Antes de que Anna pudiera organizar su plan, otra aldea cercana comenzó a experimentar desapariciones similares a las de Hinterwald. Niños y adultos desaparecían sin dejar rastro, y las cadenas metálicas de Krampus resonaban en la noche, mezclándose con sus gritos y risas.
Anna viajó al lugar y vio los efectos del demonio: árboles que se retorcían, sombras que arrastraban a los vivos hacia la niebla y espejos que reflejaban imágenes deformadas de la realidad. Cada vez que intentaba acercarse a una víctima, la niebla la envolvía, mostrándole sus propios miedos y recuerdos oscuros.
Krampus estaba más fuerte que nunca, y Anna comprendió que su viaje apenas comenzaba. Si no encontraba la manera de contenerlo, el demonio se expandiría, alimentándose del miedo y la maldad de toda la región.