Anna comenzó a practicar el valor y la bondad que Krampus exigía. Ayudó a los vecinos, cuidó a los animales y pidió perdón por sus errores pasados. Sin embargo, cada noche, las cadenas resonaban más cerca de su casa y las sombras se volvían más agresivas.
En el bosque, los espíritus atrapados comenzaron a susurrarle secretos oscuros: historias de otros pueblos, de niños que nunca regresaron y de familias destruidas. Anna comprendió que enfrentar a Krampus no sería solo un acto de valentía, sino una batalla por su alma.