Ciudad de Esbury, 8 de octubre de 2009.
Aquella mañana, Francis caminaba apresurada, el viento golpeaba su rostro, dificultándole observar las calles y personas frente a ella con claridad. Su mano derecha sujetaba con fuerza el gorro morado de lana que ocultaba su corto cabello rubio, mientras que con la otra, cerraba el cuello de su abrigo negro para evitar que el frío se colara al resto de su cuerpo.
Sabía que lo más prudente habría sido esperar a que el sol saliera, pero después de semanas de búsqueda finalmente había encontrado a su objetivo.
Siguió andando mientras pensaba en el cambio drástico que daría su vida, tenía 32 años y desde los 20 se había resignado a no formar una familia. No solo le asustaba la idea de la maternidad, sino también, era consciente de que su trabajo pondría en riesgo a cualquier persona que ella decidiera amar. Eso lo había aprendido un par de veces de la peor manera.
Pero ahora, casi un año después de haberse retirado como agente de la SEG (no por voluntad) podía iniciar de cero. Fue por eso que no reparó en el clima y decidida salió en dirección a uno de los tantos orfanatos de la ciudad.
Finalmente, se paró frente a la entrada de una casa de ladrillos grises, tenía al menos 20 ventanas y estaba rodeada por docenas de árboles, del lado izquierdo se podía ver un pequeño parque; con un par de columpios de metal oxidado, un viejo barco de madera con desgastadas cuerdas para subir, y un pasamanos.
Una mujer castaña, unos años más joven que Francis, salió inmediatamente y la observó con una enorme sonrisa, mientras le daba la bienvenida.
Para la empleada de aquel lugar, la rubia a su lado era una mujer más, que buscaba convertirse en madre, cosa que era medianamente cierta, pues Francis sí iba por un hijo, pero no cualquier niño. Ella estaba interesada en un chico en específico. Uno que había ingresado a ese orfanato 3 meses atrás, después de haber sido rescatado de una clínica ilegal.
Algo bueno de ser una ex trabajadora de alto nivel, de la Sección Exclusiva de Gobierno, era mantener ciertos beneficios, como conseguir información detallada, ahorrarse el inmenso papeleo y las tediosas entrevistas.
Caminaron por un largo pasillo de tapiz verde y flores rosadas, cruzándose con algunos niños que jugaban o iban acompañados de otros trabajadores del lugar, hasta que entraron en una pequeña habitación de paredes amarillas, que parecía ser la biblioteca, pues contaba con un par de estantes con libros, además de una mesa en el centro y sillones azules alrededor. En uno de ellos se encontraba sentado un chico de unos 10 años, quien tenía su concentración puesta en cartas con coloridos números y las acomodaba con tranquilidad.
Ni siquiera desvió la mirada al escuchar entrar a las dos mujeres.
—Él es el chico —indicó la más joven, observando al delgado niño frente a ellas —. Últimamente, parece interesado por los números
El más joven, lucía algo ojeroso, y su cabello rapado, apenas comenzaba a crecer, dejando a la vista una gruesa cicatriz tras su cuello.
—¿Tiene algún nombre? —preguntó Francis acercándose a él.
—Aún no responde a ninguno —explicó la mujer —. ¿Está segura de que es él a quien quiere adoptar? No es muy sociable, no ha dicho ni una palabra desde que llegó y difícilmente come.
Francis observó pensativa en dirección a una de las ventanas; el viento se había apaciguado y los rayos del sol comenzaban a colarse por entre las nubes.
—Yo cuidaré de él —respondió mientras se hincaba frente al niño, quien finalmente desvió su mirada felina, hacia la de ella.
Al inicio, Francis pensó que los ojos grises de aquel niño eran demasiado inexpresivos, pero después de unos momentos pudo ver el miedo oculto en sus pupilas, y algo que nunca antes había sentido se encendió en su pecho.
Supo entonces que lo protegería, sería una buena madre y lo haría feliz, pero también, que ni siquiera eso la frenaría para dejar atrás sus insensatas metas.
Aún debía buscar a dos más para poder iniciar con su plan. Para poder acabar con la organización que le había arrebatado a las únicas personas que fueron importantes para ella, y que amenazaba con destruir a la sociedad.
Francis lo miró por casi un minuto e intentó sonreírle de la forma más sincera que le fue posible, después extendió su mano hacia él y comenzó a hablar.
—No voy a obligarte a hacer nada que no quieras, pero prometo que si me das una oportunidad, daré todo mi esfuerzo para protegerte
La rubia nunca había sido buena con las palabras, mucho menos si de niños se trataba, pues al ser hija única y estudiar en casa, su convivencia con otros infantes fue muy limitada.
El chico de ojos grises la analizó un buen rato, daba la impresión de que se negaría, pero al final pareció percibir algo de sinceridad en las palabras de la mujer y con duda tomó la mano enguantada de esta para comenzar a caminar.
Francis se sintió aliviada y al mismo tiempo asustada, era consciente de que el par de años siguientes tendría que trabajar arduamente, para hacer que aquellos niños fueran el doble de buenos de lo que ella fue en su momento.
Sabía que criarlos para su beneficio sería inmoral, incluso cruel, pero se los compensaría de todas las formas que le fuese posible.
...
NOTA:
La existencia y el funcionamiento de ciertas organizaciones o instituciones no es 100% apegado a la vida real. TODO ES FICCIÓN.
No pretendo que ninguna acción o personalidad sea imitada.
ACLARACIÓN:
Ninguno de los protagonistas es hijo biológico de Francis.
Tampoco tienen los mismos padres o una conexión sanguínea real.
Sin más que agregar, espero que le des una oportunidad a esta historia y la disfrutes.
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Editado: 19.01.2025