntar a la joven.
—Si—respondió—. Y te estaba esperando.
La joven chica tenía un hermoso cabello lacio, de color amarillo brillante, que caía como cascada por toda su perfecta espalda hasta detenerse en sus posaderas. El color de sus ojos eran azul cielo, casi perfectos. El tono de su piel era claro; otras características de su piel era su suavidad y delicadeza, sin ningún rasguño. Su estatura era alta, como unos 1,89 metros. Su complexión era media atlética. El conjunto de ropas que llevaba encima era de una tela sencilla, todas de color blanca, excepto la corona que reposaba en su cabeza y las vendas que ceñía sus brazos.
—No te dejes llevar por las apariencias, chico—le advirtió la joven chica al notar que Bruno estaba cayendo en el encanto de su belleza.
—¡No lo hago! —respondió rápidamente Bruno, saliendo en un tris de su ensimismamiento, y luego se sacudió la cabeza—. Solo pensaba en otra cosa.
La joven solo pudo reírse por lo gracioso que se venía Bruno en ese momento. Bruno estaba un poco avergonzado.
—Mi nombre es Yade—se presentó la joven—. ¿Cuál es el tuyo?
—Yo me llamo Bruno—respondió, manteniendo firme su temple.
—Esta bien, Bruno—aceptó con una sonrisa—. Creo que deberás estar exhausto de la gran caminata que hiciste. Porque no pasamos adentro para que te relajes y así podemos conversar bien.
—Me parece buena idea.
Yade aceptó el comportamiento sumiso de Bruno con una sonrisa.
—Sígueme—ordenó.
Bruno acató sin dudar y comenzó a perseguir a Yade.
***
—Entonces, Bruno. ¿Qué te parece la comida? —Yade le preguntó a un Bruno que comía como si no hubiera un mañana.
—¡Está muy deliciosa! —respondió Bruno, lleno de alegría—. Hace tiempo que mi paladar gustativo no probaba algo tan delicioso.
—Me alegra mucho que te encante la comida. —Yade se sentó en una silla que quedaba cara a cara con Bruno. —¿Te sientes un poco aliviado del viaje?
—Eso creo—respondió Bruno, sin prestarle atención a Yade, toda su atención estaba depositada en acabar rápido su comida; la joven lo miraba fijamente, como si algo le incomodara de él.
El comedor de la humilde casa de Yade era espaciosa. Había una mesa cuadrada de madera de mármol en el medio del comedor, acompañada de varias sillas de madera. Estaba una chimenea bien echa que servía como fogón para cocinar alimentos crudos. En el medio del techo del comedor, había una gran lámpara que funcionaba con maná para darle luz a todo el comedor. A la derecha, a través de la ventana, que siempre permanecía abierta por el día, se podía sentir la frescura de la brisa del exterior.
Al cabo de unos segundos pasados en el reloj, Bruno acabó con su comida y le dio las gracias a Yade.
—¿Ahora te sientes mejor? —preguntó Yade, con mucha amabilidad.
—Si. Y todo es gracias a ti—dijo Bruno, devolviendo el gesto de amabilidad.
—Me alegro. Bueno. Se que has venido hasta aquí para entrenar ese nuevo poder que obtuviste.
—¿Yato te contó todo desde el principio? —dudó por un momento.
—No todo.
—¿Cómo así que no todo? ¿Qué me estás tratando de decir?
—No dudes de mi, chico. Yo no soy mala… bueno, antes si lo era—admitió a medias, rascándose la cabeza con algo de vergüenza—. Pero como los tiempos han cambiado, yo también he cambiado.