La Abandonada

Capítulo 1

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Betel lanzó un suspiro mientras revolvía el contenido de la olla. ¡Cómo le había cambiado la vida en los últimos meses! 

El día que su hijo enfermó, la doctora Ofelia Valdez no sólo lo había atendido salvando prácticamente la vida de la criatura, porque tenía una neumonía bastante grave, sino que, además, la había contratado a ella como recepcionista del consultorio que instaló en el pueblo los fines de semana. ¡Y le pagaba muy bien por día! Lo que ganaba con la doctora era mucho más de lo que conseguía vendiendo golosinas toda la semana. Lo más increíble de todo, es que le permitía trabajar sin tener que abandonar a sus hijos, al contrario, los niños estaban con ella en el consultorio. ¡Y se portaban divinos! Eran unos niños muy tranquilos que, durante el rato que estaban ahí, se entretenían con unos juguetes que le había regalado Moab, el hijo de Enón el mecánico. 

Betel no pudo contener una sonrisa de picardía al recordar que la doctora mantenía una relación con el mecánico, pero lo habían mantenido oculto de todos durante mucho tiempo. Ella, sin querer, los había descubierto besándose, y le pidieron que les guardara el secreto a lo que ella accedió gustosamente. Ambos le agradaban mucho y les estaba muy agradecida por toda la ayuda que le dieron con sus hijos. Por eso ahora que él estaba en el hospital recuperándose de un atropello, ella se ofreció a ayudar a la doctora Ofelia a cuidar la casa y los hijos de ambos mientras la doctora acompañaba a Enón en la clínica del otro pueblo. Por eso estaba ahí ahora, preparando la comida para Moab y Rafia, los hijos de ellos, mientras sus propios niños jugaban en el suelo de la cocina con unos carritos de juguete mientras el bebé estaba en una silla alta, jugando con una cuchara de madera. 

Una llamada a la puerta la sacó de sus pensamientos, se acercó a abrir y descubrió que era la novia del hermano de la doctora, el militar. 

— Betel buenos días. — Saludó Magdala cuando la empleada abrió. 

— Señorita Magdala. ¡Pase por favor! Tengo la estufa encendida. 

— Venga Jorge. — Le dijo Magdala a un hombre que la acompañaba, siguiendo a la mujer hasta la cocina. 

— Dígame en qué puedo ayudarla. — Dijo Betel mientras revolvía el contenido de una olla. 

— El Sargento Jorge viene de parte de Isidro, el hermano de Ofelia. — Le explicó Magdala. — Se va a hacer cargo del taller estos días, mientras Enón se recupera. Ya ves que es el único mecánico del pueblo y, la gente anda preocupada por sus vehículos. 

La mujer miró al hombre y asintió. El tipo era imponente, enorme y de aspecto fiero, pero de mirada amable, una gran cicatriz le cubría el rostro, pasando a través de un ojo. 

— Sé que hay algunos carros ahí parados que se quedaron a medias. —  Les explicó a Magdala. — Pero la verdad yo no sé nada de esas cosas. El que le puede indicar todo es Moab, ese muchachito es muy listo. Nada más que los niños están en la escuela, no tardan en regresar.  

— ¿Quién es Moab? — Preguntó el hombre. 

— El hijo de Enón. — Le explicó Magdala. — Sabe mucho de mecánica, su papá le ha enseñado. 

Luego se giró hacia Betel. 

— “El tuerto” puede dar miedo con solo verlo. — Le dijo con una sonrisa comprensiva. — Pero es un verdadero caballero, te lo garantizo. ¿Puedes acomodarlo por favor? Se va a quedar aquí varios días, yo más tarde le llamo a Ofelia para explicarle. 

— Si les parece, puede quedarse arriba, en el consultorio. Aquí en la casa no creo que haya espacio, y el sofá no es muy grande. — Asintió Betel sin dudar, porque si la señorita Magdala aseguraba que ese hombre era de fiar y que lo mandaba el hermano de su jefa para ayudar, pues bienvenido fuera. — Allá hay un catrecito para que duerma por las noches y hay baño. Yo ahorita le busco sábanas, cobija y una almohada. 

— Gracias señora. — Asintió el hombre. 

— ¿Quién va por mis sobrinos a la escuela? — Preguntó Magdala. — ¿Quieres que vaya por ellos? 

— No es necesario señorita. — Respondió Betel apagando la estufa y tapando la olla. — Moab va y viene en su bicicleta y carga a Rafia con él, ya no deben tardar en llegar. 

— Bien, entonces me retiro. Cualquier cosa que necesites, Betel, avísame por favor. — Dijo acercándose a la puerta. — Ahí te encargo a Jorge.  

— Váyase sin pendiente señorita. 

— Bien. — Sonrió Magdala. — Jorge, lo invito a cenar esta noche en mi casa. Llegue como a las ocho. 

— Gracias señorita. — Sonrió el hombre. 

Magdala salió y el hombre se quedó de pie sin saber qué hacer. 

— ¿Estos niños son suyos? — Le preguntó a Betel. 

Ella sonrió. 

— Sí, los tres. — Explicó acercándose al bebé y acariciando su cabecita. — Fue una bendición muy grande que la doctora me contratara como su recepcionista sin importarle mis criaturas, ella me ha apoyado muchísimo desde que llegó al pueblo. De hecho, este se me estaba muriendo, si no es por ella mi niño no estaría aquí. Y ahora, con lo que le pasó al señor Enón... Yo sería muy ingrata si no les echara la mano con la casa y con sus hijos mientras ella está en el hospital con él, dejándolos solos en la estacada. Claro que la familia los apoya muchísimo, pero pues todos tienen sus propias obligaciones. 




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