L Detective

Medio Juego

Los dos estaban sentados, frente a frente, ambos cruzaban miradas de odio. Tamara Hawking no paraba de llorar lo único que podía hacer era ver cómo su raptor untaba lentamente la mermelada de fresa con el cuchillo en una rebanada de pan. 


—¡Cómelo! —exigió y le aventó el emparedado como si de un perro se tratase. 


La niña de cabellera larga y morena obedeció al hombre gordo. Comía lentamente, cabizbaja y temerosa. 


El hombre de cuerpo pesado veía a la niña comer, sin hacer ningún ruido sostenía el cuchillo en la mano derecha. 


La casa era más grande que la anterior, era dónde realmente residía el asesino junto con el muchacho que ahora estaba en manos de la policía. 


L se encontraba a escasos metros de la vivienda, desidido a entrar y si era necesario incluso estaba dispuesto a morir, su único objetivo era aniquilar al hombre que había matado a su amigo. 


El asesor no estaba solo: una mujer vestida con jeans y chaqueta negra  le acompañaba, se trataba de una chica pelirroja, extremadamente atractiva. 


El detective cargó un arma y se la dio a la mujer. 


—Extrañabas hacer esto ¿No? 


—Cállate idiota, después de esto ya tendré mi deuda pagada, no te deberé favores. 


—Te extrañaré —dijo el detective. 


La mujer sonrió. 


—Eres un maldito loco impulsivo pero me aseguraré de salvarte el trasero —contestó la mujer. 


Los dos caminaron y entraron por la puerta trasera, el detective se quitó sus botas para no hacer ruido alguno, la pelirroja hizo exactamente lo mismo.  


Ambos caminaban apuntando al frente con la pistola, a cada paso que daban, los sollozos de la niña se escuchaban más fuerte.  


L apareció por detrás del secuestrador haciendo una seña a la niña para que guardara silencio, Tamara asintió levemente con la cabeza.


—Como entraste aquí —dijo el hombre gordo estando de espaldas, velozmente sacó una pistola de su chaleco y apunto a la niña, quién estalló en llanto. 
El hombre caminó hasta la niña sin dejar de apuntarle a la cabeza, tratando de evitar darle la espalda al detective y a la pelirroja. 


Tomó a la niña abrazándola fuertemente con el brazo izquierdo, posicionándose detrás de la niña, al mismo tiempo que con la derecha apuntaba a la cabeza de su rehén. 


—¡No se mueva y déjela ir! —ordenó la atractiva pelirroja. 


El hombre gordo se movía con inquietud sin saber qué hacer, no quitaba la vista del arma del detective.


—¡No se mueva y déjela ir! —gritó el detective repitiendo las palabras de su compañera. 


El hombre parecía estar en shock. 


—¡Bajé el arma! —ordenó el detective. 


—Por favor —respondió al fin el hombre con la voz entrecortada. —Díganle a Liam que lo siento.


El hombre empujó a Tamara hacia su derecha y llevo el arma a su boca. 


—¡Noooo! —gritó el detective. 


El sonido de un disparo hizo que las aves que volaban y descansaban sobre los cables, árboles y tejados de las casas cercanas, salieran despavoridos. 
 




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