La absurda agencia Spookwind.

CAPÍTULO 12 . Sujeto 1-3.

Para el sujeto 1-3, no existían los segundos, minutos u horas; para él, el tiempo solo era una tormentosa eternidad.

Por aquel entonces no conocía más allá de lo que había en las instalaciones donde lo mantenían prisionero. No sabía que existían otros colores, además del gris y todos los tonos opacos que lo rodeaban. No tenía idea de que había más personas aparte del doctor Blif, la enfermera Raisa y los demás asistentes.

Ni siquiera pasaba por su cabeza que 1-3 no era su nombre, sino el número de experimento que esperaban que fuera eficiente.

—Enfermera Raisa—dijo el chico de ojos grises, llamando la atención de la morena, quien estaba concentrada en sacar algunas muestras de sangre del más joven—¿Qué es eso en tu mano?—preguntó, señalando un trozo de listón rosado, que tenía una palabra escrita, pero que el niño no lograba comprender, pues no sabía leer.

La enfermera miró su muñeca por unos segundos, y al percatarse de que aquello sobresalía, bajó la manga de su bata para ocultarlo. Aun así decidió responderle al de bata azul. Pues si algo caracterizaba a Raisa era el ser muy parlanchina.

—Oh eso. Bueno, es un obsequio que me dio mi hija —respondió y sonrió ampliamente.

—¿Hija?—cuestionó el pequeño, pensativo.

—Sí, ya sabes, una niña, que es mi hija y yo soy su madre —contestó la morena y se rio por lo extraño de su oración.

—Yo... ¿Yo tengo una madre?—dijo el chico, mirando fijamente a la enfermera y ella se tensó al instante.

—Sí, bueno. En algún momento tuviste que tenerla —respondió sin hacer contacto visual, mientras acomodaba las muestras de sangre.

—¿Dónde está?—preguntó una vez más el pálido niño. Tenía curiosidad de saber lo que significaba realmente esa palabra. Lo que se suponía que conllevaba tener una madre, y por qué hasta ese momento es que se enteraba de que tenía una.

—Paciente 1-3, eso no debería importarte. Recuerda lo que te dije de los lazos, tú no tienes que experimentarlos.—intervino el doctor Blif y al ver que el niño pensaba objetar, volvió a hablar—El único propósito de tu madre fue darte a luz, así como tu único propósito es convertirte en un arma perfecta. Así que deja ya las preguntas absurdas —agregó—. Y tu, enfermera Raisa, deja de hablar más con 1-3 o pediré que te transfieran a otra área.

La morena asintió con nerviosismo, mientras comenzaba a sacar el material esterilizado que su superior ocuparía para hacer el siguiente procedimiento.

El doctor Blif se colocó tras el chico, e inclinó su cabeza hacia adelante para que la parte trasera de su cuello quedara al descubierto. La pálida piel del niño se erizó al instante. Odiaba lo que estaba por pasar. Estaba asustado por el dolor que tendría que soportar.

El hombre rubio pasó uno de sus enguantados dedos por la gruesa cicatriz que el niño tenía en la nuca. Bajo la cual estaba tatuado el número que se le había asignado como sujeto experimental. Aquella herida era reabierta de forma constante, por lo que nunca terminaba de sanar y con el tiempo había comenzado a lucir más grotesca.

—No… Doctor Blif… No —suplicó el niño, sin poder moverse, debido a la fuerza que el doctor ejercía con su mano.

La enfermera Raisa, extendió un bisturí hacia el alto hombre y este lo tomó.

Sin perder el tiempo y de manera precisa, el doctor Blif pasó la afilada cuchilla por la cicatriz del chico, para que esta se abriera.

El de ojos grises soltó un grito de dolor, e intentó mover la cabeza, pero el hombre se lo impidió. Pronto las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. El llanto era tan lastimero, que por un momento la enfermera quiso tomar la mano del menor, pero sabía que su jefe no se tomaría nada bien esa acción.

—No… no quiero —repetía una y otra vez el de bata azul, pero ninguna de sus súplicas causaba efecto en el rubio.

El niño continuó llorando, intentando entender por qué seguían haciéndole las mismas cosas. Por qué después de tanto tiempo no lograba acostumbrarse al dolor.

Su pulso comenzó a acelerarse y la temperatura de su cuerpo incrementó. Una extraña sensación comenzó a recorrer sus extremidades. Ya otras veces había tenido esa impresión, pero no de una forma tan intensa como en esa ocasión.

De un momento a otro, el agarre del doctor se sintió más ligero, y la idea de alejarse de él, cruzó por su mente.

—Las pinzas, enfermera Raisa—dijo el doctor, provocando que el pánico en el cuerpo del niño aumentara.

La morena asintió, mientras tomaba el objeto que su superior le había indicado.

Raisa desvió su mirada hacia la del más joven. Había terror en sus ojos, y su cara estaba empapada, debido a las lágrimas.

La enfermera movió con discreción uno de sus brazos, para decirle al chico que se tranquilizara, pero este solo consiguió alterarse al darse cuenta de que la mujer se acercaba para ayudar al doctor Blif.

—No, no, no—dijo el niño. Había comenzado a exaltarse y el hormigueo en sus manos no hacía más que incrementar.

Cuando el chico se dio cuenta de que sus súplicas no servirían de nada, levantó uno de sus brazos. El movimiento fue ligero, como si intentara espantar a una pequeña mosca. Pero el resultado de ese simple acto hizo que el médico se quedara en shock por algunos segundos.

La enfermera Raisa se encontraba desplomada contra una de las paredes.

La intención del joven había sido tirar las pinzas de sus manos, pero sus cálculos habían fallado, y para la terrible suerte de la morena, justo en ese momento, los poderes del niño comenzaron a despertar.

Era evidente que la mujer estaba muerta. Tenía los ojos abiertos. Su cabeza estaba inclinada ligeramente hacia abajo. Sangre emanaba de varias zonas de su cuerpo. Algunos huesos de sus brazos y piernas sobresalían. Y su estómago, había adquirido una extraña forma, al ser el sitio donde recibió el impacto.




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