La Albañil

Capítulo uno

La ciudad se encontraba en pleno apogeo de una mañana en la que todos se conducían a sus respectivos trabajos. Con el sol resplandeciendo en medio del día que seguía sus pasos con las nubes despejadas, los vehículos se movieron en la carretera hacia sus diferentes sitios, mientras algunos tomaban taxis y otros caminaban a prisa para no tener que llegar tarde o siquiera perder su empleo llegando un minuto después de lo estimado.

Cada persona que residía por ese lugar, las bocinas de los autos resonar, el tráfico molesto y desesperante, parecía ser divertido para el hombre que se encontraba recostado en su asiento, trabajando en el proyecto que marcaba la imagen de su portátil contra sus piernas, atento a cualquier eventualidad que pudiera presentarse.

Aún faltaba cerca de media hora para llegar a su destino. Uno donde tendría que luchar por obtener su puesto, además de ser lo suficientemente convincente a la hora de traer a colación lo que necesitaba.

Confiado, seguro de lo que diría, preparó las palabras en su cabeza sin plasmarlas en alguna nota electrónica, con la seguridad avasallando su interior mientras continuaba revisando a profundidad el trabajo de su vida.

Hacer una inversión bastante grande en ese lugar le daría la satisfacción de traer consigo un buen negocio, mucho mejor a cualquier otro por el que estuvo pasando las últimas veces que revisó espacios concretos en su lista hasta que apareció el sitio perfecto en el cual trabajar.

¿Qué podía salir mal? Absolutamente nada. Tenía la certeza que cualquier construcción allí, se iría abajo en segundos. Tal vez hasta si le sonreía a quien fuere el encargado, puesto que su carisma solía tener efectos colaterales en la vida de muchas personas.

Si no era así, ¿entonces cómo estaba en su puesto? Algo que siempre le dijo su madre era que nunca olvidara una buena sonrisa. Mucho más si sabía que eso lograba cerrar el trabajo de años de los cuales no tendría que preocuparse mucho más.

La mayoría del tiempo lo ponía en práctica, después de todo, se había convertido en su mejor arma. Durante los años que llevaba trabajando en su compañía, aprendió a saber a quién debía de dársela y quiénes no necesitaban del mismo gesto, cosa que ya tenía de memoria.

Ahora, no sabía con quién iba a encontrarse en esa obra, por lo que necesitaba mantener una postura despreocupada, su confianza puesta en su trabajo que seguramente el encargado aprobaría de inmediato, cediendo a una buena suma de dinero de esas que estaba acostumbrado a dar desde que se hizo cargo de la empresa.

Si bien no estaba contento con saber que ese terreno su madre lo cedió hacía mucho tiempo, tenía la certeza que podría lidiar con cualquier situación que pudiera presentarse. Mucho más si en sus palabras empleaba el poder de mencionarla a la persona que se estuviese haciendo cargo de la obra. Una que no tenía idea de qué se trataba, ni le interesaba más que el centro comercial que necesitaba poner allí.

¿Desaprovechar esa oportunidad? De ninguna forma. La verdad, ese escenario mostraba un espacio accesible no solo para las personas que iban a invertir en ello, sino por quienes rodeaban ese alrededor. Era más fácil tener algo que la competencia no había podido obtener y hasta lo imposible por lograr que cedieran a sus encantos.

Usar de más su amabilidad, aparte de fingir estar de acuerdo en muchos aspectos, le iban a permitir ser más entrañable con el dueño en conjunto con los empleados. Su deber solo estaba en esperar lo mejor, de ninguna manera podría chocar contra un muro y creer que sería lo peor.

¿O sí?

Elevó la vista al notar cómo su teléfono vibraba a un lado de su asiento, acercando su mano en cuanto vio quién llamaba, contestando sin problema alguno.

—¿Tienes noticias?—indagó, viendo el panorama desde sus vidrios polarizados, esperando en el semáforo.

—Sí—enunció el hombre en la línea—. Resulta que tu madre compró ese espacio hace mucho tiempo, aunque no precisamente para hacer una obra de altos niveles. En todo caso, la información comenta que iba a ser utilizado para una casa o centro de acogida para personas necesitadas en la calle—emitió un sonido, restándole importancia.

—Bueno, ahora que mi madre está muerta, puedo hacer lo que quiera con ese sitio—comentó—. ¿Dice algo sobre la persona que recibió el estado original de esa información?—demandó, al sentir el vehículo ponerse en marcha de nuevo.

—Fue una donación y no, el nombre de la persona es clasificado. Aquí sale que fue anónimo—soltó el aire, mirando el techo del jeep—. Te enviaré todo el documento, puede que lo necesites para poder enfrentarte a quien sea que lo tenga en poder.

—¿Sabes? Incluso si no lo tengo, soy bueno en lo que hago—sonrió, orgulloso, con el pecho inflando su ego ante sus propias palabras.

—No lo dudo, compañero—pregonó. La llamada terminó sin que evitara pasar de largo la risilla de su chofer, frunciendo el ceño en lo que abría el recado electrónico, algo extrañado por el acto del hombre.

Casi nunca hacía ese tipo de gestos. En su presencia se mostraba sereno, callado, apenas comentando en los momentos necesarios, riendo solo cuando el motivo lo ameritaba. Que lo hiciera al término de esa llamaba le dejaba en claro que sabía mucho más de lo que podía imaginar y es que no lo culpaba. Llevaba años de vigencia en su familia, empezó demasiado joven trabajando con su madre, manteniendo su lealtad hasta su generación, incluso después del fallecimiento de su padre, quien la sustituyó en los negocios.




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