L. B (jeffbarcode)

CAPÍTULO 1

En la cafetería de un gran centro comercial de Bangkok, Barcode y Tong, dos buenos amigos, desayunaban crujientes churros con café.

—¿En serio que la sosa de administración se ha liado con Jesi, el buenorro de contabilidad?

—Ya te digo. Confirmado —asintió Barcode.

Tong, tras mojar un churro en el café, le dio un mordisco y susurró:

—¡Que fuerte...! ¿Adónde vamos a llegar?

Reían y disfrutaban de los últimos cotilleos de la oficina cuando se percataron de que se les hacía tarde. Llamaron al camarero y, después de pagar sus desayunos, se encaminaron hacia la salida.

Era Navidad. Una época adorada por muchos, pero que a Barcode no le gustaba. Le entristecía demasiado. Siempre había creído en la magia de la Navidad, hasta que el 18 de diciembre de seis años atrás un fatal accidente se había llevado por delante a su hermano y a su cuñada, y el año siguiente, una enfermedad, a su padre. Eso había acabado con la magia y, en especial, con sus creencias.

Cuando salían del centro comercial un enorme Papá Noel los paró y, tendiéndoles una huchita, les dijo con una sonrisa:

—¡Ho, Ho, Ho! ¡Feliz Navidad! ¿Una ayuda para cumplir deseos navideños?

Barcode negó con la cabeza, pero al ver a su amigo abrir la billetera, decidió imitarlo. Tras echar un par de billetes en la hucha, éste se iluminó. Aquello los hizo sonreír, y el enorme Papá Noel dijo:

—Ahora debéis pedir un deseo de Navidad.

Los muchachos se miraron, y Tong, divertido, preguntó:

—Esta modalidad de pedir deseos es nueva, ¿verdad?

El Papá Noel de turno asintió, y entonces Tong añadió alegremente:

—Deseo que un chico guapo, talentoso y con dinero se vuelva loco por mí y quiera casarse conmigo el Día de los Enamorados en Venecia.

Barcode sonrió al escucharlo, y su amigo, encogiéndose de hombros, exclamó:

—¡Por pedir, hijo, que no quede! Y oye... , ¿hay algo más romántico que casarse en Venecia el 14 de febrero?

El supuesto Papá Noel sonrió y, mirando al otro joven, le preguntó:

—Y tu deseo ¿cuál es?

—Salud —dijo suspirando.

—Cariño, de verdad, qué soso eres para pedir deseos —la recriminó Tong, mirándolo—. Pide algo diferente, algo realmente increíble, algo que te gustaría que ocurriera. Y si no crees en los príncipes azules y toda su parafernalia, pide un lobo macizo, que al menos te comerá mejor.

Aunque primero se quedó boquiabierto por lo que su amigo acababa de decir delante de aquel extraño, Barcode se echó a reír de inmediato y repuso:

—Vale, vale... Deseo ver sonreír a mi madre y que mi sobrino olvide sus inseguridades. Y venga, ya de paso, un lobo feroz.

El hombre les guiñó el ojo, risueño, y antes de alejarse dando unos cómicos saltitos, dijo:

—¡Ho, Ho, Ho! ¡Que la magia de la Navidad os conceda vuestros deseos!

Media hora después, y ya en sus puestos de trabajo, Barcode, mientras miraba por la ventana, se quejó:

—¡Ay, Diosss! ¿Por qué? ¿Por qué justamente hoy se tiene que poner a nevar?

Tong sonrió al oírlo, y dejando a un lado la carpeta que llevaba en la mano, se acercó hasta la ventana donde Barcode, apoyado, miraba al exterior y le preguntó:

—¿Qué esperabas, hombre? Estamos en Navidad.

—¡Maldita Navidad y maldita nieve! Hoy no llego a mi casa ni a las mil y monas. ¡Ya lo verás!

—Venga, venga..., rey del drama, ¡no exageres!

—Te lo digo en serio... No sé conducir cuando nieva. Con lo patoso que soy seguro que me doy un leñazo.

Ante aquellas palabras y el gesto simpático de su amigo, Tong tuvo que sonreír. Si alguien conocía bien a Barcode, ése era el. Llevaban trabajando más de diez años juntos y ambos se habían contado sus vidas de pe a pa.

—Tranquilízate, hombre... Verás cómo pronto dejará de nevar. Además, está lloviznando y cuando pasa eso la nieve no cuaja, y...

—No cuaja, no cuaja... ¡Odio la Navidad! —se quejó Barcode, sentándose ante su mesa.

Sin que pudiera evitarlo, Tong suspiró, y observándolo mientras el otro cogía unos papeles, supo el porqué de aquel mal humor. En esa época del año, mientras todos cantaban «¡Ay del chiquirritín!», Barcode revivía el drama ocurrido tiempo atrás.

En los últimos años, Tong había intentado que su amigo retomara su vida. Pero no era fácil. De la noche a la mañana al joven le habían caído cientos de obligaciones que se había empeñado en cumplir al ciento por ciento.

—Pásame el contrato de tu derecha, que lo archivo —le pidió Barcode justo en el momento en que comenzó a sonar la melodía de su móvil. Era su madre—. ¡Hola, mamá!

—¡Hola, tito! Soy yo, Dan.

Al reconocer la voz de su salado sobrino de siete años, sonrió y dijo:

—¡Hola, maestro Pokémon! ¿Qué pasa, cariño?

Al niño le encantaba que lo llamara así.

—Tito, dice la abuela que te pregunte si cuando vengas me llevarás a la papelería de Sagr para darle a Papá Noel mi carta. No quiero que se le olvide traerme el juego para la Play de los Pokémon y..., y el perrito.

—Tú tranquilo, cariño. Papá Noel es muy listo y seguro que no se le olvida — sonrió Barcode al pensar que ya tenía ese juego guardado en su armario—. En cuanto a lo del perrito, Papá Noel sabrá si lo trae o no.

—Pero yo lo quiero, tito.

—Lo sé, cielo..., lo sé.

Dan llevaba años queriendo tener una mascota, pero Barcode no podía darle ese capricho. Su madre se negaba a bajar a la calle sola, el niño era muy pequeño para pasear a un perro sin la compañía de un adulto, y el, con su trabajo y los cientos de obligaciones, no tenía tiempo para ocuparse de un animal.

—Pero tito, ¿me llevarás a la papelería? —insistió el pequeño.

—¡Ufff, cielo!, con esta nevada creo que me voy a demorar bastante. Además, esta tarde unos señores tienen que ir a casa y...

—Porfiii, tito. Porfiii...

Oír la vocecita de su sobrino, al que adoraba, le llegó al corazón. Desde que su hermano Jimu había muerto y él había tomado las riendas de la vida de su sobrino, siempre había intentado hacer lo mejor por y para él. Había pasado de ser un chico alocado que se divertía con sus amigos a un chico responsable que tenía que cuidar de su madre y de un niño introvertido y con algunos problemas.



#196 en Fanfic

En el texto hay: kinnporsche, pongtong

Editado: 29.12.2022

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