El temporizador de la bomba pareció detenerse, y tanto Loni, como el dueño del local, volvieron a respirar con normalidad. Debían agradecer, que en ese momento no había mucha gente alrededor, pues no sabían si aquello podría haber empeorado.
Igari examinó el osito más de cerca, ahora que estaba convencido de que aquello no explotaría.
Loni llegó a su lado y lo miró con enojo. Igari pensó que su líder lo reprendería, pero cuanto el de cabello blanco lo abrazó, no pudo evitar abrir los ojos con asombro.
—Eres un tonto. No hagas algo así de nuevo. Me volvería loco si algo malo te sucede—le dijo sin poder ocultar lo asustado que se encontraba.
—Lo siento, Loni. No quería preocuparte, de esa manera —respondió el de morado, con tono culpable, y le correspondió el abrazo—. Estoy bien, te dije que sabía cómo hacerlo —agregó, intentando tranquilizarlo—Gracias por preocuparte siempre por mí —dijo, mirándolo a los ojos, con sinceridad, y Loni colocó una de sus manos sobre la mejilla del más joven.
—¿Pueden decirme qué es lo que acaba de pasar?— pidió el hombre, interrumpiendo.
Loni carraspeó, y se separó del castaño. Este solo sonrió apenado, y ambos centraron su atención en el tipo que los miraba entre asustado y confundido.
—Alguien plantó una bomba en su negocio —afirmó el líder de la agencia—. Dígame, notó algo raro en el transcurso del día. ¿Es usted el encargado de acomodar la mercancía?—inquirió Loni, iniciando su interrogatorio.
—Se han acercado un par de clientes a jugar, pero ninguno me pareció sospechoso. Y mi hijo fue quien montó el negocio, pero dudo mucho que él haya sido capaz de hacer algo así —admitió—. Aunque ahora que lo pienso, no recuerdo haber visto un peluche como este, entre la mercancía que ocupamos como premio —agregó el hombre, frunciendo sus gruesas cejas negras.
El timbre de un teléfono, anunciando una llamada, evitó que Loni, pudiese seguir con su cuestionamiento.
Los tres sujetos se miraron extrañados, al ver que no era el celular de ninguno de ellos el que sonaba.
—Creo que viene del peluche —dijo el mayor del lugar, apuntando hacia el oso rojo.
Igari estaba por tomar el objeto, pero esta vez el de cabello blanco se adelantó, y después de dudarlo sacó el aparato electrónico del interior del peluche. Observó la pantalla por un momento, y aún nervioso, respondió.
—Hola—dijo únicamente y puso el altavoz.
—¡Pero sí son los chicos de la agencia Spookwind!—exclamó una voz masculina al otro lado, con fingida emoción.
—¿Quién eres?—cuestionó Loni con seriedad.
—Eso no es lo importante, Loni Spook—respondió rápidamente el hombre—. ¿Qué es lo que quiero? Deberías preguntarme.
Loni e Igari fruncieron el ceño. Era obvio que aquello era algo personal, pues el tipo al teléfono sabía que eran ellos quienes estaban respondiendo.
Igari, miró a los lados, por si alguien más los estaba observando, pero no parecía haber nada sospechoso.
—¿Y qué es lo que quieres?—preguntó el líder de la agencia, con firmeza.
—Es fácil —susurró el tipo—. ¡Quiero jugar con ustedes! —gritó emocionado.
—¿Jugar?—cuestionó Igari con duda.
—Saben, últimamente se han vuelto más populares. Ya saben con lo del atraco al banco y ese niño del Golden plate —dijeron al otro lado del teléfono—Así que me dieron ganas de jugar con ustedes, quiero ver que tan listos y rápidos son.
—¿Poner una bomba en el local de un civil, es un juego para ti?—preguntó Loni con tono de regaño.
—Claro que sí, niño bonito —contestó el sujeto con diversión—Y debo advertirles que hay 4 bombas más en la feria, así que será mejor que me tomen en serio.
—Hay más bombas— dijo el hombre del local alterado.
—Shhh— se escuchó al otro lado de la línea—. Será mejor que el gordo se calle. No quiero que nadie más, aparte de los miembros de la agencia, lo sepa. Así que si estaban pensando en pedir refuerzos, les sugiero que se abstengan, al menos que quieran que las haga explotar —advirtió el tipo.
—Dime, ¿qué es lo que quieres que hagamos?—cuestionó Loni, algo tenso.
—Comienzan a cooperar —se alegró el hombre—. Primero, quiero que se alejen de donde están, y adviértanle al tipo junto a ustedes que no intente nada estúpido. Que no llame a más policías. Al menos hasta que el juego acabe, o un bonito hoyo decorará su cráneo— ordenó con seriedad.
El hombre asintió nervioso. Su rostro, que al principio era moreno, ahora estaba pálido y sudoroso.
Loni intentó buscar señales de un posible francotirador, pero no encontró nada. Aun así, no podían arriesgarse, por lo que caminaron hasta estar unos metros más lejos.
—Listo, nadie más está escuchando. Ahora dinos dónde están las demás bombas —ordenó el de chamarra verde.
—Loni, ¿no pensarás que les daré todo en charola de plata o sí?—preguntó el sujeto—. Solo les diré en dónde se encuentra la última.
—Bien—respondió el mayor de los Spook, sin muchos ánimos.
—Está bajo la rueda de la fortuna. Quiero que sepan que no será tan complicado encontrarlas. Todas están adentro de esos ositos adorables —explicó el hombre, agudizando su voz en las últimas palabras—Hay uno azul, uno verde, un amarillo y uno rosa —exclamó con emoción.
—Creí que no nos facilitarías las cosas— dijo Loni, y le hizo señas a Igari para que comenzaran a caminar hacia la rueda de la fortuna.
—Por supuesto que no. Así que sería mejor que dejaran de caminar, porque de nada sirve que sepan dónde está el osito rosa, si aún no han desactivado las otras tres bombas
—¿Qué quieres decir?—cuestionó Igari, nervioso, dejando de andar. Sabía que los vigilaban, pero no podía averiguar desde dónde.
—Que deben desactivar las bombas en orden, o si no explotarán. Ya saben, si inhabilitan antes el amarillo que el azul, explotan. Si alguien más que no sea el resto de sus hermanos, los ayuda, explotan. Si no se apresuran y pasan el límite de tiempo que les daré, explotan —explicó riéndose.
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Editado: 20.02.2025