La Abandonada

Capítulo 3

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Para sorpresa de Betel, ese mismo día Jorge la llevó a la pequeña sucursal bancaria de la que el papá de la señorita Magdala era gerente y le abrió una cuenta. Le explicó cómo retirar dinero y le aseguró que cada semana le iba a estar depositando cierta cantidad. Luego la llevó al almacén a comprarle ropa y zapatos a los niños. Aunque insistió en comprar cosas para ella, la mujer se negó diciéndole que ella no necesitaba nada por el momento. ¿Cómo exigirle nada si ya había sido más que generoso? 

— Usted no se preocupe por nada. — Le dijo Jorge. — Jamás he tenido gastos fijos, así que he podido ahorrar casi todo mi sueldo. No es que sea rico ni mucho menos, pero déjeme consentirla un poco. ¿No quiere un par de vestidos nuevos? 

Ante la insistencia de él, le aceptó unos vestidos y luego fueron a la mueblería donde él insistió en comprar una base para su colchón. 

Un par de días después, Jorge acompañó al mecánico a la ciudad a surtirse de refacciones para su taller y, a su regreso, el tuerto le entregó a Betel un teléfono celular que le había comprado durante su viaje. 

— Ya casi me voy. — Le dijo con pesar. — Pero esto nos va a servir para estar en contacto. Yo la voy a estar llamando, si no a diario, por lo menos cada que pueda. Hay veces en que salgo de misión y no se nos permite usar el celular. 

Betel asintió tratando de contener las lágrimas. 

— Lo voy a extrañar mucho, oiga... — Dijo con tristeza. — Ya me estaba acostumbrando a tenerlo aquí. 

Él esbozó una sonrisa apagada. 

— ¿Viera qué bonito se siente escuchar eso? — Dijo con pesar, abrazándola. — ¡Jamás nunca me había extrañado nadie! 

— Pues yo sí lo voy a echar de menos. — Respondió Betel recargándose en su pecho. — No me mande dinero, no es necesario, voy a seguir trabajando con la doctora. Pero llámeme cuando pueda, por favor. Me conformo aunque sea con escucharlo y que me cuente cómo le va allá en el cuartel. 

— La voy a llamar. — Prometió él. — Voy a regresar en cuanto me sea posible y, si está de acuerdo, voy a empezar a ver si hay manera de llevármela conmigo. ¿Se animaría? 

— ¿En serio quiere que me vaya con usted? — Preguntó ella, totalmente asombrada. 

— Po’s es mi mujer. — Dijo él encogiéndose de hombros. — ¿Dónde más tendría que estar si no es a mi lado? 

Ella sonrió esplendorosamente. 

— Si se puede, lo seguimos. — Asintió con decisión. 

 

☆*☆*☆*☆*☆*☆*☆*☆*☆ 

 

El tuerto cumplió su palabra y la llamaba cada que podía. Regresó varias veces al pueblo junto con el capitán Valdez para diversos eventos familiares, quien además de su jefe era su mejor amigo; o su único amigo, más bien. Aunque sólo estaba un par de días, llegaba en su motocicleta con la mochila cargada de regalos para ella y para los niños y se hospedaba en el cuartito de Betel hasta que se tenía que regresar. 

Durante su última visita, charlaron mucho sobre la posibilidad de que ella se mudara a la base militar donde él estaba asignado, dado que el capitán Valdez ya se había casado con la señorita Magdala y se la había llevado con él. 

— Así no van a estar solas. — Le dijo el tuerto. — Ambas se harían compañía mutua. ¿Cómo ve? 

— Me gusta la idea. — Asintió ella. — ¿Qué es lo que hay que hacer? 

— Pues nos tenemos que casar. — Le dijo él con una sonrisa de satisfacción. — El que yo presente documentos probando que es mi esposa, aceleraría el proceso. 

— ¿En serio se quiere casar conmigo? — Preguntó ella, totalmente sorprendida. 

— ¿Y con quién más? — Dijo él encogiéndose de hombros.  

— ¡Ay, Jorge! — Exclamó ella lanzándose a sus brazos, haciéndolo reír. 

— Voy a preguntar bien. — Dijo él antes de besarla, para luego besar a los niños. — Mientras, vaya organizando la boda. ¿Le parece? 

Ella asintió con una sonrisa cargada de lágrimas. 

— Me hace muy feliz. — Dijo antes de que él partiera. 

 

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Un par de días después, recibió una llamada de un número desconocido. Con algo de dudas, respondió. 

— ¿Diga? 

— Betel, hola. Soy Magdala. 

— ¡Señorita Magdala! ¿Todo bien? 

— Sí, tranquila. Todo bien por acá. — Asintió la joven. — Es que Jorge e Isidro fueron asignados a una misión y todo fue tan rápido que no tuvieron casi tiempo de nada. Jorge me dio tu número y me pidió que te llamara para avisarte, porque no van a poder estar llamando allá. Que, en cuanto regrese, se comunica contigo. 

— ¿Van a estar bien? — Preguntó la mujer con preocupación. 

— Confiemos en Dios. — Dijo Magdala con un suspiro. — Tratemos de no angustiarnos. ¿De acuerdo? Ya verás que, dentro de poco, los tendremos a nuestro lado. 




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