A la mañana siguiente, Hinterwald parecía tranquilo. Los niños jugaban en la nieve, y los adultos preparaban el desayuno. Sin embargo, pronto comenzaron a notar algo extraño: Hans había desaparecido. Su cama estaba vacía, sin señales de lucha, y en la nieve, justo delante de la casa, había huellas negras que se adentraban en el bosque y se desvanecían.
Los aldeanos buscaron sin éxito. Pronto, otros niños comenzaron a desaparecer de la misma manera, y las huellas negras se multiplicaban. Cada vez que alguien buscaba ayuda, escuchaba cadenas arrastrándose por detrás, incluso dentro de las casas, y voces de niños atrapados que susurraban: “Ayúdanos…”.
Anna, testigo de la desaparición de su hermano, comenzó a sentir presencias extrañas en su propia casa: sombras que se movían por los pasillos, objetos que cambiaban de lugar y espejos que reflejaban figuras que no existían. La paranoia se apoderó de Hinterwald, y el miedo comenzó a reemplazar la alegría de la Navidad.