4 de noviembre del 2019.
Era un lunes por la noche, y la ligera lluvia resonaba contra las grandes ventanas de la oficina principal de aquella residencia. Para Loni, era un sonido reconfortante. Lo ayudaba a concentrarse mientras organizaba información de los casos que habían resuelto con anterioridad.
Se detuvo un momento y respiró profundamente. Estaba aburrido. Prestó atención y pudo escuchar a Igari en la cocina, quien seguramente preparaba té. Sabía que Gregory estaba en su taller, y Hooked, bueno, él... de él sí que no tenía idea; era difícil saber lo que el fortachón hacía.
Se pasó una mano por el cabello, ese que años atrás le causaba inseguridad y al que ahora comenzaba a acostumbrarse. Nacer con la mitad delantera del pelo blanco ya no era tan mala idea, al parecer a las chicas les gustaba, y varias personas batallaban para poder llegar a ese tono que él tenía de forma natural.
Tomó la liga que solía llevar en la mano derecha y se hizo una pequeña cola. A diferencia del cabello de Hooked que le llegaba por debajo de sus hombros, el suyo apenas tenía el tamaño ideal para atarlo e inclusive, a veces, algunos mechones se salían por los lados.
Estaba por continuar con sus asuntos, pero el sonido de la puerta principal lo hizo detenerse. Era extraño que alguien acudiera a esa hora, sobre todo con ese clima. Iba a caminar hacia la entrada, cuando percibió la voz de Igari; al parecer, él se había adelantado. Aun así, avanzó, pues no podía correr el riesgo de que fuera alguien con malas intenciones y terminara por dañar al castaño.
Le sorprendió encontrarse con una mujer mayor. De solo verla sintió frío, pues su ropa se veía un tanto mojada y a su edad sus huesos debían doler con la temperatura a la que estaban.
Igari le ofreció uno de sus brazos como apoyo mientras la invitaba a pasar. Loni los veía a unos metros sin saber muy bien cómo reaccionar, pues aún no entendía por qué aquella anciana se encontraba en su casa.
—¿Loni, puedes encender la chimenea? Por favor —le pidió el castaño, mientras ayudaba a la señora a sentarse en uno de los sillones de la sala —. Le buscaré un suéter y una manta —agregó, dirigiéndole esas últimas palabras a la recién llegada
—Te lo agradezco mucho —respondió la mujer de forma lenta y pausada.
Loni asintió y con rapidez hizo lo que el menor de los Wind le pedía. Mientras tanto, Igari subió al segundo piso, hasta llegar a su habitación. Abrió su armario y sacó una manta roja. Observó atentamente el montón de suéteres de estambre que tenía y eligió uno con botones, y sin estampado, de color café.
Le parecía un poco extraño el hecho de darle su ropa a alguien más. No porque le molestara ayudar a aquella mujer, sino más bien, porque le asustaba que ella pudiera sentirse incómoda. Por suerte, la prenda no era tan extravagante como las otras que tenía.
Pues si algo caracterizaba a Igari Wind, eran sus extrañas prendas tejidas a mano. Justo como el suéter que vestía ese día. Uno grande que le llegaba casi hasta las rodillas, de tono rosa oscuro, con corazones negros, que combinaba perfectamente con la gargantilla en su cuello, en la cual resaltaba un pequeño corazón rojo.
Sin perder más tiempo, regresó a la sala. La habitación ya se había calentado un poco, gracias a Loni.
Se acercó a la mujer mientras le sonreía.
—Le he traído esto —dijo extendiéndole las prendas—Su suéter parece mojado y puede resfriarse
—Eres muy amable —respondió la mayor, mientras desabrochaba los botones con lentitud.
Loni permanecía en silencio, esperando a que la mujer les explicara la razón de su visita, pero Gregory, entró a la sala corriendo, al mismo tiempo que a unos metros se escuchaba un pequeño estruendo, como si de repente algo hubiese explotado.
Tras de él corría despavorido Ruso; su gato gris.
—¿Greg, qué fue eso? —preguntó Loni, alzando una de sus cejas mientras veía al de ojos azules acercarse con nerviosismo.
Su chaleco beige se veía sucio y el listón rojo, que solía estar atado alrededor de su cuello, estaba quemado de una punta.
—Solo una pequeña falla, intentaba crear un nuevo lapicero —respondió energético, mirando hacia los lados hasta que reparó en la anciana junto a la chimenea.
—¿Qué clase de lapicero? —cuestionó con inquietud el de cabello blanco, sin apartar la vista de su hermano mayor.
—No sabía que teníamos clientes —contestó Gregory cambiando de tema —. Buenas noches, madame —dijo haciendo una reverencia frente a la mujer, quien finalmente se había abrigado
—Buenas noches, perdón por venir a esta hora —se justificó la clienta, quien por lo visto estaba lista para hablar.
—Oh, no se preocupe —respondió Gregory—Las damas siempre son bienvenidas a este lugar — agregó sonriendo.
—Le traeré un té —intervino Igari nervioso, saliendo hacia la cocina con rapidez.
—Buenas noches, señora. Soy Loni Spook, el encargado de esta agencia. Dígame, ¿cuál es su nombre y en qué podemos ayudarle? —habló el chico, mientras tomaba asiento en el sillón frente a la mujer.
El calor de la chimenea le pegó de golpe, la chamarra verde de pana, que solía usar, y sus botas tácticas comenzaron a abochornarlo.
—Mi nombre es Margaret Ladwod, he venido a solicitar su ayuda porque he descubierto una conspiración —dijo e hizo una pausa, pero ninguno de los dos jóvenes la interrumpió —Hace unas horas me enteré de que alguien intentará asaltar el banco principal durante el evento de los payasos, el día de mañana.
—¿Dónde escuchó eso? —preguntó Loni con curiosidad.
—Oí a mi enfermero del turno de la tarde, estaba conversando por teléfono sobre sus planes, respondió la mujer con voz nerviosa.
—Cuénteme, ¿qué fue lo que escuchó? —dijo Loni inclinándose hacia adelante
—¿No se reirán de mí y dirán que estoy loca? —habló Margaret mirando confundida a ambos jóvenes. Sus hundidos ojos cafés parecían cansados.
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Editado: 19.01.2025