Krampus avanzó hacia Anna por última vez, arrastrando su saco y rodeado de sombras que giraban como tormentas. Anna levantó la campana y gritó con todas sus fuerzas, invocando la bondad y el arrepentimiento que había cultivado.
Un haz de luz tan intenso que parecía el amanecer atravesó la oscuridad, golpeando a Krampus y haciendo que soltara el saco. Dentro, los niños desaparecidos miraron a Anna con ojos agradecidos antes de evaporarse en luz pura.
Pero Krampus no desapareció por completo. Antes de desvanecerse en la niebla, sus ojos brillaron con un rojo más intenso que nunca y su voz resonó:
—Esto no ha terminado… vendré otra vez.
Anna regresó al pueblo. Nadie sabía si la batalla había terminado, pero todos escuchaban, cada Navidad, el eco metálico de las cadenas en la nieve, recordándoles que Krampus vendrá, y que la oscuridad siempre acecha en los corazones desobedientes.