Freddy Clavijo no era el personaje que de niño había deseado ser cuando su cumpleaños número veinticinco llegara. Desde pequeño se prometió que saldría de la marginalidad en que había sido abandonado y que si un día llegaba a tener hijos, ellos no iban a vivir las desgracias que a él le habían impuesto.
Sus padres, de quienes no sabía ni siquiera el nombre, le dejaron un día bajo el cuidado de una trabajadora sexual y jamás regresaron. La mujer que haría las veces de mamá no le daba lo que se pudiese llamar un buen trato, obligándole a huír de su pseudo hogar a la edad de seis años para vagar por las calles, mendigándo un pan y algo de beber. A los siete años un personaje anónimo reportó ante las autoridades su presencia en las calles, y fué llevado a un centro especializado. Entre, hogares sustitutos, huídas, correccionales y calle; vivió su niñez, adolescencia y parte de su juventud. Sin embargo los pormenores que la vida le había puesto en frente, no habían menguado su deseo por tener una vida digna. Ahora veía con nostalgia a su alrededor, pues ya tenía una familia, y no era precisamente una vida llena de lujos lo que le estaba dándo a sus seres queridos. Pero, ése no eran el día de andarse con melancolías, era un día de compartir con ellos, entonces dibujó una sonrisa en su delgado rostro e incrustó en su mente y corazón la idea de disfrutar al máximo el momento.
-Sopla gordo -Decía su esposa esbozándo una sincera y confortante sonrisa.
Freddy acercó su cara a una vela incrustada en la pequeña torta que descansaba sobre la mesa reciclada, ubicada en el centro de lo que para ellos era la sala de su casa; comprimió los labios y dejó escapar el aire de sus pulmones, con la suficiénte fuerza para extinguir la llama que fulgía en la punta de la vela.
-¡bravo! - gritaron emocionados el pequeño Alberto y su mamá, al tiempo que aplaudían y caminaban a dar un fuerte abrazo al hombre de la casa.
-gracias mis amores, así no haya nadie más, ustedes son las únicas personas que necesito a mi lado, los amo.
-yo te amo más papito - Profirió el niño mientras abrazaba la pierna de su padre con toda la fuerza que su pequeño cuerpo le permitía.
-y siempre vamos a estar aquí amor - cerró Ángela, antes de darle un beso cargado de amor.
Ellos dos eran lo único de valor que Freddy tenía. No había propiedades de finca raíz escrituradas a su nombre, vehículos que alguna vez hubiese facturado, ni siquiera los muebles que adornaban el rancho improvisado en el que vivían, habían sido comprados. La mayoría eran deshechos que habían recogido de la basura mientras desempeñaban su labor como recicladores, y los pocos que no habían conseguido por ese medio, se los había regalado una viejita amable que en alguna ocasión les vió pasar con su carreta, y al notar su situación precaria les permitió llevarse una mesa antigua de madera, dos sillas, la estructura desbaratada de una cama vieja, un platero y un par de bolsas extragrandes repletas de ropa usada, que la familia agradeció de corazón.
El terreno dónde habían formado su casa hecha con tablas y plásticos, era un potrero por el cual su dueño no mostraba ningún interés hacía varios años, desde que los ancianos residentes murieron. La herencia pasaría a los hijos, pero nunca nadie apareció a reclamarla. La casa era antiquísima y amenazaba con venirse abajo, riesgo que la junta de acción comunal del barrio no estaba dispuesta a correr, y después de un concenso, decidieron que la débil y peligrosa edificación fuese demolida.
Ahora el lote adecuado con materiales reciclados y recursos extremadamente limitados funcionaba como una bodega donde se seleccionaba el material reusable colectado, y al mismo tiempo era el resguardo de Freddy, su esposa Ángela, quien tenía seis meses de embarazo, y Alberto, su pequeño de siete años de edad.
El festejo estaba sentenciado de antemano a no durar mucho, ya que era una especie de sorpresa planeada entre la mujer y el niño para Freddy, y después de compartir la diminuta torta y la gaseosa, se pusieron a seleccionar el material reusable que habían recolectado la noche anterior.
-de nuevo tú y tu cara larga- profirió Ángela al notar que su marido ya se había quitado la máscara de alegría.
-tú sabes amor, no es esta la vida que quiero para ustedes. Son mi familia y es mi obligación darles lo mejor. Además que lo merecen todo, mira este detalle tan hermoso que han tenido conmigo y yo lo único que tengo para compensarlos es un cuchitril y un poco de basura.
-¿otra vez gordo? Hemos discutido esto muchas veces - La mujer rodeó a su esposo, reposó su cabeza en la espalda de Freddy, quién le revasaba en estatura por casi treinta centímetros, y abrazó su esquelético cuerpo por la cintura -saldremos de esta juntos, lo que en verdad importa y es lo que te hace mucho mejor que tus padres... y que muchos padres, es que estás aquí. Nos amas de verdad y velas por que estemos bien. Eso, ni beto ni yo permitimos que se vaya en balde. Te aseguro que en poco tiempo todo va a girar a nuestro favor, así que cambia tu cara y limpia el pet, yo voy a escoger el archivo, que por cierto hay bastánte en las bolsas que recogimos en el centro la semana pasada.
-está bien- contestó el muchacho, ya más tranquilo. Ella tenía ése poder mágico de tranquilizarlo con unas palabras, el mismo poder que le daba fuerza para seguir adelánte cada vez que quería tirar la toalla. Sus palabras, abrazos, sonrisas y besos eran tan sinceros, que no podían menos que reconfortarle y llenarle de energía -gracias por tanto linda. Y es cierto, esa semana nos fué muy bien. Ten cuidado, no vayas a hacer fuerza, me llamas si necesitas algo.
-sí gordo, y a ver esa sonrisa.
El muchacho dejó escapar un gesto lo más sincero posible, dió un beso a su amada y se puso manos a la obra.
Un costal gigánte que debió ser blanco en los primeros días de su fabricación, pero que ahora era más de un tono beige con manchas de diferentes colores en toda la superficie, encerraba una gran cantidad de botellas plásticas aplastadas. La tapa, la etiqueta y un residuo plástico que antes funcionaba como cierre hermético, debían ser retirados para que el polietileno tereftalato del que estaban hechas las botellas, tuviese un valor más alto a la hora de ser vendido en la planta de procesamiento, dándole a Freddy una gran cantidad de trabajo. El muchacho, que no tenía nada de flojo, estiró sus brazos para alcanzar el boquete de la bolsa gigantezca, con el fin de boltearla y regar su contenido sobre el suelo, cuando escuchó a Ángela emitir un grito aterrador.