Kingdom of Dragonye. Novela Ligera.

9

Capítulo 9: Purificadores purificados.

Una gran expansión de tierra se diseminaba a muchos metros de distancia; su suelo estaba sembrado tupidamente de pasto cortado. Por todas partes, diseminados en varios grupos, habían ovejas comiendo el pasto con apacigües. Sentado sobre una piedra, un hombre ya mayor se encargaba de pastorear sus ovejas desde su posición actual. Suspiró profundo, gustado al notar el buen clima del día. Hoy los lobos no tenían intenciones de atacar a su gran rebaño de ovejas.

En lontananza, al norte, se podía avistar una inmensa casa de campo. Más allá al este, estaba el gran establo donde el numeroso rebaño de ovejas descansaban por la noche. Más acá al oeste, estaba una fuente de agua artificial. Y al lado de la inmensa casa, a una distancia alejada, había una humilde granja. Y en torno, habían muchos árboles, rodeando la vasta expansión de tierra como si estuviera confinando sus lindes con las praderas.

—¡Buh! —El hombre dio un respingo cuando una joven de 18 años le dio un repentino susto.

—Bárbara, tu siempre de graciosa—reprochó el hombre, con el corazón alterado—. Casi me matas de un susto.

La joven solo se rio. El hombre arqueó la cejas por la osadía de su única hija.

—Toma, padre—la joven le ensanchó una olla enrollada con una tela sencilla—. Te hice tu desayuno.

—¿Bárbara? —el hombre se impresionó—. No debiste hacerlo. Tienes demasiado trabajo en la granja, más de lo que tengo yo. ¿Y tú madre?

—Mi madre amaneció enferma, querido padre—dijo la joven, entristecida por la enfermedad de su madre—. Me siento culpable de ser muy bruta para hacer remedios.

—No te preocupes, Bárbara, siempre has estado todos los días ocupada con los animales que nunca tuviste tiempo para estudiar. Pero entiendo tu amor por los animales.

Bárbara no se sintió mal, pues su decisión fue aceptada por sus padres desde que le agarró afición a los animales, desde entonces cuida de ellos día y noche sin importarle el reproche de las personas.

—Después que desayune—dijo el hombre—, iremos a buscar algunas plantas curativas para hacerle un remedio a tu madre. ¿Qué te parece?

—¡Si! —Bárbara se sentía muy contenta de poder tener una oportunidad de ayudar a su madre a curarse de su enfermedad.

De repente, una carcajada se escuchó detrás de ellos. El hombre no dudó en volverse, colocando rápidamente a su hija a la defensiva.

—Que bonita familia son—dijo un hombre con su rostro oculto bajo una capucha: su vestimenta era una bata larga, de color blanca, con un signo de una hoja envuelta en llamas dibujada en el pecho. El sujeto desconocido no era el único presente en el lugar, habían varios hombres más, vestidos igual que él.

—¿Miembros de la Iglesia Principal? —dijo el pastor de ovejas, sintiendo alivio y duda a la vez—. ¿Qué hacen aquí?

—Venimos a purificar la maldad de este lugar—respondió el hombre religioso—. Hemos sido enviados por el Padre Supremo a todos los campos alejados, con la tarea de reclutar a todas las jóvenes que allí habiten para la Misión de Purificación Masiva. Para ser más claro. Hemos venido por tu hija. Así que entrégala.

—¡Jamás lo haré! —se negó el pastor, henchido de mucha valentía—. ¡Primero muerto hasta que entregarle a mi hija!

—Esta bien—aceptó el religioso—. ¡Soldados! —señaló al pastor—. ¡Sáquenlo de mi vista y tráiganme a la joven!

Sus seguidores acataron y se fueron a la ofensiva.

—Hija. Huye—le ordenó su padre—. Te daré el tiempo suficiente para que huyas lejos de aquí. No te preocupes por tu madre, ellos solo te quieren a ti.

—¿Y que pasará contigo, padre? —añadió Bárbara, muy asustada.

—No te preocupes, no me pasará nada. ¡Solo huye!

Bárbara acató a su padre y salió corriendo. No obstante. Un dardo se incrustó en su espalda y cayó desmayada de inmediato.

***

Bárbara comenzó a abrir sus ojos con molestia; le dolía mucho la cabeza. Su conciencia y sus ánimos se estaban recuperando poco a poco. Cuando recuperó los ánimos, se acató de que estaba pendida a unos pocos centímetros al suelo; una cuerda amarraba sus dos muñecas de la mano, pendiéndola en el aire con la otra parte de la cuerda amarrada en una gruesa rama de un árbol.

—¿Qué está pasando? —exclamó Bárbara, al ver al grupo de religiosos muy cerca.

—Por fin despertaste, dormilona—dijo el hombre religioso, sin la capucha ocultando su rostro—. Estábamos esperando a que te despertarás para comenzar con tu purificación—culminó esas palabras con una sonrisa malévola en su rostro.

—¿Purificarme? ¿A qué se refieren?

—Tu querido padre sabe a que me estoy refiriendo—señaló a dónde estaba el padre de Bárbara: estaba amarrado de cintura, de pecho y de piernas al tronco de un árbol cercano por una cuerda doble. Bárbara gritó de rabia—. Cómo vamos a disfrutar contigo.

El padre de Bárbara se aspaba con fuerza para desatarse, pero era imposible, lo habían atado muy bien; trataba de decir algo, pero no podía, los desgraciados religiosos también habían tapado su boca.

—¿Qué tienen planeado hacerme? —volvió a preguntar, ahora preocupada cuando los religiosos comenzaron a quitarse sus batas.

—Algo que las féminas le gustan que le hagan—y luego se rio con maldad.

—Por favor, no me violen, yo no merezco esto. Soy muy inocente para soportar eso—decía Bárbara entre llantos de suplicio al acatarse de lo que querían hacerle realmente—. Vosotros no pueden hacer esto. ¡Son miembros de la Iglesia Principal!

—¿Y que ahí con eso, preciosura? —le replicó, pasando suavemente el dorsal de su mano sobre la mejilla de Bárbara—. ¿Nadie lo sabrá, verdad?

Bárbara gritó con impotencia cuando veía que todos los hombres religiosos se acercaban a ella; todavía no se habían desnudado, pero estaban ansioso de hacerlo cuando la fémina estuviera sin sus ropas encima.

Su padre se aspaba aún con más fuerzas, soltando varias lágrimas al vaticinar lo que querían hacer con su única hija, la niña que ha cuidado con uñas y dientes para verla convertirse en una hermosa mujer.



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En el texto hay: demonios, novela ligera, aventura fantasia

Editado: 06.10.2025

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