Zayan sentía la mano entumecida y el cuerpo le temblaba por el frío de la tarde pero no le importaba. No podía parar de dibujar. Solo cuando la punta del lápiz se quebró suspiró y comenzó a caminar de vuelta hacia su casa.
¡Jamás había dibujado tanto! Se sentía lleno de una energía misteriosa e inexplicable.
Pero una de una una semana después, aquel arrebato de energía parecía ya muy lejano. Zayan revolvió tres veces el dormitorio que compartía con cuatro de sus hermanos centímetro a centímetro pero el cuaderno no aparecía por ningún lado. Y entonces, temió lo peor. Quizás en un descuido había perdido su cuaderno de bocetos en el colegio... o se lo habían robado.
Al día siguiente, comienzo de la temporada del Real Madrid, Zayan corrió hacia el lado puesto del colegio, llegó a la esquina del bar casi sin aliento, y se sentó en la cera como hacía siempre. Aún sin el cuaderno, mantenía una mínima esperanza de que la magia siguiera sucediendo. Pero las horas pasaron y el rostro sonriente de su ídolo no apareció en la pantalla en toda la mañana.
Entonces Zayan suspiró decepcionado.
Al parecer nada de lo que había dibujado se había hecho realidad: ni los juguetes para los niños de su barrio ni las zapatillas que su hermanita necesitaba para ir al colegio ni las medicinas tan caras que necesitaba su abuelita, ni el trabajo nuevo para su papá- que cada día que pasaba se veía más deprimido- y últimamente prefería acostarse sin cenar.
Zayan llegó a la puerta de su casa,cabizbajo y se tomó un momento para limpiarse las lágrimas de frustración del rostro. No quería que su mamá lo viera llorar. Otra vez pensaría que sus compañeros del colegio lo volvían a maltratar por el color de su piel o por su imperfecto francés. Pero antes de que pudiera secarse la cara completamente, escuchó un alboroto acercándose a el.
Jamás se le borraría de la memoria el rostro de su madre, que sonreía de una manera en la que nunca la había visto sonreír; jamás olvidaría la felicidad que desbordaba la voz de su padre gritando a quien quisiera oírlo que había conseguido el trabajo de sus sueños. Tampoco pudo evitar las lágrimas al ver el rostro de su abuelita caminando erguida por todo el patio sin ayuda y sin quejarse de ningún dolor o al ver cómo bailaba su hermanita con sus nuevas zapatillas rosas y celestes, tal como ella las había soñado siempre y como él las había imaginado mientras las dibujaba en su cuaderno.
Su cuaderno...
Cada uno de la más de una docena de dibujos que había hecho en la última semana antes de que aquel cuaderno se perdiera se estaba materializando ahora frente a sus ojos asombrados. Era tanta la felicidad que lo rodeaba que hasta logró olvidar la tristeza que sintió días atrás cuando se dio cuenta de que ya no le quedaban hojas para seguir dibujando. Después de todo qué más podía desear que ver al mundo siendo un poquito mejor, pensó conmovido.
Zayan se sentó en el cordón de la Vereda y disfrutó de las risas de los niños que correteaban por la calle mojada deleitándose con sus juguetes nuevos, que por lo que recién se daba cuenta, seguían descargando de un camión gigante estacionado un par de metros.
Y al ver tanta alegría en aquellos niños descalzos que compartían sus juguetes y reían y bromeaban con otros niños que se sumaban al alboroto, mezclando sus diferentes colores y olvidando sus diferentes dialectos como si fueran todos parte de una misma familia, Zayan dio un gran y sonoro Suspiro. No pudo evitar entonces pensar que si hubiera tenido sólo una hoja en blanco más para dibujar, su ídolo Kylian Mbappé estaría ahora allí sentado junto a él. Porque eso era con lo que soñaba cada noche.
—Creo que esto te pertenece...— le dijo una voz sorprendiéndolo. Zayan vio ante sus ojos una mano extendida que sujetaba... ¡su cuaderno!
El niño levantó la mirada azorado. Y miró fijamente y sin poder creer al joven alto, fornido y sonriente que ahora se sentaba junto a él en la cera. Zayan podría reconocer aquella sonrisa aún cuando nunca la había visto más que a través de una pantalla.
Con mano temblorosa intentó tomar el cuaderno pero entonces Kylian, en un rápido movimiento se lo quitó, y le dio otro en su lugar.
Un cuaderno nuevo y enorme brillaba ante sus ojos. Zayan comenzó a llorar otra vez.
—Recuerda...,— le dijo la dulce voz de Kylian Mbappé— el cielo es el límite...
Y sin decir nada más, le regaló el abrazo más cálido que Zayan recibiera en toda su vida...
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Editado: 27.07.2024