Todo alrededor era oscuridad, con la poca luz que entraba por las ventanas en lo alto de las paredes apenas se podía ver la silueta de un hombre colgado, con su brazos extendidos y sujetos como la figura de Jesús de Nazaret en el crucifijo.
El hombre de cuerpo grasoso empezaba a despertase quejándose de un fuerte dolor de cabeza.
—Me has decepcionado —dijo una voz fría que provenía desde la profunda oscuridad, el sonido de los tacones se hacían más fuertes y cercanos. —No eres lo que yo esperaba.
El hombre que estaba colgado gemía de dolor.
—Esperaba que fueras más… viril.
El hombre gordo respiraba como si hubiese corrido un maratón.
—Bienvenido al infierno, ya que Dios no hace nada con las escorias como tú, yo me encargaré de que pagues por todos tus pecados.
El hombre aún estaba aturdido, no entendía lo que estaba sucediendo, escuchaba la voz con claridad pero no veía nada, de fondo podía oír un sonido como el que produce un enjambre de abejas, el sonido del tacón cambiaba de lugar constantemente, poderoso y amenazante.
—¿Estoy, estoy muerto? —preguntó el hombre con dificultad.
—Afortunadamente para mí no es así, no te dejaría ir tan fácil.
—¿Cómo, que es lo que sucede? —dijo el hombre sacudiendo su cabeza, parpadeando constantemente. Su frente estaba llena de sudor.
—Trataste de dispararte pero mi colega fue más rápida que tú: ella te disparó en el hombro haciendo que soltarás el arma, luego te puse a dormir.
Una mesa larga de cristal se iluminó gradualmente, mostraba una gran variedad de utensilios de tortura que eran iluminados por los pequeños focos LED que rodeaban el contorno de la mesa de transparente.
El hombre temeroso del sufrimiento que sentiría a continuación con cada uno de los objetos puestos en la mesa, forcejeaba con fuerza tratando de liberarse.
Debajo de sus pies un charco de sangre empezaba a crecer más y más, provocado por la herida que tenía en el hombro.
—¿Tienes alguna sugerencia? —preguntó L al ver que el asesino miraba con terror, las herramientas puestas en la mesa. —La verdad no sé con cuál empezar, soy muy indeciso.
El hombre en la oscuridad caminaba lentamente, acariciando con sus dedos los utensilios que estaba pensando utilizar.
—Pensaba utilizar las abejas de algún modo pero luego se me ocurrió que podrías ser alérgico. No podría soportar que nuestra diversión terminara demasiado rápido, seria una pena.
—¿Po-porqué estoy aquí?, ¿por qué no me llevaste a prisión?
—Creo que sabes el motivo de que te haya traído aquí.
—No, ¡No lo sé! —contestó el prisionero.
—Seguramente esto te hará recordar.
L sacó un pequeño llavero con la misma foto que Katherine había encontrado en su estantería de libros.
El hombre gordo negó con la cabeza, arrojando las gotas de sudor que escurrían por su frente.
—El negar que este niño no te es familiar no hará que las cosas mejoren para ti.
—Y-yo no lo conozco, no sé qué es lo que le haya pasado a ese niño pero yo no fui —dijo con cansancio.
—Ah, entonces supongo que fue otro tipo loco fanático de Stephen King que deja un regalo, un globo y una fotografía de la víctima en la escena del crimen —comentó sarcásticamente.
—Escúchame, hace unos años estuve en el hospital y mientras estaba acostado en la camilla recuperándome, leyendo el periódico, escuché en la televisión que el notorio “Pennywise” había atacado. Imagina lo mucho que me sorprendí.
L escuchaba con atención aunque no creía nada de lo que su prisionero le decía.
—¿En-enserio se dejaron engañar por un imitador tan mediocre?
El hombre obeso soltó una carcajada.
—Nuevamente me vuelves a decepcionar: creí que eras un buen mentiroso pero no lo eres —contestó el detective.
El hombre volvió a sonreír, L estaba molesto parecía que el hombre que tenía atado y debería estar atemorizado ya no lo estaba más.
—Yo no miento.
—Y por qué lo harías, cuando enfrentas una agonizante muerte.
—No tengo miedo a morir, ¿recuerdas que me iba a suicidar?
—¿Qué me dices de la tortura? —preguntó el detective.—¿Tampoco le tienes miedo?
Ambos se miraron a los ojos sin decir nada, retándose mutuamente. La mirada de miedo estaba volviendo al rostro del asesino.
—Tu me hiciste una escoria de hombre, así que solo me encargaré de devolverté el favor —diji el detective.
Nuevamente el silencio inundó el lugar, el hombre volvió a soltar una carcajada.
L guardó silencio mientras miraba repulsivamente a su prisionero. Harto de la actitud del hombre obeso, le hizo callarse de un fuerte puñetazo en el estómago.
—¿Y hace cuanto tiempo se supone que secuestre al muchachito? —logró decir con el poco aire que tenía.
—Cinco años —respondió L.
—Algo no está bien... yo no soy el hombre al que tú buscas.
—¿Ya te había dicho que eres un mal mentiroso?
—Yo no miento —respondió con seguridad.
—Supongo que ya sabes mi nombre: Morgan Williams, vuelve a mi casa, busca mis documentos, yo no miento —repitió. —Sabrás que yo no fui, yo soy inocente de lo que me acusas, yo estaba hospitalizado.
L veía la verdad en el rostro de su prisionero, sus gestos no mentían pero sus sentimientos nublaban su juicio.
—¡No!, ¡tienes que ser tú! —gritó.
—Escucha, si quieres puedes matarme por lo que le hice a los otros niños pero no le hice nada a tu amigo. ¡Vuelve a mi casa!¡Lee mis archivos! —grito el hombre sacudiendose con fuerza.