Anna, decidida a encontrar a su hermano, siguió el sonido de cadenas hasta el bosque. La neblina era espesa y olía a tierra húmeda y carne quemada. Cada árbol parecía inclinarse hacia ella, como si quisiera atraparla. Entre las sombras, figuras humanas flotaban, deformadas y encadenadas, susurrando su nombre y llorando por ayuda.
De repente, Krampus apareció. Sus ojos de fuego brillaban en la oscuridad, su boca grotesca mostraba dientes afilados y su saco se agitaba como si tuviera vida propia. Los espíritus que lo acompañaban comenzaron a girar alrededor de Anna, gritando y chillando. Cada espíritu estaba marcado por sus propios pecados y errores, un recordatorio de lo que le esperaba a los desobedientes.
Krampus extendió una mano, y Anna sintió una presión que la obligaba a inclinarse hacia la criatura. Su voz resonó en su mente:
—Cada desobediencia será pagada… y cada mentira tendrá su precio.