Hans despertó sobresaltado al sentir algo frío rozando su hombro. La figura de Krampus estaba dentro de su habitación, aunque la puerta estaba cerrada. Sus ojos brillaban como brasas y sus garras raspaban los muebles, dejando marcas negras que olían a quemado.
Krampus levantó su saco y un grupo de sombras comenzó a moverse dentro de él: formas humanas encogidas y deformes que chillaban y golpeaban desde dentro. El aire se llenó de un hedor nauseabundo y un humo negro que hizo que Hans se sintiera atrapado. Intentó gritar, pero su voz fue absorbida por la oscuridad.
Una de las sombras salió del saco y lo arrastró hacia la ventana. Hans apenas logró zafarse con la ayuda de su hermana Anna, pero sabía que el demonio había marcado su hogar. La casa temblaba y los objetos se movían solos. Esa noche, Hans aprendió que Krampus no es un mito: es un cazador de almas que espera cualquier oportunidad para reclamar lo que cree suyo.