Anna regresó al pueblo y buscó al anciano Friedrich, el único que parecía comprender la amenaza. El hombre le contó la historia verdadera de Krampus: un demonio que castiga a los desobedientes y a quienes ocultan la maldad en sus corazones. Las desapariciones no eran castigos aleatorios: cada niño tenía una marca en el alma que el demonio podía percibir.
—Solo la bondad verdadera y el arrepentimiento genuino pueden salvarte —dijo Friedrich—. Pero incluso eso no garantiza que él te deje ir. Krampus decide quién merece vivir, y a veces, su juicio es irreversible.
Anna comprendió que no podía huir ni esconderse. Debía enfrentarlo, aceptar sus errores y demostrar su bondad. Friedrich le dio un amuleto: una campana que podía atraer luz al corazón de la oscuridad y repeler momentáneamente al demonio.