Hinterwald estaba cubierto por una capa de nieve tan espesa que cada sonido parecía absorberse en el aire, dejando un silencio que era casi insoportable. Las casas estaban decoradas con luces navideñas, pero sus colores brillantes no podían disipar la sensación de amenaza que flotaba en el aire. Los adultos miraban por las ventanas con inquietud; los niños jugaban en la nieve, ajenos al presagio que se cernía sobre el pueblo.
Una ligera neblina comenzaba a levantarse sobre los tejados y los árboles. Era densa y húmeda, con un olor a tierra mojada mezclado con algo más, algo que olía a hierro y podredumbre. En la plaza central, los faroles temblaban sin viento, proyectando sombras que parecían moverse por su cuenta.
Hans, un niño travieso de diez años, escuchó un sonido que lo paralizó: cadenas arrastrándose sobre la nieve. Provenían del bosque cercano, pero el ruido parecía acercarse a toda velocidad. Se asomó por la ventana y vio una figura oscura con cuernos, ojos rojos y un saco que parecía moverse como si respirara. Una voz gutural emergió de la neblina:
—Krampus vendrá…
Esa noche, nadie durmió bien. Los perros aullaban, las ventanas vibraban y un frío que no era normal penetraba incluso las mantas más gruesas. Los aldeanos comenzaron a sospechar que este año la Navidad traería algo mucho más oscuro que regalos y villancicos.