—¿Volver a revisar los expedientes?, eso nos llevará el doble de tiempo —exclamó la señorita.
—Volveremos a los expedientes —confirmó el asesor. —Tenemos que ver si hay una pista que nos indique dónde se oculta, dónde está la niña —concluyó, retirando sus lentes para limpiarlos.
—Esa es una opción —comentó el detective Thompson.
—¿Tiene otra idea? —preguntó el joven.
—Cuando los padres de Liam trajeron al abogado, pusieron un muro entre él y la policía: ningún policía puede hablar con él.
El detective y el asesor cruzaron miradas.
—Ningún policía —repitió el hombre de cuerpo robusto.
L asintió con la cabeza.
—Interesante —comentó el detective de anteojos. —¿Dónde está el muchacho ahora?
El detective L salió de la oficina acompañado de la agente Jones, personas iban y venían, caminando por los pasillos de la central con papeles y portafolios en mano.
Ambos tomaron asiento en la banca que estaba frente a la cámara Gesell, esperando a que llevaran a Liam.
L y Katherine suspiraron al mismo tiempo.
—Quiero agradecerle por su apoyo, señorita Jones, ha sido de mucha utilidad. Gracias por ajustarse al difícil proceso de convivir con una difícil persona por un mayor bien.
Ambos quedaron en silencio, Katherine sonrió. L desvió la mirada al ascensor; Liam era custodiado por dos policías que lo llevaron hasta la cámara dónde iba a ser interrogado.
El asesor entró a la cámara segundos después de Liam, el policía encargado volvió a cerrar la puerta de la cámara.
L tomó asiento frente al muchacho y acomodó la silla para sentarse mejor, Liam seguía en silencio. La cámara Gesell estaba iluminada por una luz muy tenue.
—Gracias por recibirme, Liam —dijo el asesor, recargando sus brazos sobre la mesa, con las manos entrelazadas.
—Usted es el único que me entiende —contestó el muchacho, copiando la postura del asesor. Movía sus dedos impaciente mente.
L agradeció con una sonrisa
—Ya sabes que pudimos identificarlo ¿Verdad? —preguntó el asesor.
Liam guardó silencio, seguía distante, observando un punto en la mesa.
—¿Te preocupas por él? —volvió a preguntar.
—Es mi padre —contestó con voz triste y apagada.
—¿Es por eso que aún no firmas el trato de inmunidad?
—Dígame, ¿usted entregaría al suyo? ¿Usted entregaría a su padre?
—Yo entregaría a mi padre por un dulce —bromeó. —Pero… ese es mi padre, no el tuyo.
Liam sonrió tras el comentario del asesor.
—Entre más pronto lo hallemos, mejor va a estar, si aún no ha herido a Tamara Hawking.
El muchacho se quedó pensativo.
—Tú lo amas… —continuó hablando el detective. —Pero no amas lo que él hizo, se te nota.
El rostro del chico se volvió más triste. L mantenía una expresión compasiva.
—No puedo decirlo —contestó el joven al borde del llanto.
—Eso no significa que lo defiendas.
Nuevamente la sala quedó en silencio. El muchacho movía sus pulgares una y otra vez.
—¿Es por eso que no quieres firmar el trato?
Liam seguía en silencio.
—¿Crees que no lo merece? —Volvió a preguntar el detective.
Katherine observaba la escena en el cuarto adyacente, al otro lado del vidrio, ahora empatizaba mejor con su compañero.
Liam dejo escapar un sollozo.
—Yo nunc-nunca supe porqué era tan importante para él —habló tartamudeando. —Pero yo lo quería y cuando me pidió que le ayudará a tomar a los otros niños le dije que lo haría.
—Esta bien —contestó el asesor conmiserativamente.
—No… no está bien —dijo llorando. —Nada está bien, estoy confundido, no sé que es lo que debería hacer.
Liam se limpiaba las lágrimas que acariciaban su rostro. El joven detective guardó silencio.
—Usted me dijo ayer que no me mentiría —comentó el muchacho con los ojos llorosos.
—Así es.
—Entonces dígame, si firmo el trato y les digo cómo encontrarlo, ¿cree que eso ayudará a borrar las cosas horribles que he hecho?
—No… no lo creo.
L hizo una pausa para escoger la respuesta más apropiada.
—Seis niños están muertos —continuó. —Seis niños.
Liam volteó la mirada y se rascó la cabeza.
—Cualquiera que sea el grado en el que ayudaste… jamás te podrás quitar esa sangre.
Liam volvió la mirada al detective, cada vez eran más las lágrimas que intentaba quitarse del rostro.
—Pero no significa que no hagas nada —concluyó el detective.
El cuarto quedó en silencio, Liam seguía jugando nerviosamente con sus pulgares. El muchacho suspiró, sus manos quedaron estáticas.
—De acuerdo… firmaré los papeles —respondió el muchacho de pelo castaño. —Les diré dónde se esconde y así podrán rescatar a la niña.